Este domingo, los cubanos que no habían nacido o eran muy pequeños en aquel octubre de 1967, tuvieron la oportunidad de ver la comparecencia televisiva en la que Fidel cumplió el amargo deber de confirmar lo que hasta entonces eran rumores y explicó cómo se había arribado a esa dolorosa conclusión.
“¿Quién podría negar lo que significa el golpe que es la muerte del Che para el movimiento revolucionario, el no poder contar ahora con su experiencia, con su inspiración, con esa fuerza de su prestigio que imponía temor a los reaccionarios?
Es un golpe fuerte, muy duro; pero, sin embargo, nosotros estamos seguros de que él era más que nadie un convencido de que la vida física de los hombres no es lo principal sino su conducta. Y solo así se explica, solo así encaja dentro de su personalidad y su acción ese desprecio absoluto por el peligro”, dijo entonces el Comandante en Jefe.
En la exposición de ese día salió a relucir que el Che había sido capturado herido y rematado por sus captores. El médico que lo reconoció el día 9 al atardecer declaró que el cuerpo presentaba siete heridas de bala, cinco de ellas en las piernas, una en la garganta y la restante en el pectoral, debajo de la tetilla izquierda; ese proyectil le atravesó el corazón y el pulmón.
“Esta herida es mortal”, puntualizó el galeno, nadie podría sobrevivir horas a ella, además dictaminó, al no encontrar rigidez en el cadáver, que la muerte se había producido pocas horas antes.
¡Carajo, este es el comandante Guevara y me lo van a respetar!
En su Introducción necesaria a la primera edición del Diario del Che en Bolivia, Fidel hizo una reconstrucción de lo ocurrido el 8 de octubre: “En una estrecha quebrada donde se proponía esperar la noche para romper el cerco, una numerosa tropa enemiga hizo contacto con ellos. El reducido grupo de hombres que componían en esa fecha el destacamento, combatió heroicamente hasta el anochecer desde posiciones individuales ubicadas en el lecho de la quebrada y en los bordes superiores”.
Junto al jefe guerrillero estaban el médico, en grave estado de salud y el Chino en malas condiciones físicas. Trató de proteger su retirada hasta que las balas impactaron al Che en las piernas. “Lo abrupto del terreno rocoso e irregular hacía muy difícil y a veces imposible el contacto visual de los guerrilleros.
Los que defendían la posición por la otra entrada de la quebrada, a varios cientos de metros del Che, entre ellos Inti Peredo, resistieron el ataque hasta el oscurecer en que lograron despegarse del enemigo y dirigirse hacia el punto previamente acordado de concentración”.
El comandante guerrillero siguió combatiendo, pero el cañón de su fusil M 2 fue inutilizado por un disparo, y no podía usar su pistola pues carecía de cargador.
Sus heridas no eran mortales, sin embargo, no podía caminar sin ayuda. Entonces el guerrillero boliviano Willy intentó sacarlo, pero tres soldados los vieron escalar hacia el borde de la quebrada.
Les dieron el alto y uno de ellos se acercó al Che, le asestó un culatazo en el pecho y le apuntó de manera amenazadora. Willy se interpuso y gritó con voz autoritaria: “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar! Ambos fueron conducidos a la escuelita de La Higuera, adonde llevaron a Pacho gravemente herido, al Chino y los cadáveres de Antonio, Aniceto y Arturo, caídos en la Quebrada del Yuro.
Dos momentos inolvidables
En circunstancias tan extremas, no dejó de manifestarse la preocupación del Che por sus compañeros. Así ocurrió cuando la esposa del telegrafista de La Higuera, Ninfa Arteaga, le llevó un plato de sopa y el jefe guerrillero no lo probó sin que antes le confirmaran que los demás prisioneros habían comido.
Una de las maestras de La Higuera, Julia Cortés, influida por los militares, fue a la escuelita a insultar al Che, pero se encontró a un hombre que le respondió suavemente a los improperios, le rectificó con delicadeza una falta de ortografía escrita por ella en la pizarra y le habló de la importancia de su labor como educadora.
La mujer se quedó muy sorprendida e impresionada y les dijo a los soldados y pobladores que había hablado con un hombre cabal y noble. Ello le costó ser difamada y amenazada con la separación del magisterio.
Siniestro mensaje desde Washington
Desde los inicios de la década de los 60, asesinar a Fidel, Raúl y el Che formaba parte de los planes estadounidenses para destruir a la Revolución cubana. Cuando se supo que el Guerrillero Heroico estaba preso en La Higuera, los acontecimientos se desencadenaron.
Así lo reflejan en el documentado libro La CIA contra el Che, sus autores Adys Cupull y Froilán González: “Aproximadamente a las 23:00 horas del 8 de octubre el Presidente boliviano, a través del embajador norteamericano, recibió un mensaje desde Washington, donde plantearon que el Che debía ser eliminado.
Entre los argumentos que el embajador expuso al Presidente estaban los de que en la lucha común contra el comunismo y la subversión internacional, era mejor mostrar al Che totalmente derrotado y muerto en combate; puesto que no era recomendable tener vivo a un prisionero tan peligroso; permitir esto era mantenerlo en prisión, con riesgos constantes de que grupos de ‘fanáticos o extremistas’ trataran de liberarlo; luego vendría el juicio correspondiente, la opinión pública internacional se movería y el gobierno de Bolivia no podría hacer frente por la situación convulsa del país”.
En la noche del día 8 los militares intentaron que el Che hablara, sin conseguirlo; uno de ellos lo insultó y le haló la barba con tal fuerza que se la arrancó en parte, ante lo cual el Che alzó con fuerza sus manos atadas y golpeó el rostro de su atacante. Cuando este intentó ripostarle, le escupió la cara. Otro que insultó e intentó maltratar al Che fue el agente de la CIA Félix Ramos, a quien el comandante calificó de traidor y mercenario. Dicho sujeto empleó la violencia para sacarle información al Chino sin lograrlo.
“Alrededor de las 10:00 horas —precisan los investigadores—, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA recibió un mensaje cifrado en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Guerrillero Heroico”. Este individuo hizo alarde de que él mismo cumpliría la orden, pero delegó la tarea a tres soldados, entrenados por asesores estadounidenses.
A pesar de que le dieron a tomar bebidas alcohólicas, el que había manifestado su aceptación de matar al Che no podía hacerlo, porque sus manos le temblaban a causa de la tremenda impresión que le causó el prisionero. Los otros dos militares dispararon contra el Chino y Willy; Pacho murió a consecuencia de las heridas.
Finalmente los oficiales bolivianos y el agente de la CIA que esperaban impacientes la ejecución del comandante guerrillero, compulsaron al soldado a que le disparara; este lo hizo con los ojos cerrados y a continuación disparó el resto de los presentes.
Era aproximadamente la una de la tarde del 9 de octubre. Pero sus verdugos fracasaron en su intento de mostrar al mundo a un Che derrotado por la muerte.
El crimen despertó el repudio universal y el ejemplo de su existencia en que la prédica marchó siempre junto con la acción, se impuso a su desaparición física. Cincuenta años después está en todas partes, vivo como no lo querían, encontrando oídos receptivos e inspirando a millones. Por eso, como dijo Fidel en aquella comparecencia, de él nunca se podrá hablar en pasado.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …
Emotiva crónica de las últimas horas del Che, su figura perdura en el tiempo y se erige como un ícono universal de la lucha de los pueblos por la libertad y la justicia social, de su captores y ejecutores en cambio la historia se ha encargado de colocarlos en el lugar que les corresponde, solo son sicarios al servicio del imperio asesino de niños.