Ha sido un orgullo tenerte aquí tan cerca desde aquel frío octubre de 1997, en aquel instante tuve conciencia por primera vez que habías muerto treinta años antes, porque para mí eres presencia cercana. Siempre había creído que estabas vivo en algún lugar, ahora sé que es al lado izquierdo de mi pecho y te tengo vivo en mí, como muchos, como no querían tus enemigos.
Hoy me siento en los escalones de piedra de tu Plaza, esa que quizás por modestia nunca hubieras deseado se te hiciera. Estoy cerca de las fuentes, hechas en formas de estrellas, esa estrella de Comandante tuya y nuestra, esa estrella que alzas en tu boina, esa estrella que eres tú… Soy insignificante ante ti y me estremezco.
Aquel día hace veinte años, cuando llegaste solo pensaba en que habías regresado, el silencio que causó el impacto de que volvieras fue un grito, y mi ciudad y yo parecíamos no tener conciencia exacta de que lo cambiarías todo.
Así fue, nos volvimos más impetuosos, o mejor dicho nos volviste más laboriosos porque mucho de lo tuyo nos contagió y así crecimos, sabiendo que estabas allí con el paso firme mirando hacia el Sur, erigido en talismán y vida, y nos embanderamos contigo, y descendió a mi ciudad, Santa Clara, tu ejemplo.
Soy solo un eslabón en este pueblo que está también orgullosa de tenerte, ese pueblo que viene hoy a verte, a sentirte, a serte fiel y gritar: Salud Guevara, no hay descanso, seguiremos contigo, Hasta la Victoria.