Vamos rumbo al kilómetro 45 de Vía Blanca. A ambos lados es visible el resultado del endemoniado azote del huracán Irma. Mucha de la vegetación que resistió el embate está partida o cambió de su color natural al ocre o negro, cual pasto de un voraz incendio. Arbustos de uva caleta fueron arrancados y lanzados hacia la senda sur. Divisamos el humo de la chimenea de la central termoeléctrica de Santa Cruz del Norte. Ya estamos cerca.
Una rápida ojeada no da la envergadura de la tarea, que lo menos que requiere es agitación. Eso me lo demuestran los operadores del buldócer y del equipo multipropósito, los primeros constructores con los cuales topamos. Adelante y atrás, adelante y atrás…De manera acompasada compactaban los metros cúbicos de tierra (m³) vertidos hacia unos minutos por los camiones, en parte de los casi 500 metros del talud de la senda norte dañado por la furia del mar.
Premura con calidad
Ahora realizan labores correspondientes al movimiento de tierra, que comprende en total la colocación de unos 9 mil m³ de “mejoramiento calizo” y después se acometerá una obra de protección adicional, para que el tramo quede con la máxima seguridad ante un próximo evento hidrometeorológico.
Esta última fase será con rocas y no se descarta poder emplear las que el mar arrojó prolijamente, lo cual evalúan expertos de la Empresa de Proyectos No. 3, del Ministerio del Transporte, encargados del diseño, precisa a Trabajadores el ingeniero Rolando Pou Díaz, del Centro Provincial de Vialidad del Consejo de la Administración de Mayabeque, que funge como inversionista. Ello evitaría trasladar el material rocoso desde largas distancias, y posibilitaría acortar el plazo de ejecución y el costo de la obra.
Sus palabras son corroboradas por los ejecutores, porque trabajan de manera cohesionada en función de un mismo objetivo, tan complejo, que José Miguel Rodríguez Castro, director de la unidad empresarial de base de movimiento de tierra de la Empresa Constructora Integral (ECI), de Mayabeque, lo considera uno de los más importantes llevado a cabo en sus 25 años en el sector.
Es un tramo peligroso —subraya—, porque dista muy poco espacio del corte de la vía a por donde pasan los vehículos de todo tipo, con la característica particular de que por esta zona transitan muchos vinculados con el turismo y la transportación de petróleo.
Ganar tiempo al tiempo
Cuando visitamos la obra el jueves último, los cálculos indicaban que demorarían en terminar entre 15 y 20 días, aunque el ánimo y la intensidad del cometido preconizan menos tiempo.
En su contra conspira el clima, porque todos los días los ha acompañado la lluvia, que mantiene en malas condiciones el camino hacia la cantera; y también la complicación del tráfico en esta vía rápida, sin otro espacio para maniobrar, de ahí las señalizaciones y apoyo permanente de la policía motorizada.
“A las seis y cuarto de la mañana nos reunimos en la cantera, hacemos el matutino y empieza la faena hasta que la claridad lo permite”. Así describe Rodríguez Castro el inicio de cada jornada desde el martes 12, aunque dos días antes ya habían protagonizado la hombrada de desobstaculizar 8 kilómetros de todo el material que el mar desperdigó.
Las olas pasaron limpiamente por encima de la línea de asfalto. Fue un suceso sin precedentes, asegura Jorge Luis Álvarez Ortega, operador de equipos, “nacido y criado en Santa Cruz”; mientras rememora qué tuvieron que hacer, primero, a fin de dar paso al tránsito y luego, para limpiar los bordes de ambas sendas, donde aún quedan vestigios de la mezcla de arena y piedras.
“Algunos expresaron que demoraríamos una semana y la estrategia concebida demostró lo contrario”, dijo con orgullo Carlos Arévalo Matos, responsable de la actividad de la defensa en la entidad constructora, quien significa que todavía lloviznaba cuando llegaron los primeros al kilómetro 45 de Vía Blanca.
“En ese momento el agua alcanzaba la altura de las gomas del cargador. Era imposible ir en el yipi. Para evaluar la situación hubo que caminar casi 3 kilómetros”, acota.
Durante las entrevistas nos llama la atención que todos conocen al detalle la producción a realizar. La organización se demuestra lo mismo en el trasiego y maniobras de camiones con el material para el rehinche, que en la meticulosidad en la compactación de cada capa de tierra, que oscila entre los 20 y 30 centímetros.
No escuché una voz de mando para los operarios. Cada quien estaba atento al instante en que uno concluía para dar paso al otro. Fue entonces que divisé a un muchacho, pensé que era hijo de alguno de los constructores. Y tal parece que Arévalo adivinó mis pensamientos al comentar, “ese es el más joven de la brigada”.
Daniel Blanco Paredes tiene 18 años y es operador del cilindro compactador. Abrió la cabina para saludar y solo alcé la grabadora para tomarle una breve declaración, pues su atención era para lo que hacía el buldocero, detrás del cual entraría en acción.
Es el único apoyo que necesitó la ECI del capitalino contingente Raúl Roa García. Le pregunto si es fácil manejar el equipo. Con una franca sonrisa refiere que al principio, hace dos años, era complejo. ¿Te gusta? El brillo de sus ojos es la mejor respuesta, que adereza con una prometedora frase: “Quiero aprender a manejar otros equipos y seguir superándome”.