Solidaridad categoría 5

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Los ejemplos de solidaridad asociados al azote del huracán Irma todavía se suceden después de 10 días de los primeros golpes del peligroso ciclón por el oriente cubano.

Entre tantas muestras este reportero recordará siempre aquellas que le resultaron cercanas del singular sábado sin sol del 9 de septiembre.

Ese día los habitantes del barrio de Colón, en el municipio capitalino de Centro Habana, vivieron más intensos que de costumbre. La marea burló temprano el muro del malecón y fue tomando altura con el pasar de las horas.

Cerca de las tres de la tarde llegó Eduardo Arla a la Estación de Soterrado de la Unión Eléctrica, ubicada en la calle Blanco esquina a Colón, para procurar la evacuación de su padre, José Rafael, de 91 años de edad.

Rápidas gestiones con el policlínico más cercano ofrecían resultados. Ya estaba lista la ambulancia del Sium pero la altura del agua penetrada impedía llegar hasta la vivienda de la calle Blanco marcada con el No. 69, donde reside el anciano.

Con agilidad respondieron Juan Ernesto Sosa Camacho y Rafael Alejandro Gómez Green, trabajadores de la mencionada estación eléctrica. Bastó un minuto para poner a punto el montacarga con un tablón resistente y situarlo en la puerta de la casa de José Rafael. Así, y por todo ese largo día, trocaron sus oficios de operarios por el de rescatistas.

La maniobra se hizo con celeridad. El paciente fue trasladado del montacarga a la ambulacia, y en esta, llevado hasta el hospital Calixto García, en el que todavía permanece.

Y no fue ese el único socorro de la jornada. Hubo cuatro más: lo mismo hacia el policlínico de Blanco y Trocadero que a los centros de evacuación habilitados.

Los familiares de José Rafael Arla están muy agradecidos de la actitud de estos hombres. A Roberki, el nieto, lo abordamos tras la tempestad: “A ellos (señala a los rescatistas) les debemos la tranquilidad que sentimos cuando pusimos al abuelo en lugar seguro”.

“Ese día estábamos movilizados desde temprano, pero la labor del electricista comienza, fundamentalmente, después del paso del fenómeno meteorológico; mientras le brindamos ayuda a aquel que lo necesitó”, dijeron Juan Ernesto y Rafael.

Luego supimos que en tanto evacuaba a uno y otro necesitado, la casa de Juan Ernesto, a pocas cuadras, en el propio barrio, se anegaba sin su presencia.

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Momento del traslado del anciano José Rafael. Foto: Otmaro Rodríguez
Momento del traslado del anciano José Rafael. Foto: Otmaro Rodríguez

Ocurrió en el área conocida como los elevados, próximo a la planta eléctrica de Tallapiedra. El conductor de un vehículo Lada se dispuso a cruzar la vía férrea, y ahí mismo, en ese instante, se le rompió la esférica de la rueda derecha que ya venía avisando que en cualquier momento…

Pero “¡caramba! Tuvo que ser este día, en este lugar…” (pensó el chofer), justo cuando las condiciones del tiempo comenzaban a deteriorarse en la capital como consecuencia del paso de Irma.

Entonces dijo a su esposa: “Lo primero es sacarlo de la línea, pero solo no puedo”. Y como si lo estuvieran escuchando, de otros dos vehículos que pasaban —uno por cada lado— se abrieron puertas y salieron solidarios colegas para sumar tres que levantaran el carro y lo rodaran unos metros.

Y por si fuera poco uno de los rescatistas de ocasión, al comprobar que la rotura era de esférica, se dio la vuelta, fue a su Lada y buscó una pieza similar, de “medio palo” como se dice, pero que resuelve, y se la regaló al chofer averiado”, quien al tomarla en sus manos la vio como nueva.

¡Qué cosas tiene la vida! Unos 12 minutos después de retirado el carro de la línea del tren, pasó una locomotora en viaje de rutina.

Fuera de peligro quedaba montar la pieza. Desde el primer momento el conductor había llamado a dos amigos: Pedro y Rudens (mecánico), quienes rápidamente acudieron al lugar con piezas, herramientas, y especialmente disposición.

Un chubasco intermitente acompañaba, y las brisas anunciaban fuertes vientos para la noche-madrugada. El arreglo se hizo en breve, y conductor y vehículo prosiguieron la marcha.

Estos dos episodios de solidaridad, entre muchos, clasifican como categoría 5, máxima en una entendida escala de humanismo para tiempos de ciclones que los cubanos y cubanas conocemos muy bien.

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