Andar La Habana de la mano de Emilio

Andar La Habana de la mano de Emilio

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El joven universitario conoció de la vida y obra de Emilio Roig de Leuchsenring  gracias al artículo de Eusebio Leal Spengler, publicado en el periódico Granma. Y le bastó correr la vista sobre las primeras líneas para descubrir la admiración del discípulo por tan singular maestro.

La curiosidad lo llevó por donde en una casona de la calle Acosta  el 23 de agosto de 1889 nació el destacado escritor y periodista, nombrado Historiador de la Ciudad de La Habana en 1935, distinción que abrazó con especial amor hasta su fallecimiento en el verano de 1964.

Así lo vio andar por las calles de su Habana; rebelde en los días de alumno del Colegio de Belén; apasionado frente a La Catedral , el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, el edificio otrora Palacio de los Capitanes Generales, donde fundó y dirigió la Oficina del Historiador y el Museo de la Ciudad.

Supo de la cubanía de Emilio, de su marcada obra antimperialista expresada en textos como La Historia de la Enmienda Platt y Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos. También de sus enseñanzas de todos los días en su función de promotor de la cultura e identidad nacionales.

El estudiante de Periodismo, hijo también de la parte antigua de la ciudad, observa tanto patrimonio y agradece la insistencia de Emilio Roig y de otros cubanos durante la primera mitad del siglo XX por hacer sobrevivir a La Habana Vieja  ante el peligro de demoler la para convertirla  tal vez en una ciudad moderna pero vacía.

A Emilio le faltó tiempo para ver realizadas sus grandes ideas, ha escrito Eusebio Leal. Restaurar y conservar para la posteridad fue loable empeño del ilustre Historiador.

Roig de Leuchsenring concibió la investigación no como mera acción de atesorar conocimientos y objetos, sino elemento de sentido dinámico constante que finalmente tiene en la divulgación  un buen fruto.


Sus proyectos para rescatar y mantener La Habana intramuros los mantuvo hasta el último instante, aun en los difíciles días en que la salud le jugaba una mala pasada y hacía que faltara a su oficina. Entonces sus compañeros de trabajo extrañaban su paso lento al ascender la escalera con su impecable traje blanco, sus ojos avizores y la voz rota por el esfuerzo que le exigiera un discurso. Pero una motivación suprema le dominaba: la defensa de lo antiguo y autóctono de la Ciudad y de Cuba.

El joven se detiene ante la casa de Tejadillo marcada con el número 54, última morada de Emilio, sitio de sus jornadas finales de trabajo, llamado por él, con resignación, “El Retiro”.

Esta tarde el alumno ha asistido a una clase de historia de la mano de un gran historiador. Resume en su libreta de notas: “Un hombre así no puede ser resplandor lejano; resulta luz y vida siempre. Cada mañana alza su mirada frente a la ventana para contemplar el pedazo de bahía que entiende suya”.

Emilio Roig de Leuchsenring dijo en una ocasión a su esposa María Benítez: “Cuando yo muera, no me busques entre los mármoles fríos del cementerio porque no estaré allí. Estaré entre la gente de mi Habana, en mi pueblo.” (Texto tomado del libro Por esas mismas calles Emilio Roig y Eusebio Leal)

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