Lo confesó con la mirada humedecida: “Fui feliz aquel 1º de enero de 1959; después cuando tuve a mis hijos; y ahora al anunciarme que sería Heroína del Trabajo de la República de Cuba”.
Tiene un brillo extraño en sus ojos, que parece rejuvenecerla, a pesar de sus más de siete décadas de vida. La voz se le cuaja en una especie de susurro. Sus manos, acostumbradas a hacer trabajos rudos, entretejen gestos dóciles.
En este instante en ella contrastan disímiles sentimientos: orgullo, también satisfacción, aunque la acompaña la modestia de siempre. Julia Labrada Portillo, la trabajadora de la construcción de la unidad empresarial de base Gran Panel Sandino, de Sagua la Grande, Villa Clara, no se cree Heroína.
“Esta condecoración es para grandes médicos, para quienes han hecho algo inmenso. Soy una simple mujer que quiso ser pianista, mire usted qué sueño más loco. Lo que he hecho, eso sí, es sacarles sonido rudo, pero acompasado, a las armazones de prefabricado”.
La Julia que nació con la Revolución
Hay una Julia que murió cuando nació la Revolución. Es aquella que sabía de hambre, miserias, la que por solo tres pesos al mes se empleó con ocho años en casas de adinerados para ayudar a la madre y los nueve hermanos, porque aquel salario era, muchas veces, el único sostén de la familia.
Quien nunca murió fue la Julia que el 9 de abril ocultó a combatientes de la huelga que paralizó a su ciudad natal: Sagua la Grande, la que apoyó a los revolucionarios burlando la custodia que el cabo Manolo había ordenado sobre su casa. Esa mujer aún está activa y no olvida las torturas de jóvenes que como ella querían otra Cuba. Por eso aquel 1º de enero fue una clarinada.
“Salí para la calle, estaba asustada y casi no lo creía. Vivía en el barrio La Gloria, y me dije: ‘Ahora sí que se le puede hacer honor al nombre’. Quedaban atrás tantas atrocidades, como el asesinato de aquel muchachito que dejaron sin uñas, destrozado y tirado en el desvío a Sitiecito. Esas cosas a veces hay que recordarlas, para que no se olviden y se valore lo que tenemos”, dice con sinceridad convincente y prefiere hablar de sus paradigmas.
Vilma, Fidel, Raúl…
Julia supo que no podría ser pianista, pero decidió incorporarse a la gran sinfonía que estaba emprendiendo la Revolución.
“Si soy otra persona fue por Fidel, Raúl y por Vilma. A Fidel lo seguí siempre, fue el guía. Lo vi varias veces en Villa Clara: cuando el acto en la textilera Desembarco del Granma, en su recorrido por Isabela de Sagua al paso del ciclón Kate… Fidel conmovía. Seguir a Raúl es continuar siguiendo a Fidel.
“Y Vilma fue mi hada madrina. Su llamado a que la mujer se incorporara al trabajo fue una orden para mí”, recuerda y continúa hablando como quien remueve las páginas mejor guardadas de un archivo que solo ella puede revisar, por personal e íntimo.
“Me dirigí a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), que se acababa de fundar, buscando trabajo. Mi dignidad era mi divisa; era entregada y cumplidora. Para mí no había fronteras, nada era imposible, todo me parecía poco. Desde ese momento he creído que todo puede hacerse. Vilma me impulsó a tener fuerzas, a ser optimista” , cuando habla de este modo reconoce que en este título que acaba de recibir también está quien fue inspiradora de la mujer cubana.
“Me incorporé a las labores de la planta de prefabricado. Me convertí en la jefa de una brigada de mujeres. Los hombres en un principio no me podían ver, creían que les quitaría el trabajo, empecé a educarlos, a conversar y a los seis meses ellos mismos me eligieron secretaria general de la sección sindical en la que aún ocupo responsabilidades”.
La veterana del MICONS
Es una mujer de ébano, tiene las manos callosas, pero los gestos son suaves, a pesar de ser constructora a pie de obra, de haber alcanzado la evaluación de albañil, de doblar alambrones, de enderezar los elementos que están dentro de los paneles de hormigón, de armarlos con un arte especial que parece una máquina perforadora, de componer techos, limpiar los moldes…
Le dicen la veterana del MICONS por sus décadas entre el cemento, la arena, las cabillas… Ha dejado su impronta de constructora en la escuela Roberto Mederos, de su pueblo, en los edificios de la Nueva Isabela, en el porcino de Calabazar de Sagua, en la secundaria básica de Cifuentes, en la construcción del cine del poblado de Sietecito, en el motel La Roca… Julia se sabe útil.
Quienes la conocen distinguen en ella a una gran mujer, excelente esposa y mejor madre de cuatro hijos, quienes han luchado para que pudiera cumplir sus sueños.
Me sigue confesando secretos: nunca ha fumado, pero le gusta el café tanto que no puede faltarle, fuerte, con el punto exacto de azúcar. Me invita a tomarlo. Decide que brindemos. Siento que es un honor inmenso el que me hace. Brindo en silencio por un momento ansiado, ese de ser Heroína del Trabajo de la República de Cuba y comparto con una mujer íntegra, que luchó por sus verdades, se impuso, se empinó y llegó a la cima.
De pronto me hace otra confesión: “¿Sabes cuál es la sinfonía de los triunfadores?”
Me sorprende la pregunta, me siento cazador cazado. Se ríe. Entona despacio, satisfecha, la melodía. La acompaño. Parece por momentos que quiere que todos la escuchen: ¡El himno de la patria, periodista!
La abrazo. Julia no pudo ser pianista, pero aseguro que entona muy bien Al combate corred bayameses…