La literatura es una manera de desnudar el alma, donde los mayores secretos se vuelven públicos ante un lector que busca identificarse con su semejante. El escritor Rodolfo Alpízar da fe de la sentencia anterior, confiesa guiarse por los personajes de sus novelas, quienes lo conducen por vericuetos cuyo desenlace final solo conocen la imaginación y el ingenio.
El narrador también ocupa prioridad, a veces se entrelaza con su propia voz, al ser uno de los elementos más atractivos e inquietantes de su narrativa. Busca ser él mismo, sin tabúes ni disfraces. Con extrema cautela revela que tanto la literatura como la traducción y la lingüística devienen actos de amor, condición indispensable para la existencia humana.
Muestras interés por recrear novelas de corte histórico. ¿Es una manera de acercarte más a la realidad?
No exactamente; en todo caso, una manera de acercarme a la Historia de Cuba, pero no como se cuenta en los cuadernos escolares, sino como imagino que la sintieron quienes la vivieron.
Hace muchos años, leyendo los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós, me ilusioné con la idea de realizar algo similar, aplicado a la Historia de Cuba, pero más tarde la deseché, cuando me convencí de que no dispongo ni de las herramientas ni de la disciplina para empeño tan ambicioso. Por tanto, aunque tengo varias, publicadas y por publicar (creo que Sobre un montón de lentejas también puede clasificar como novela histórica), no me considero un escritor de novelas históricas propiamente dicho. La muestra está en que varias de mis obras, publicadas y sin publicar, tratan temas muy variados, y ni siquiera se sitúan en algún país en particular. Una de ellas (tampoco ubicada en un lugar específico) es para niños.
De todos modos, confieso que la historia ejerce cierta fascinación en mí.
Tu relación con los personajes va más allá de tu profesión. ¿Ellos te guían en los relatos?
A riesgo de ser excomulgado por los especialistas, admito que, en buena medida, sí. Que quede claro: No oigo voces, ni ningún ser fantástico me indica lo que debo escribir. Quien escribe mi obra soy yo, quien decide qué permanece y qué se elimina de lo escrito soy yo. Pero en el proceso de elaboración de mis obras hay personajes que parecieran cobrar vida de alguna manera dentro mí, y dirigido por ellos voy escribiendo al fluir de las teclas (¡ya no es de la pluma!) lo no imaginado en algún momento anterior. No pocas veces algún personaje, o algún narrador, me obliga a levantarme de la cama a anotar algo, so pena de no conciliar el sueño. Como cualquier escritor sabe, el castigo de no obedecer, además de demorar en dormir, es el sufrimiento al otro día por no recordar qué gran idea fue aquella que no se anotó.
Para mí, eso se llama “inspiración”, la cual considero un estado especial de la conciencia, no el influjo de un ente situado “en el más allá”.
Hay al menos cuatro obras mías donde ese proceso “anticientífico” de creación se manifestó de una manera muy intensa: Sobre un montón de lentejas, La sublime embriaguez del poder, Brindis por Virgilio y Robaron mi cuerpo negro. En esta última, el personaje de Blanco Gordo, por ejemplo, prácticamente me dirigía la mano en ocasiones. Lo que escribí sobre su pasado, su tragedia adolescente con la negrita amante del tío (¡y con el tío!), por ejemplo, nunca había estado en el plan de escritura, y de repente me di cuenta de que lo estaba escribiendo. Con mucha fluidez, las oraciones se halaban unas a otras hasta formar párrafos y sumar páginas. ¡Fue hermoso!
Eso sí, soy consciente de que la inspiración no escribe novelas: Hay que transpirar, adquirir oficio, tachar, borrar, reescribir incontables veces para que eso que propició la inspiración se convierta en obra valedera. Si se trata de una novela histórica, hay que investigar.
Eres el traductor cubano de varias obras de José Saramago. ¿Tienes alguna influencia de esta figura?
Sí, mucha, sobre todo ideológica. Su verticalidad, su libertad interior, su independencia de criterios, su defensa de las causas justas, son un ejemplo de conducta humana para mí. Además, por mi procedencia social, me sirve de estímulo saber que, proveniente de una familia humilde, logró ganarse un puesto en la historia literaria de su país. Ese ser humano admirable llamado José Saramago me haya considerado un amigo es una de mis mayores riquezas como persona.
Por otra parte, como he afirmado varias veces, haber descubierto al escritor Saramago me hizo comprender que el escritor que yo pretendía ser era posible. Yo no creía en el estilo que se estaba formando en mí, entre otros motivos porque sentía que se apartaba de lo que me rodeaba; sin embargo, al conocer la obra de Saramago vi que (salvando grandes distancias, desde luego) ese estilo tenía muchos puntos de contacto con él. Entonces tuve el valor de escribir Sobre un montón de lentejas, mi primera novela (en enero de 1999, en Casa de las Américas, Saramago me dijo que la había leído y le había gustado. Y dijo más: que se lo había comentado a la editorial Caminho, que la estaba editando en Portugal). Precisamente con motivo de la edición portuguesa en el 2000, una crítica escribió que la novela posee “un curioso recorte clásico y una característica asaz curiosa: su parecido con la escritura de José Saramago, en el ritmo, en la construcción de la frase, en la reflexión irónica sobre el arte narrativo y el material de la narración. Solo va más lejos en la burla…”
El narrador ocupa un puesto clave en tus libros. ¿Cómo lo concibes tú?
Debo aclarar que casi nunca en mis obras hay “un narrador”, a secas. Por lo general son varios, que se alternan y, a veces, ocupan el lugar de otros personajes, ¡y hasta les usurpan la voz! Tengo en mi familia un crítico tan feroz como querido, a quien no le gusta mucho esa técnica porque, opina, les complica la vida a los lectores, pero me siento muy a gusto con ella y, en definitiva, compruebo que a pesar de esa dificultad mis libros se agotan. Agradezco a mis lectores por permitirme ser yo mismo.
Si bien algunos afirman que el narrador es una ficción, que quien existe es el escritor, no lo siento así; para mí ese narrador (repito: casi siempre colectivo) que aparece en mis obras es un personaje más que a veces puede confundirse con mi voz, pero la mayoría de las veces no sucede así, pues incluso puede pensar de modo diametralmente opuesto al mío.
Solo recuerdo una ocasión, en Brindis por Virgilio, en que me hago presente como yo mismo en la obra, y suplanto al narrador. Es cuando, al final, tomo la palabra en un encuentro de Alcohólicos Anónimos y digo: “Hola, soy Rodolfo… Quiero dar mi testimonio”.
Rodolfo Alpízar: escritor, lingüista y traductor. ¿Cuál te define con mayor exactitud?
Fui lingüista por el amor a mi Lengua, que no cesa, y porque tuve algunos profesores (amigos queridos después) que me despertaron la vocación; creo que no tuve un mal desempeño, pero para mí es el pasado.
Traductor me hice en una circunstancia hermosa de mi existencia, y creo que nunca dejaré de hacerlo, porque al traducir la traigo al presente y porque, como afirmé recientemente, para mí la traducción implica un acto de amor, que es mi principal objetivo en la vida.
Soy narrador porque siento lo que escribo. No escribiría nunca por demostrar o demostrarme que puedo hacerlo. Tampoco por encargo o por responder a “un momento histórico”, sino porque algo dentro de mí, exige que escriba esto o aquello; por lo general, es algo que me preocupa, me emociona o, de alguna manera, me roba el sueño.
Estos dos perfiles me definen, y no sería capaz de decidir por mí mismo con cuál me identifico más. Es cierto, siempre me presento en primer lugar como traductor, y es por el orgullo que siento cuando me llaman traductor, a pesar de que en nuestra república de intelectuales hay quien nos considera ciudadanos de segunda clase.
Saramago afirmó que los escritores hacen las literaturas nacionales, y los traductores la universal. Tengo edad suficiente para no afectarme que me califiquen de inmodesto o de modesto, por ello no me escondo para afirmar que me siento satisfecho de mi desempeño como narrador, pues contribuyo con mi trabajo a la literatura de mi país. Pero a la vez me siento muy orgulloso de ser traductor, pues con mi desempeño contribuyo a la literatura universal. No son meras palabras, porque he realizado una gran cantidad de primeras traducciones al español de obras de escritores relevantes.
En definitiva, me defino como un doble creador, pues soy creador al escribir mis narraciones, y soy creador al traducir la de otro.
Mi estimado Alpízar, puedes estar orgulloso de la entrevista. Quedó excelente, muy sincera, muy fiel a tus criterios, ese eres tú!!
Un saludo muy cariñoso, Irma