“Yo era casi un niño, así como tú, cuando comencé aquí. Tenía 27 años, pelo negro, bigote y una barbita”, explica. “Si hoy ves una foto de esa época, de seguro te preguntas quién es ese. Se me ha caído el pelo”, dice y sonríe a carcajadas Félix Rivera Páez, Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Lleva más de 35 años en el sector y ha asistido a muchos de los hitos del ferrocarril en la provincia de Pinar. En los talleres de su centro de trabajo, en la Estación de Trenes, es responsable, junto a otros compañeros, de mantener en funcionamiento equipos con considerables años de explotación.
“Como dice el jefe de taller, la planta de soldar y el oxicorte son las piezas de repuesto de las locomotoras y los coches. Esto es pica aquí, empata y suelda allá, las piezas que se pueden remendar con soldadura. Pero siempre con calidad, para que sigan funcionando locomotoras y coches”, declara Félix, reparador A de equipos ferroviarios.
Las jornadas son intensas y comienzan bien de madrugada, cuando se levanta en su casa, en el poblado de Herradura, para trasladarse decenas de kilómetros con destino a la capital provincial.
Con un parque deteriorado, laborar con eficiencia garantiza la seguridad de las personas. Rivera Páez muestra un carro en reparaciones, que pronto habrá de salir. Es una armazón gigante de hierro, “curado” por manos curtidas y precisas.
“Casi lo hacemos trizas por debajo y lo volvemos a montar. Pero siempre se atiende a que la seguridad de movimiento no puede fallar. Los parámetros de la rueda, el herraje, y no sale hasta que todo esté correctamente, en su lugar; si no, no puede salir, porque no se puede provocar un accidente”.
La llegada del período especial impactó seriamente en el sector y las dificultades no demoraron en aparecer. Ante esta situación, el ingenio colectivo fue fundamental para conservar esta forma de transporte.
“Reparamos e hicimos coches para transportar estudiantes becados desde Candelaria hasta Pinar, que todavía hoy funcionan. Les poníamos ventanillas de guagua, con los cristales y los asientos, para hacerlas confortables”, cuenta el experimentado soldador mientras enseña una de aquellas creaciones.
A partir de vagones soviéticos empleados para carga de fertilizantes, un grupo construyó las llamadas “casillitas”, que mantuvieron el traslado de miles de personas, entre ellos, una multitud de estudiantes.
Como curiosidad cuenta que hasta varios de los coches tirados por caballos para la carga de personal, que circulan en la ciudad de Pinar del Río, fueron también manufacturados por él y otro grupo.
Un sistema por turnos implica laborar sábados o domingos, cuando corresponda, porque el tren no puede esperar. Es un antagonismo permanente contra el discurrir del tiempo, que ataca a estas máquinas, de apariencia inexpugnable. Su oficio, asimismo, es imprescindible para el desenvolvimiento de los otros.
“Yo ayudo a levantar cosas, piezas que pesan, ayudando a la brigada en cada cosa que se hace. Las demás personas no pueden hacer mi labor, pero yo sí puedo auxiliarlos a ellos, por los años que tengo de experiencia. Por ejemplo, casi puedo decir que soy mecánico de aire”.
Han transcurrido ya 35 años desde que aquel joven de barba negra comenzó en Ferrocarriles. Ahora su pelo es ralo, blanquecino por las canas y ha sumado distintos méritos que, finalmente, le llevaron al máximo reconocimiento.
“Imaginate tú, es la obra de toda la vida. Uno va cosechando éxitos y medallas. Eso no te lo propones, es el sacrificio que acumulas durante un tiempo, en mi caso desde 1982, año en que me incorporé al movimiento vanguardista que existía aquí, en Ferrocarriles.
“Para mí significa mucho. El día en que me condecoraron allí estaba la más alta dirección del país. Es un honor que un reparador simple obtenga esa alta distinción, un orgullo para cualquier revolucionario, para el que sienta algo por la Revolución”.