En marzo de 1895, José Martí, Máximo Gómez y otros patriotas cubanos, esperaban en República Dominicana el momento propicio para incorporarse a la guerra iniciada en Cuba el 24 de febrero de ese año, tras minuciosos preparativos llevados a cabo por el primero de ellos.
El 25 de ese mes, en la dominicana ciudad Montecristi, Martí y Máximo Gómez rubricaron el documento titulado El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, comúnmente conocido como Manifiesto de Montecristi, en el que expusieron las razones que condujeron a reiniciar la lucha contra el colonialismo español, nueva etapa de la iniciada en 1868; los objetivos perseguidos con ella y las posibilidades reales de triunfar e instaurar una república democrática.
Acerca de la trascendental importancia de ese documento, el Doctor en Ciencias Históricas Ibrahim Hidalgo Paz, investigador del Centro de Estudios Martianos, ha señalado:
“Divulgar la doctrina de la revolución era decisivo para enfrentar las campañas del enemigo, que desde las primeras escaramuzas intentó confundir a las grandes masas de la población para restarle apoyo a la lucha y crear temores entre los españoles residentes en Cuba. Es por ello que el Delegado del Partido Revolucionario Cubano expresó: ‘De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento’”.
El texto expone que «Cuba vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor de su derecho y del ajeno, de cultura mucho mayor en lo más humilde de él, que las masas llaneras o indias con que se mudaron de hatos en naciones, las silenciosas colonias de América».
Y es que en la nueva contienda independentista, los revolucionarios contaban con las experiencias proporcionadas por los anteriores intentos ─la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita─, a partir del exhaustivo análisis martiano sobre ambos sucesos.
En el Manifiesto de Montecristi se ratificaron los objetivos anticolonialistas, y se dejó sentado e hizo añicos el argumento del enfrentamiento nacional, al precisar que la guerra se hacía contra el dominio colonial español, no contra los españoles, y definir la política a seguir con estos para atraerlos al demostrar el beneficio común que de una guerra breve y humana reportaría tanto para ellos, como para los cubanos.
Al respecto, afirmó: «La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la Patria que se ganen, podrá gozar, respetado y aún amado, de la libertad que solo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino». En ese llamado a la concordia, indicó: “No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad”.
Aseguró, asimismo, que la guerra no sería cuna de desorden ni de la tiranía, porque «los que la fomentaron declaran ante la Patria su limpieza de todo odio, su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos o equivocados y su radical respeto al decoro del hombre».
De su contenido emergen valores histórico-sociales, político-ideológicos y ético-morales, que deben primar en la conducción de las guerras, extraídos por Martí al analizar los dos intentos precedentes, para que la contienda resultara breve y exitosa.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.