(Las frases entrecomilladas corresponden a José Martí)
Patria, el periódico fundado por José Martí el 14 de marzo de 1892, cumplió múltiples funciones como medio divulgativo de los principios de la revolución encabezada por el Partido Revolucionario Cubano.
Su director era un eficaz propagandista de esas ideas. Poseía “el don de propaganda, de esparcir, de comunicarse, de meterse por el mundo”, como el propio José Martí dijo de una publicación de la época. Consideraba que para organizar la guerra contra el colonialismo español no era suficiente la obtención de recursos materiales, sino, paralelamente, debían movilizarse las conciencias mediante la utilización de los medios de difusión empleados en su época, la tribuna, el folleto, el periódico, la comunicación epistolar e inclusive el influjo personal en las conversaciones.
Para el enfrentamiento al colonialismo era objetivo esencial el logro de la unidad de todas las fuerzas empeñadas en alcanzar la independencia y neutralizar aquellas que de un modo u otro no compartían estos propósitos, a la vez que se dejaban abiertas las vías para la futura incorporación a las filas de quienes se disponían a construir la república desde los momentos mismos de preparación de la guerra liberadora. Por ello, cuanto se publicara en Patria debía llevar el sello de la política de unificación propiciada por el Partido, contraria a la política de discordia permanente del enemigo, empeñado en su “obra de desavenencia y destrucción”. La metrópoli se valía de agentes y espías para la propagación de la mentira, el engaño, el desconocimiento de la realidad, la calumnia y “el hábil cultivo de las pasiones humanas”, para acicatear las discordias pasadas y presentes, y las antipatías personales, para “meter el puñal de la desconfianza” en las filas patrióticas.
Conocido el plan del enemigo, que esperaba dispersar y ahogar a los revolucionarios, la sabiduría estaba en elaborar otro de efectos contrarios, y llevarlo a cabo con talento. “Plan contra plan. Sin plan de resistencia no se puede vencer un plan de ataque”. Era inaplazable unir todas las fuerzas, que podrían ser vencidas si les faltaba cohesión; ordenar los elementos dispersos; poner al habla a quienes el tiempo o la distancia mantenían en desconocimiento mutuo.
El fundamento de este plan radicaba en la convicción de que el enemigo no constituía un bloque monolítico ante el cual se carecía de opciones, pues en sus filas, como en las patrióticas, se hallaban seres humanos con virtudes y defectos. Partir de un criterio diferente equivalía a conferirle a los opuestos una superioridad de tal magnitud que anularía toda capacidad de maniobra.
El convencimiento de la justeza de las ideas propias, de lo acertado del proyecto patriótico posibilitaba, sin temor alguno, la apertura al diálogo, a la confrontación de ideas, al intercambio de puntos de vista. El Delegado y sus colaboradores no hicieron en Patria ataque indigno contra persona alguna con el pretexto de la defensa propia. Se insistía en el razonamiento respetuoso, “sin ira jamás”, para evitar residuo alguno de amargura que enturbiara las relaciones futuras; sin arrogancias, creadoras de obstáculos al entendimiento, de modo que los aludidos “queden tundidos por nuestra razón serena, y obligados a nuestra magnanimidad”. Martí expuso que la condena no debía dirigirse contra las personas, sino contra los vicios sociales, la soberbia, la vanidad, la codicia, la corrupción, verdaderos enemigos en la búsqueda de la armonía entre los seres humanos.
En las páginas de aquel periódico, por tanto, fue realizada una labor educativa, junto a la denuncia, para convencer a los confundidos y revelar las mentiras de un régimen injusto y avasallador. La necesidad de la unión de las grandes mayorías del pueblo en el enfrentamiento al colonialismo y en el previsible choque con la tendencia expansionista de los Estados Unidos, hacía necesario situar en su justo lugar a quienes buscaban de modo franco, aunque erróneo, la solución del problema cubano en las promesas de la nación norteña. Por ello, en varios de sus escritos, a la vez que condenó a “los cubanos arrogantes o débiles o desconocedores de la energía de su patria”, a la “clase oligárquica e inútil”, calificó a otros de “anexionistas sinceros” y expresó que debían ser tratados “con el respeto que toda opinión franca merece, porque la sustenta de buena fe más de un cubano sincero” que desconfiaba de la aptitud de nuestro pueblo para alcanzar su propia redención y darse un gobierno firme y democrático.
El Apóstol confiaba en atraer a las filas independentistas a los confundidos o atrapados por ilusiones, una muestra más de confianza en la certeza de sus concepciones y en el poder de persuasión sobre quienes no compartían sus criterios. Su ejemplo y su actitud deberían ser imitados por cuantos hacen expresión verbal de la justeza de las ideas martianas y de sus métodos políticos.
Los editores de Patria insistían, en cada uno de los números del periódico, en la estrategia unitaria, basada en sólidos principios revolucionarios, pues el objetivo mayor de la guerra que se organizaba era la fundación de la República. La contienda bélica sería un medio que haría posible realizar las grandes transformaciones necesarias al país, mediante las cuales se alcanzaría una nueva forma de organización política de la sociedad que, con la plena participación del pueblo, encauzaría la justicia social y el reordenamiento económico.
En la base de la República nueva se halla el respeto al individuo, factor esencial de la sociedad. “Su derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre”. En el ideario martiano el mejoramiento humano, la potenciación de lo mejor del ciudadano, solo puede alcanzarse mediante “el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre”, con lo que se fortalecería la nación frente a quienes solo aspiraban a sustituir a los mandantes foráneos y, una vez ocupados sus puestos, continuar la mala tradición de despreciar las necesidades y opiniones de las mayorías, a generalizar la desconfianza paralizante desde posiciones autocráticas y dogmáticas, con olvido de la honestidad de pensamiento y acción: “Sólo el ejercicio general del derecho libra a los pueblos del dominio de los ambiciosos”.
La futura organización de la sociedad debía garantizar la participación de todos, con sus opiniones diversas, con el trabajo y la virtud como garantías para el reconocimiento social, “porque el mérito se los asegure en vez del favor, y no entre en la sangre de la república la peste de los burócratas”, pues “la vida burocrática tenémosla por peligro y azote”, y no debe primar en un país donde la vida creadora sería “la única garantía del derecho del hombre y de la independencia del país”.
El Delegado del Partido Revolucionario Cubano no pretendía servirse de sus compatriotas, sino servirlos, y la mejor forma de demostrar sus diáfanas intenciones era hacer explícitos, en el periódico revolucionario, los objetivos perseguidos. El Maestro nada ocultaba. Actuaba sin intrigas ni corrillos privilegiados, sin alardes de conquistas o logros carentes de respaldo verdadero: “La república, sin secretos. Para todos ha de ser justa, y se ha de hacer con todos”.
Hasta los últimos momentos de su vida en campaña, el Maestro esgrimió aquella arma para el combate revolucionario, Patria, contra el colonialismo y el imperialismo, para la fundación de la República.