Por Angelina Rojas Blaquier
El 22 de enero de 1948 cayó herido de muerte Jesús Menéndez Larrondo a manos del capitán del Ejército Joaquín Casillas Lumpuy.
Desde el mismo momento de su asesinato, las fuerzas armadas del régimen y personeros de este, sabedores del significado de aquella ignominia, comenzaron a tejer un ardid demasiado burdo, y como dijera el forense que le practicó la autopsia, el doctor Ángel Ortiz, para intentar modificar lo inmodificable y proteger al capitán Casillas de aquel acto indigno e injustificado.
Es precisamente esa falsa acusación la que retoma Newton Briones Montoto, en su artículo La muerte de Jesús Menéndez, una historia mal contada, publicado en el número 2/ 2016 de la revista Espacio Laical, para liberar de culpas al entonces capitán del Ejército Joaquín Casillas Lumpuy, presentando al líder obrero como el verdadero promotor de su propia muerte, al disparar contra el jefe militar.
Afortunadamente, en entrevista recogida en el documental Jesús, el hombre que tenían que matar, realizado por los Estudios Cinematográficos del Instituto Cubano de Radio y Televisión en el año 1986, el exsoldado José Manuel Alarcón Jiménez ofreció su testimonio claro y concluyente, que contradice lo expuesto en el informe policial rendido por Enrique Chartrand, cabo 85. B. de investigaciones, que lamentablemente es el principal elemento que utiliza Newton Briones Montoto.
Llama la atención que Alarcón, ante todo, da la siguiente caracterización de Casillas:
“Casillas era un individuo sanguinario. Lo mató porque él lo quiso matar, él tenía que matarlo. Casillas era malo… pero malo, porque ahí con nosotros en el cuartel era malo… Cuando él venía, muchos guardias no hallaban dónde meterse”.
En la narración del asesinato, que coincide totalmente con la versión historiográfica, Alarcón, además de ratificar todas las incidencias que hubo en el tren desde Yara hasta Manzanillo, y la manera en que balearon a Jesús describe el ataque del cual fue víctima por el propio Casillas, cuando intentó asesinarlo sin ningún escrúpulo, para liberarse de su crimen.
Narra Alarcón que, cuando se producen los disparos, él corre como muchas otras personas hacia una esquina del andén para tratar de esquivar los tiros, pero no llegó lejos:
“Casillas me manda un tiro a mí, a sedal, detrás de la oreja y caí sin conocimiento. Casillas venía a rematarme, pero no pudo hacerlo, gracias a Matías, un chofer que había aquí y ya murió hace bastante tiempo”. Matías le gritó a Casillas que no disparara, que era un soldado el que estaba en el suelo. Agrega Alarcón: “Si no es por Matías, Casillas me mata a mí también”, y subraya: “Con ese disparo Casillas buscaba hacer ver que Menéndez había disparado, es decir, que Menéndez traía arma y había disparado, eso es por lo que trata de matarme. Si no hubiera sido porque Matías, que al avisarle lo dejó al descubierto en su acción, él me mata allí, ese era Joaquín Casillas”.
El documental recoge también el testimonio del doctor Ángel Ortiz, quien se encontraba de guardia en la Casa de Socorros cuando llegó el cuerpo ya sin vida del líder revolucionario, conducido en el auto del chofer Manolo Maín, quien lo trasladó en sus brazos muy rápidamente hasta la meseta de atención primaria de dicho lugar.
El examen médico, cuenta Ortiz, arrojó que Jesús sufrió tres disparos, uno de los cuales, el tercero, le causó la muerte, pues presentaba una herida penetrante en la región lumbar con orificio de entrada y salida de atrás hacia adelante, elementos también muy conocidos.
La trama que había empezado a urdir Casillas desde que disparó al soldado Alarcón, continuó cuando la soldadesca pretendió sustraer el cadáver, pero el cuerpo de Jesús Menéndez había sido trasladado de inmediato al local del sindicato Fraternidad del Puerto y allí los numerosos trabajadores que llegaron con premura al lugar, encabezados por César Vilar y Paquito Rosales, impidieron la entrada de los militares al local, frustrando de ese modo el robo del cadáver y otro de los primeros intentos por falsear lo ocurrido.
En el artículo que motiva este trabajo se afirma que la versión que ahora se presenta no es conocida, a pesar de que existe información suficiente en los Archivos del Instituto de Historia de Cuba. De dichos documentos reproduce el informe presentado por Enrique Chartrand, cabo 85. B. encargado de la investigación, fechado en La Habana, el 16 de febrero de 1948.
No es propio de la ciencia histórica fundamentar un criterio a partir de un documento. En el caso que nos ocupa, de ningún modo puede ser prueba suficiente, ante todo porque es una sola versión, transmitida por un policía que dice haber estado ahí, y que bien podría ser alguien con la orden de tergiversar lo sucedido. Ese documento que se cita textualmente, y el único en que el autor fundamenta su opinión, es de cualquier modo insuficiente para dar una vuelta al triste episodio acontecido el 22 de enero de 1948, y que consolidó a Jesús Menéndez como uno de los íconos más valiosos y representativos del movimiento obrero y sindical cubano, que tuvo entre sus méritos principales no solo su accionar en el movimiento sindical, sino su papel en la defensa de la economía cubana a partir del patriotismo y de la lucha por la independencia económica, incluido el Parlamento.
Tampoco es válida la afirmación de que la información que se usa es desconocida. Aunque los archivos del Instituto de Historia de Cuba están temporalmente cerrados por peligro de derrumbe y en cuya reparación se trabaja a la mayor celeridad posible, las listas de los documentos consultados que obran en dicho archivo muestran una larga relación de usuarios que han revisado ese expediente y el resto de los existentes en torno a Jesús Menéndez. Además, un vistazo a la prensa de esos días, ineludible para un historiador, refleja aquel suceso con lujo de detalles por el impacto social del hecho. Entre estos pueden citarse, junto al periódico Hoy, Alerta, El Mundo, El País, Información y hasta el Diario de la Marina.
No menos importante resulta la información aparecida en Noticias de Hoy un día antes de que el referido cabo Chartrand y el vigilante Juan J. Llinás Gil fuesen informados de la designación para ocuparse de la investigación.
Esta fue la información:
“Por Teléfono Diálogo entre el »Oficial Investigador» y el Asesino Casillas. Una conversación telefónica por larga distancia entre el Comandante Aragón y el Capitán Casillas:
ARAGÓN: “Oye, qué pasó ahí…”
CASILLAS: “Nada, tu sabes… Ese negro ya nos tenía muy… (Palabra impublicable)”
ARAGÓN: “Date cuenta que ese es un asunto muy delicado. ¿Tú has redactado bien las diligencias? CASILLAS: “Sí, sí, no hay problema…” “El asunto va a aparecer como que él atacó a un soldado, y yo, en defensa propia, tuve que actuar….”
ARAGÓN: “Bueno, tú has cursado varias academias y sabes lo que haces…”
__________ Damos fe —nosotros— de la exactitud de las palabras intercambiadas por estos dos oficiales.”