Margarita Mateo Palmer (La Habana, 1950) es la trigésima séptima persona que recibe el Premio Nacional de Literatura de este país, un galardón que ha reconocido a importantísimos escritores por la obra de toda una vida.
La ceremonia, como ya es tradición, tuvo lugar en la sala Nicolás Guillén de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, sede principal de la Feria Internacional del Libro.
Un jurado presidido por Reynaldo González (quien recibiera el mismo premio en el 2003) destacó la “vasta obra literaria, que se ha movido en los terrenos de la ensayística, la investigación literaria y la narrativa, con una muy alta calidad”.
Ante un auditorio de amigos, alumnos y admiradores, la también eminente profesora evocó su itinerario creativo, sus referentes e hitos.
Por suerte para sus lectores, la escritura dejó de ser para Mateo un “acto de absoluta intimidad” para convertirse en oficio público y reconocible. Mucho tuvo que ver en esa decisión su ejercicio pedagógico e investigativo.
Ella sigue siendo una gran maestra, pero su legado trasciende hace rato las cuatro paredes de un aula. Bastaría un título para incluirla dentro de los imprescindibles de nuestra literatura: Ella escribía poscrítica (1995), libro esencial, que marcó un hito en los estudios sobre la historia, la crítica y la teoría literarias.
Habría que sumar otra obra de referencia, de grandísimos aportes: Paradiso: la aventura mítica (2002). Y su laureada novela Desde los blancos manicomios (2008)… En fin, el Premio Nacional de Literatura 2016 parecería colofón natural, pues Margarita Mateo ha obtenido los más encumbrados reconocimientos literarios cubanos, entre ellos siete Premios Nacionales de la Crítica Literaria (la cifra probablemente no esté cerrada, pues la escritora está en plenitud de facultades).
Según Margarita Mateo, el galardón que recibió este domingo es un don que la sobrepasa, pero en realidad es acto de justicia. Ella es hace rato una de las más acuciosas promotoras de la literatura y la cultura cubanas y latinoamericanas; una profesora de altura; una investigadora preclara… Y —¿quién pudiera ponerlo en duda?— escribe con el vuelo, la destreza y el rigor de los grandes. Grande ella misma.