Hace solo unos días, la tierra guantanamera que la vio nacer, recibió los restos mortales de Enma Elvira, la maestra tremenda, una de las personas más venerables por toda la zona del Guaso.
Años antes la entrevisté y puedo asegurar que pocas veces vi rostro más bondadoso ni donde prevaleciera la ternura con mayor esplendor.
Entonces, aún sin los achaques y fastidietas que la mucha edad le provocaron en sus últimos días, su memoria prodigiosa y su conversación admirable hicieron de la entrevista una verdadera clase con la ya para mi maestra de todos.
De niña la conocían por Viyá, pero su corazón florecía de alegría cada vez que alguien la llamó maestra, o profe, pues llevaba en lo más profundo de su ser esa bendita condición, que me hacía recordar la imagen de mis maestras de antaño, a la Raquel y la Mercedes de mis años infantiles.
Cuando nadie la estaba esperando
Nacida y criada en ese pedacito guantanamero de Máximo Gómez entre Mármol y Bernabé Varona, frente al muy conocido Gremio de los Panaderos, podría decirse que Enma Elvira llegó a este mundo cuando nadie la estaba esperando. “Es que mis padres tuvieron cuatro hijos y estos ya eran jóvenes cuando llegamos otros seis. Nadie podría decir que mamá saldría embarazada a esas alturas, pero así son las cosas y hay que aceptarlas”.
La máxima de sus padres era que los muchachos fueran algo en la vida, y en sus recuerdos más lejanos ─y queridos─ estaba el deseo de ser maestra. Y a eso dedicó sus energías.
Desde 1946 fue Maestra Hogarista en una escuela privada donde ganaba 20 pesos mensuales. Después se inició en las Artes Manuales y más tarde en la Economía Doméstica. En 1948 comenzó a simultanear clases en una Escuela Pública Nocturna. “Pero Maestra Primaria me hice con la Revolución”, enfatizaba con orgullo.
En plena tiranía batistiana comenzaron sus trajines revolucionarios y hoy se ufana de pertenecer a una de las familias guantanameras que más combatientes aportó al Ejército Rebelde. ¿Quién podría pensar por aquel entonces que la maestra Elvira anduviera metida en el trasiego de armas y en la conspiración contra la dictadura?
Ante todo, maestra primaria
Para ella la vida fue hermosa, pero llena de sacrificios. Su felicidad junto al médico Rafaelito, el esposo, fue inmensa. “Hubiera querido tener cuatro o cinco muchachos, pero siempre perdía las barrigas…al final tuve una hija, que hoy vive en La Habana. Estudió en el Instituto Superior de Arte, es escritora y trabaja en un centro cultural en la capital”.
Desde siempre las muchas tareas, docentes y políticas, le robaban casi todo su tiempo y no la dejaban pensar mucho en ella misma. Alfabetizó en su propia casa. Fue por más de 20 años Educadora de su Bloque de la Federación de Mujeres Cubanas y tomó parte en zafras azucareras y en otras labores agrícolas. Fue interventora de una escuela privada. ¡Y con 60 años se graduó de Licenciada en Educación!
Por todo ello era feliz, mucho más porque tenía su aula y sus muchachos. Durante 55 años se mantuvo frente al aula y por casi 40 fue la directora de la escuela Enrique José Varona. Allí estaba su encanto y por más que le propusieran irse al Pedagógico o al nivel secundario, se mantuvo firme en su primaria. “Es lo que más me gusta, enseñar a los niños. Cada mañana les decía algo distinto a los muchachos. Yo pensaba, y pienso, que cada día tenían que aprender algo diferente y bueno. Un día les hablaba de cómo comportarse con sus compañeros y con los mayores, otro sobre cómo conversar, como lucir siempre lindos y hermosos, su aseo personal
“Fueron mis mejores años”, dice. Y se ufana de que en ese tiempo nunca le tuvieran que descontar un día de salario a ninguno de los maestros de su escuela, porque cada vez que alguno faltaba, entonces ella se encargaba de esa aula y los muchachos no perdían la clase. Incluso, por dos años fue también conserje del centro, pues la compañera se enfermó y no la sustituyeron. “Por ese tiempo yo llegaba más temprano y limpiaba. Nunca nadie vio sucia mi escuela”.
Elvira es mucha Elvira
En 2002 cobró fuerza la negativa corriente de jubilar a los viejos. “Yo me sentía muy bien, con mucha fuerza todavía, pero me obligaron a la jubilación. Si me hubieran dejado, aún yo fuera la maestra de la escuela… fue mi peor momento.
“Me asustaba mucho cuando me despertaba y me veía en la casa. A veces me sorprendía preguntándome qué hacía allí y no en la escuela. Recuerdo que a la semana siguiente de jubilarme me caí y me partí el tobillo y hoy tengo linfangitis”. Parecería que los demonios encontraron cobija en su alma, y se sintió triste en estos últimos años por no poder irse al aula, aunque feliz por el amor que le prodigaban sus alumnos de siempre.
Serían interminables las muchas anécdotas de Elvira, las cosas tremendas de su profesión. Y también de las mañanas en que tiene que colar café dos o tres veces, porque bien temprano comienzan a pasar por su puerta la gente de su antigua escuela y otros de lugares cercanos. “Me traen el café, y les gusta tomarlo en mi puerta, lo que me hace muy feliz”.
Pero Elvira es mucha Elvira y no por gusto ha sido la maestra de varias generaciones. Del abuelo, del padre y del hijo. Y hoy repasa y prepara a muchos muchachos. “Y cuando sacan sus buenas notas les hago algún regalito para que se estimulen”
Heroína de siempre
Enma Elvira se creía una mujer con suerte, pues aseguraba conocer a otras personas con tantos méritos, pero sin el título inmenso que ella posee. No la contradigo. Probablemente tenga razón, pero con la despedida una vecina me enseñó un mensaje que a la maestra enviaron unos antiguos alumnos. “Al leer el periódico ayer no sabe la alegría que sentimos al saberla Heroína del Trabajo de la República de Cuba, pues ello demuestra que sus 78 años han sido fructíferos. Aunque no lo crea, siempre la recordamos con cariño. Mis hijos recuerdan mucho la escuela primaria que tan bien supo y sabe dirigir. La felicitamos mis hijos y yo, sus alumnos de siempre.