Cinco Palmas, un lugar perdido en los montes del oriente cubano, pasó a la historia hace seis décadas como ejemplo de la voluntad de vencer, cuando los rigores de la adversidad parecían imponerse.
En el reencuentro de un puñado de hombres maltrechos, que habían padecido una travesía arriesgada, un desembarco azaroso, el ataque sorpresivo del enemigo, el asesinato de una veintena de sus compañeros y la dispersión de otros, no hubo lugar para las palabras desaliento ni fracaso. Por el contrario, se produjo aquel diálogo inolvidable:
—¿Cuántos fusiles traes?— le preguntó Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!
La expresión, como señalaría años después el propio líder de la Revolución, estaba inspirada en la frase del Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes, cuando al quedarse con unos pocos combatientes, exclamó: “¡Aún quedamos doce hombres! Bastan para hacer la independencia de Cuba”.
Y es que los reunidos en Cinco Palmas no conformaban un grupo de aventureros, como el adversario se empeñaba en difundir, sino de continuadores conscientes de una epopeya libertaria, que como sus antecesores mambises no se intimidaban por las dificultades.
Fidel había expresado desde el exilio esa decisión inalterable de vencer: “(…) me lleno de fe en que por largo y ancho que sea el camino, el éxito más rotundo culminará nuestra lucha”, y agregó con su admirable optimismo: “Tal vez si el camino fuera fácil no me sentiría tan feliz y animado. ¿En qué podríamos parecernos entonces a los que en otros tiempos hicieron la independencia de Cuba frente a obstáculos cien veces mayores?”.
Ejemplo fehaciente de que esa era la vía correcta a seguir fue que con esos siete fusiles, sumados a otros que los campesinos recolectaron de los compañeros asesinados o que habían sido guardados para recuperarlos más tarde, se obtuvo el primer triunfo del naciente Ejército Rebelde.
No fue posible plasmar en una imagen fotográfica aquel reencuentro de Fidel y Raúl en Cinco Palmas, pero el lente captó otra aún más significativa: la de ambos, con los brazos alzados en señal de victoria, tomada tres décadas después, en ese mismo escenario, como elocuente ratificación de que el triunfo les corresponde a los que perseveran en la defensa de una causa justa.
Para entonces no solo se había ganado la guerra, sino empezado a construir una sociedad nueva, en abierto desafío al imperio que a la distancia de 90 millas hacía lo imposible por destruirla. Todavía quedaban muy duras pruebas, a las que el pueblo pudo afrontar y continuar adelante guiado por un líder que desde los tiempos oscuros de la prisión declaró: ” Me propongo vencer todos los obstáculos y librar cuantas batallas sean necesarias”. Y lo hizo junto a lo que llamó siempre su mejor tropa, el pueblo.
Es esa la permanente enseñanza de Fidel, como reiteró Raúl: ”que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece en su voluntad de vencer, hace una evaluación correcta de cada situación y no renuncia a sus justos y nobles principios”.
Al evocar el reencuentro inicial de Fidel y Raúl en Cinco Palmas, resalta la figura de quien desde el primer momento fundió los lazos de sangre con la hermandad de ideales y se convirtió por sus propios méritos en uno de los comandantes más aguerridos y prestigiosos de la guerra de liberación, en el eficiente general del ejército de la patria, en el compañero al que le correspondió la difícil tarea de relevar al único Comandante en Jefe de la Revolución cubana, cuando este no pudo continuar al frente del Gobierno.
Rául la ha cumplido de manera ejemplar, como lo enseñó Fidel, demostrando que podíamos seguir no solo resistiendo sino desarrollándonos, sin dar ni un paso atrás. Y declaró públicamente, para que no cupiera la menor duda, cuando le tocó asumir esa gran responsabilidad: “Estoy aquí para hacer más socialismo”.
Los años transcurren y los hombres mueren, por inexorable ley de la vida, pero nos cabe la satisfacción de que Fidel se fue invicto, después de una larga existencia entregada a su pueblo, sin que nadie lo pudiera matar.
Muchos revolucionarios cubanos le habrán querido pedir, como lo harían con un padre, lo expresado en la canción: No te sueltes de mi mano, aún no sé andar bien sin ti. Debemos confiar en que andaremos bien, porque tenemos para siempre un Fidel que, como en Cinco Palmas, nos guiará con su convicción de vencer.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …