Un Presidente todo humanismo

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Fidel recibió a los 139 niños que llegaron a Cuba en el primer vuelo aquel 29 de marzo de 1990. | foto: Roly Montalván
Fidel recibió a los 139 niños que llegaron a Cuba en el primer vuelo aquel 29 de marzo de 1990. Foto: Roly Montalván

Justo al pasar la medianoche del 26 de abril de 1986, las dos explosiones del reactor cuatro de la planta de Chernóbil, en Ucrania, sembraron una trágica visión del empleo pacífico de la energía nuclear: se vertieron a la atmósfera unas 200 toneladas de material fisible con una radiactividad equivalente a entre 100 y 500 bombas atómicas como la que fue lanzada sobre Hiroshima.

El accidente fue catalogado como el más grave de la historia; la zona contaminada alcanzó 150 mil kilómetros cuadrados en los que se afectaron alrededor de 3 millones de personas. La radiación causó múltiples enfermedades en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, de manera que en el 2005 la Organización Mundial de la Salud elevó el saldo de pérdidas humanas por la avería a unas 4 mil personas.

El suceso impactó en Cuba, un país pequeño y bloqueado por Estados Unidos, pero con un Presidente todo humanismo, que ideó un programa gratuito para la atención integral a niños gravemente enfermos por la contaminación en Chernóbil. Y lo que no esperaban, incluidos los protagonistas de la historia, era que aquel 29 de marzo de 1990, cuando se abrió la puerta de la aeronave que transportaba a los primeros 139 infantes hasta La Habana, un Comandante vestido de verde olivo los recibiera en la escalerilla.

Fidel les aseguró que en Cuba siempre encontrarían la solidari solidaridad del pueblo y de su Gobierno, y se ocuparía personalmente de su atención. Cuba fue la primera en extender la mano como ha hecho con otros pueblos en sus años de Revolución.

Los diagnósticos revelaban que la mayoría de los niños sufrían por enfermedades oncohematológicas provocadas por la radiación, pero también los había con padecimientos de tiroides, afecciones endocrinas, digestivas, ortopédicas y cardiovasculares.

Cuentan algunos medios de prensa que en más de dos décadas que duró el programa se atendieron alrededor de 25 mil personas, entre ellas más de 20 mil eran infantes, quienes recibieron atención médica, que incluyó rehabilitación psicológica, alimentación balanceada, actividades culturales; se les realizaron seis trasplantes de médula ósea, dos de riñón, 14 cirugías cardiovasculares y más de 600 operaciones neurológicas y ortopédicas.

Se abría así una de las páginas más humanas de la historia, que involucró a médicos, enfermeras, especialistas de la salud y de la educación, quienes a tiempo completo dedicaron sus esfuerzos, sus conocimientos, investigaron y se crecieron ante el dolor de cada uno de sus pacientes o educandos.

Libros, exposiciones fotográficas y miles de noticias han recorrido el mundo contando la estremecedora realidad de los niños que en la antigua ciudad escolar, en las arenas y las playas de Tarará socializaron nuevamente con el mundo: llegaban callados, temerosos y cohibidos; entre sonrisas y gestos de bondad recuperaron la vida.

Algunos han regresado a Cuba para realizarse chequeos médicos o por agradecimiento a un pueblo y a un Comandante que los salvó. Muchos tienen hijos sanos, están curados y felices, como contó la ucraniana Liuda Bilich, quien tenía 12 años cuando vino a la isla en el segundo vuelo que trajo a niños afectados.

“Siempre los médicos nos atendían con cariño, con una sonrisa, me sentía como con mi familia. Eso no se puede olvidar. En Ucrania no tenía evolución en mi crecimiento y luego se me presentaron problemas con la glándula tiroides. Veía con dificultad y hasta perdí las cejas. En Cuba me curaron completamente”, contó a Granma.

Así, de Chernóbil a Cuba, Fidel dio otra lección de humanismo, que no se interrumpió ni en el momento más difícil de la crisis económica.

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