Es posible que a usted le haya sucedido alguna vez que pensara mal, desconfiara, se mostrara prejuiciado hacia algo o alguien, al pensar que podría ocasionarle un daño, cogerle en falta, ponerlo en una posición difícil; y sin embargo, después el propósito y el resultado final tal vez fuera completamente distinto: esa persona, institución o método de trabajo en realidad intentaban salvarlo a usted de un descalabro irremediable.
Más o menos así les sucede a diario a muchos colectivos de trabajadores con el tan mentado y no siempre comprendido, ni querido, control interno.
Cuando nos hablan de control interno, lamentablemente no son pocos los que piensan en vigilancia, correctivos, prohibiciones, obstáculos, cuando bien aplicado, esa concepción de trabajo es exactamente lo contrario.
Los técnicos podrán definir con mayor exactitud científica el término, pero en lenguaje común, hay que asumir el control interno como el sistema, el proceso, la manera de hacer las cosas del modo que más nos faciliten la vida y nos eviten problemas presentes y futuros.
No hay por qué tenerle miedo, ni pensar que estamos hablando del Coco, que nos viene a comer cuando nos portamos mal. Lo importante del control interno es que resulta una filosofía y un método para organizarnos y trabajar mejor, sin contratiempos. Y su éxito lo garantizaremos cuando ese orden exquisito en lo que hagamos se traduzca no en temores y sobresaltos, sino en mayores ingresos para nuestros bolsillos.
Por supuesto, hay individuos que rehúyen el control, interno o externo, mayor o menor, son alérgicos a cualquier control, y precisamente lo hacen porque no están haciendo bien lo que tienen que hacer, ya sea por descuido e irresponsabilidad, o porque quieren disimular o apañar alguna fechoría.
Esos sujetos, con no poca perfidia, a veces crean leyendas negativas y tratan de achacar al control interno las culpas de sus propias deficiencias o sus malas intenciones. Ahí vienen las críticas al contador que alerta de una violación, al directivo que exige que se cumpla lo establecido o a la legislación que establece un procedimiento razonable para asegurar un resultado.
Ni hablar entonces de cuando anuncian una auditoría, o como ahora, la realización de la Comprobación Nacional al Control Interno que organiza la Contraloría General de la República. Ahí empieza a cundir el pánico entre quienes esconden debilidades en su actuar.
Pero los trabajadores y la gente honrada no debemos caer en esa trampa. El que no la debe, no la teme, dice un viejo refrán. Y lo mejor que puede haber, para quienes integran un colectivo, es sentirse seguros, con el conocimiento exacto de la responsabilidad, las funciones, los límites y prerrogativas que tienen en cada puesto. Y eso lo garantiza, en cualquier circunstancia, un sistema de control interno adecuado, razonable y comprometido con la justicia.
El carácter preventivo de este ejercicio nacional resulta un buen ejemplo de esta contribución. Ya van por la oncena edición. Le preguntaba a una de las vicecontraloras si no corre el riesgo de ser un procedimiento reiterativo, rutinario, de esos que con frecuencia se desnaturalizan con el tiempo.
Pero no. Estas comprobaciones anuales perfeccionan cada año su proceso. Cambia o profundiza en sus objetivos y procedimientos. Aunque tiene el mismo nombre, no hacen lo mismo. La entrega de tierras en usufructos, los subsidios, la colaboración económica, la ejecución presupuestaria, son numerosos los temas ya recorridos. Los de este año, las nuevas atribuciones de las empresas estatales y la marcha de las cooperativas no agropecuarias, son esenciales.
De estas inspecciones salen además recomendaciones para los organismos rectores de cada actividad, e incluso sugerencias para modificar legislaciones y normativas. No llueve sobre mojado, sino en tierra fértil.