Acabamos de ser testigos de un voto histórico en la ONU cuando Estados Unidos al ponerse a consideración de la comunidad internacional el criminal bloqueo contra Cuba se abstuvo. A esta victoria se sumó otra igualmente contundente en el mismo seno de las Naciones Unidas, cuando La Mayor de las Antillas fue el país más votado, con 160 Estados a favor, entre los que optaban por ser miembros del Consejo de los Derechos Humanos (CODEHU) para el período 2017-2019.
Esta última decisión se contradice con la falacia a la que continúa aferrado el gobierno estadounidense, reiterada en ese escenario por la embajadora del imperio, Samantha Power: la acusación de que en nuestro país “se violan los derechos humanos sistemáticamente y con impunidad”.
Quienes hoy esgrimen ese falso argumento no se inmutaron cuando en Cuba sí se pisoteaban groseramente esos derechos. Ellos no quieren que se recuerde el pasado porque la historia los denuncia, y uno de los tantos hechos que contemplaron sin mover un dedo ocurrió hace ya 60 años: la irrupción violenta de la policía de la dictadura de Fulgencio Batista en la embajada de Haití en La Habana, y el asesinato allí de diez jóvenes revolucionarios cubanos que habían recibido asilo en esa sede diplomática, en espera de visado para viajar a otros países.
Se trataba de dos grupos: uno de ellos vinculado al frustrado asalto al cuartel Goicuría,en la provincia de Matanzas, en el cual, por cierto se había cometido seis meses atrás una matanza con los prisioneros, de lo que quedó como macabra constancia gráfica laimagen del sanguinario Pilar García,uno de los mayores represores del gobierno de Fulgencio Batista, quien posó para la cámara agachado y sonriente junto a uno de los asaltantes asesinados.
El otro grupo de revolucionarios asilados estaba acusado de haber participado en el fallido ajusticiamiento del connotado asesino y senador de la República Rolando Masferrer Rojas.
Los esbirros estaban sedientos de sangre, porque dos días atrás, enel cabaret Montmatre de la populosa Rampa capitalina, un comando del Directorio Revolucionario había ajusticiado al coronel Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar.
Acostumbrados a matar y no a poner ellos los muertos, en la tarde del 29 de octubre arribó a las inmediaciones de la sede diplomática haitiana una jauría de uniformados comandados por el jefe de la policía Rafael Salas Cañizares, quien se hizo acompañar por sus ayudantes y una oficialidad que hacía gala de su vocación criminal: el coronel Conrado Carratalá, el jefe del Buró de Investigaciones, coronel Orlando Piedra y el entonces capitán Esteban Ventura.
El pretexto para irrumpir en la embajada fue la supuesta denuncia hecha por sus funcionarios al jefe de la policía de que un grupo de jóvenes armados había tomado por asalto el inmueble, versión sostenida por el propio tirano y que fue desmentida al siguiente día por los diplomáticos.
En realidad los uniformados no necesitaban ningún argumento para irrumpir en la embajada sita en 7ma esquina a 20 en el lujoso barrio de Miramar, aprovechándola ausencia del personal diplomático. Solo uno de los jóvenes asilados estaba armado. Contra él disparó con ganas su ametralladora el obeso jefe de la policía, pero no contó con que el revolucionario, herido de muerte, extrajera su arma y le disparara desde el suelo hacia el único punto que no estaba protegido por el chaleco antibalas del esbirro: el bajo vientre.
Diez vidas fueron segadas en un instante. Al otro día Salas Cañizares moría como consecuencia de las heridas recibidas.
Pero la masacre, como muchos otros crímenes cometidos por el batistato no fue objeto de repudio por el gobierno de Estados Unidos, ni condenada por la OEA ni denunciada las Naciones Unidas. Washington no estaba interesado en “regañar” siquiera a su aliado antillano.
Sin embargo, pronto la historia iba a cambiar: Convencido de ello, lo había expresado por escrito en la revista Bohemia uno de los jóvenes asesinados aquel día, Eladio Cid:
“El pueblo de Cuba conoce ya la Unidad Revolucionaria y el movimiento que preside Fidel Castro, que en estos momentos que vive Cuba será la salvación de nuestra soberanía en una consigna que muy pronto será una realidad: En 1956 seremos libres o mártires.”
Menos de dos meses después, el 2 de diciembre, con el desembarco en las costas orientales del yate Granma empezaría una nueva gesta nacional para el rescate de la soberanía mancillada.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …