En el béisbol, con independencia de las transformaciones experimentadas a lo largo de más de 150 años, se mantiene invariable como uno de los aspectos vitales, en las aspiraciones de obtener la victoria, contar con una combinación efectiva de short-stop y camarero, en torno a la defensa del segundo cojín.
Ambos, de conjunto con el receptor y el center field, conforman la denominada línea central, sin cuyos servicios de excelencia es prácticamente imposible aspirar a un título en cualquier campeonato.
En el caso de torpederos e intermedistas se necesita de una relación especial que les garantice pasarse la bola sin apenas mirarse y fabricar doble play relampagueantes, con los que se evite potenciales rallys ofensivos de los adversarios.
Si ambos funcionan como mecanismo de relojería, el lanzador en el montículo verá resguardada su labor y los compañeros se colocarán en el rectángulo de bateo con motivación adicional. En el caso contrario el elenco sufrirá no pocas derrotas, sencillamente porque la llave del cuadro, a la que le corresponde conducir los hilos al campo, se comportó errática. El objetivo cimero no es que cada cual brille por su lado, sino que reine la compenetración dentro de la grama, ayudándose mutuamente y guiando al resto del conjunto.
Los cubanos hemos tenido combinaciones de lujo, tanto en la Liga Profesional como en nuestras Series Nacionales. Existe consenso que, entre múltiples formaciones, la más renombrada es la que establecieron los industrialistas Germán Mesa y Juan Padilla. En la pelota norteamericana numerosas son las parejas de ensueño en la custodia del segundo saco, desde la que integraron el célebre Ozzie Smith (considerado el mejor parador en corto de la historia) con diferentes jugadores con los Padres de San Diego y los Cardenales de San Luis, hasta la que integran en la actualidad el venezolano José Altuve y el boricua Carlos Correa, con el uniforme de los Astros de Houston.
Dentro del entramado político estadounidense no existe, con la misma sincronización de los elencos de vanguardia beisboleros, dicha compenetración entre el one-two que ocupa la cúspide y ello, al final, es otra de las tantas vulnerabilidades del sistema.
En la recta final de cara a las elecciones del venidero 8 de noviembre, las más caras de la historia (aunque seguramente ese récord solo perdurará hasta el 2020, ya que cada contienda tiene la peculiaridad de superar a la precedente en la mayor parte de los aspectos, incluyendo los monetarios) esas fisuras tienen peso, en tanto evidencian el pragmatismo que impera dentro del ordenamiento político de aquella nación, más allá de las alianzas circunstanciales que establecen determinadas figuras.
Dicho de otra manera, los vaivenes en los pronunciamientos de políticos estadounidenses y los cambios de bando que en tantas oportunidades dejaron desconcertados al público local e internacional, son expresiones de la visión contingente y utilitaria de la política en aquellos predios, alejada del carácter doctrinal con la que ésta se presenta en otras latitudes.
En buen cubano, nadie debe asombrarse que a uno, o casi todos los candidatos enrolados en las batallas electorales, los distinga aquello de “donde antes expresé digo hoy quiere decir Diego”.
Quítate tú que ataco yo…
Este martes 4 de octubre en la noche, la opinión pública presenció otro ejemplo de la proyección insulsa que adquiere la actividad política, sino se desprende de los elementos superfluos que durante décadas han lastrado su alcance, dentro del contexto del capitalismo monopolista transnacional.
El duelo televisivo pactado entre los aspirantes a la vicepresidencia (si se tratase de un choque entre peloteros all stars sería algo así como la prueba de habilidades del tiro al barril, o la vuelta al cuadro, reservando el derby de cuadrangulares a los candidatos a la jefatura imperial) tuvo lugar en la Universidad Longwood en Farmville, Virginia, entre el senador Tim Kaine y el gobernador Mike Pence, compañeros de fórmula de Hilary Clinton y Donald Trump, respectivamente. A Elaine Quijano, presentadora y corresponsal de la cadena CBS, le correspondió encauzar los ritmos del debate.
A diferencia de las regulaciones establecidas entre los involucrados por la presidencia, que se verán las caras en tres ocasiones, el gobernador de Indiana Pence y el senador por Virginia Kaine solo tenían un “turno al bate”, con la inevitable disyuntiva de tratar de enviar la bola más allá de las cercas, sin que abandonara sus mentes el fantasma de recibir tres strikes y retirarse cabizbajos a sus hogares, no contando con posibilidad ulterior de redimirse.
El intercambio entre Pence (57 años) y Kaine (58) estaba sazonado previamente por varias cuestiones que en esta porfía adquieren particular relevancia, entre ellas la edad y condición de salud de los candidatos presidenciales.
No soslayemos que, dentro de una construcción encaminada a demostrar quién es el más óptimo para fungir como “Comandante en Jefe” de Estados Unidos (con todo lo que ello implica a escala planetaria, a partir de las concepciones guerreristas que marcan el devenir de esa nación, filosofía que se reitera en la Estrategia de Seguridad Nacional presentada en febrero del año pasado y en cuanto documento o declaración oficial divulgan sus representantes) esos asuntos ocupan sitial destacado dentro del imaginario colectivo.
Si bien no es vista de manera uniforme entre los especialistas la real ascendencia de un vicepresidente dentro de la administración, lo cierto es que, en el caso norteamericano, más de una vez, por razones diversas, estos hombres pasaron a ocupar la voz prima, preservando de paso la estabilidad del sistema.
Aunque es un hecho que buena parte de la población estadounidense tiene una memoria histórica a corto plazo (tendencia que se extiende a otros contextos dentro de la sociedad de consumo) y que le cuesta trabajo recordar siquiera lo ocurrido en las elecciones pasadas, vale la pena retrotraernos en el tiempo para resaltar los momentos en que los mandatarios electos no pudieron finalizar su mandato.
En nueve ocasiones, concretamente, los segundos al mando debieron ocupar el sitial más alto, lo que implica que el 20, 45 % de los 44 presidentes fueron relevados por aquellos que los acompañaron en el ticket electoral. De esas sucesiones, cuatro se desencadenaron por muerte natural, igual número por decesos asociado a acciones violentas y una por dimisión.
En el primer acápite aparecen los casos de William H. Harrison, quien murió a los 68 años producto de una neumonía fulminante, en abril de 1841, apenas cinco semanas más tarde de instalarse en la Casa Blanca. John Tyler, al sucederlo, inauguró así la conducción forzada del país. Poco después, en 1850, el presidente Zachary Taylor pereció víctima del cólera, propiciando que Millard Filmore lo remplazara.
En 1923 Warren Harding murió a los 57 años de un infarto, abriéndole las puertas a Calvin Coolidge, quien viajó a Cuba en 1928, único máximo gobernante norteamericano en ejercicio en llegar a nuestro país, hasta la visita de Barack Obama en marzo último.
Veintidós años después, en abril de 1945, el deceso de Franklin Delano Roosevelt (cuya política contribuyó a sacar al país de los efectos devastadores de la crisis capitalista de 1929) consternó a los norteamericanos. Harry Truman, su relevista, decretó el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, crimen de lesa humanidad y acto de genocidio de estado sin parangón.
En cuanto a los que se sentaron en la silla presidencial, luego de que sus predecesores fueran asesinados, tenemos los casos de Andrew Johnson, quien remplazó al mítico Abraham Lincoln, después de su asesinato en 1865.
A Chester Arthur le correspondió igual tarea en 1881, a partir del atentado a James Garfield, cuya agonía se prolongó durante dos meses y medio.
El asesinato de William McKinley en 1901 colocó en la presidencia a Theodore Roosevelt. McKinley firmó la “Resolución Conjunta” de ambas cámaras congrecionales, en abril de 1898, mediante la cual Estados Unidos intervino en la contienda que los cubanos librábamos heroicamente contra los españoles, utilizando como pretexto la explosión del acorazado Maine. Años más tarde Lenin catalogaría dicha aventura como la “primera guerra imperialista de la historia”.
Roosevelt, por su parte, fue el artífice del plan macabro mediante el cual los norteamericanos se apropiaron del Canal de Panamá, arrebatándole a lo largo de un siglo la administración de ese enclave a sus legítimos dueños: el pueblo panameño.
El 23 de noviembre de 1963 fue asesinado en Dallas John F. Kennedy, lo que representó uno de los sucesos más dramáticos de la historia estadounidense. El tejano Lyndon B. Johnson no perdió tiempo y se las arregló para prestar juramento en el avión en el que regresaba a Washington, con el cadáver de Kennedy a bordo, procedimiento que desde entonces no deja de llamar la atención y levantar sospechas sobre lo que en realidad ocurrió en esa ciudad.
En 1974 Richard Nixon, vicepresidente de Dwight Ike Eisenhower en la década del 50, renunció tras el escándalo de Watergate, cediendo el Despacho Oval a Gerald Ford, quien curiosamente no fue electo para el puesto de vicepresidente en las elecciones, sino por el Congreso para sustituir a Spiro Agnew.
¿Quiénes son los aspirantes a vicepresidente?
No hay una fórmula en cómo escoger a quien debe acompañar al candidato presidencial. A través del tiempo ello ha funcionado bajo diversos resortes, si bien uno de los principales es tratar de ganar las bases con las que el seleccionado se identifica y que, de alguna manera, pudieran complementar la imagen del que desea ocupar el puesto fundamental mediante los comicios de noviembre.
En otras ocasiones se intentó una jugada audaz que desbalanceara la estratagema rival, incluso cuando ello presuponía enormes riesgos. Un caso emblemático, en ese sentido, fue la decisión en el 2008 del republicano John McCain, quien desesperado por el empuje del joven abogado Barack Obama (se hizo escoltar por el más experimentado Joe Biden) acudió nada menos que a Sara Pailin, movimiento que a la postre –por los incontables desaguisados de la gobernadora de Alaska- se volvió en su contra.
En el lado demócrata irrumpe esta vez el senador por Virginia, Tim Kaine, hombre con gran kilometraje dentro de las diferentes instancias de la complicada madeja política estadounidense, al punto de que en diferentes momentos transitó, uno de los pocos con esa singularidad, por las responsabilidades de alcalde, gobernador y senador.
Sus perfiles biográficos suelen destacar que en 1980 se retiró de Harvard, donde estudió leyes, para incorporarse como misionero en Honduras junto a los jesuitas. El propio Kaine se encargó a lo largo de los actos de campaña de resaltar la manera en que lo marcó esa experiencia, incluyendo el dominio del español.
Ha dicho también la importancia que reviste para él su fe católica, aunque ello no ha sido impedimento para la adopción de controvertidas medidas en las que se ha visto envuelto. La más criticada fue permitir la aplicación en 11 ocasiones de la pena capital, cuando se desempeñaba como gobernador de Virginia.
Pence, en la otra esquina, es a todas luces lo que denominaríamos un conservador de la gorra a los spikes, que no se oculta para autodefinirse como «cristiano, conservador y republicano». Antes de ocupar la gobernación de Indiana en el 2013, se desempeñó durante 12 años, en el Capitolio, como miembro de la Cámara de Representantes.
Su gestión estadual tiene como sello privilegiar a los militares y reducir impuestos, mientras que el mayor desafío sobrevino en el 2015, al suscribir una ley de libertad religiosa que, según sus opositores, permitía que las empresas rechazaran a personas de la comunidad LGBT.
Ante la enorme presión de mega corporaciones como Apple, suavizó mediante una enmienda el alcance inicial del instrumento jurídico pero ello no significó, en modo alguno, el abandono de sus posiciones. Un ejemplo en esa línea fue la posterior adopción de una Ley contra el aborto, que muchos consideran la más retrógrada del país.
La presencia de Pence conectó a Trump con el sector más tradicional del Partido Republicano cuya cúpula estuvo preocupada desde la irrupción en la escena de Trump, capaz de expresar ante las cámaras los comentarios más inverosímiles.
“El ganador, por decisión dividida en la esquina…”
Ya sabemos que en estos espectáculos nada queda al descuido, desde que los contendientes utilizaron corbatas con colores representativos de los partidos opuestos (Pence asistió con la azul y Kaine con una roja) hasta los ejes de ataque utilizados en los nueve segmentos de diez minutos, en que se estructuró la presentación.
Menuda tarea la de ambos enrolarse en una querella, para “sacar la cara” por sus futuros jefes, particularmente para Pence quien, en el pasado no solo discrepó de pronunciamientos de Trump, sino que llegó a comulgar con el Tea Party, facción ultraconservadora que respaldó en el arranque de la contienda al senador de Texas de origen cubano Ted Cruz.
El propio Pence declaró el 7 de julio a la CNN, intentando suavizar las divergencias que: «Apoyo a Donald Trump, no porque esté de acuerdo con todo lo que ha dicho. En ocasiones he discrepado de las cosas que ha dicho y los republicanos tenemos todo el derecho de estar en desacuerdo, pero creo que a fin de cuentas es importante que nos unamos en torno a nuestro candidato».
Dentro de esa amalgama de asuntos que los contrincantes se proponen tratar en los debates, como si estuviesen en un rapid trance ajedrecístico (con la diferencia de que están lejos de la sapiencia de Magnus Carlsen, Levon Aronian, Fabiano Caruana, Hikaru Nakamura, Visvanathan Anand, Vasili Ivanchuc o nuestro Leinier Domínguez para resolver con acierto y elegancia cada desafío) encontramos frase de todo tipo.
Pence, resumiendo sus criterios, dijo que: «La campaña de Clinton y Kaine es una avalancha de insultos. (…) Estados Unidos está menos seguro ahora de lo que estuve el día que Obama asumió como presidente. (…) La ‘Clinton Foundation’ aceptó donaciones extranjeras mientras ella (Clinton) era Secretaria de Estado…(…) Donald Trump es un hombre de negocios, no una persona de carrera política.(…) Las provocaciones rusas tienen que encontrarse con la fuerza norteamericana. Si Rusia continúa con los ataques, Estados Unidos debería estar preparado para usar fuerza militar para atacar los puntos militares del régimen de Al-Assad. (…) Los Clinton encontraron una forma en la que gobiernos extranjeros pudieran donarles millones. (…) Lo que no puedo comprender de Hillary Clinton es que apoye el aborto avanzado… que a un niño que prácticamente ya nació se le pueda quitar la vida de esa manera”.
Kaine ripostó con frases como: «La idea de Donald Trump como presidente me asusta hasta la muerte. (…) Donald Trump se pone a sí mismo antes que cualquier otra cosa. (…) Él (Trump) habla pésimo de los militares, quiere destruir alianzas… Trump cree que más naciones tendrían que tener armas nucleares. (…) Soy portador de armas y apoyo la segunda enmienda. Podemos apoyar la segunda enmienda y hacer una investigación de cada portador para hacerla más segura. (…) Trump ha llamado a los mexicanos violadores y criminales. Llamó a las mujeres vagas, cerdos, perros. Atacó a un juez federal. Dijo que McCain no era un héroe por haber sido capturado y ha perpetuado la mentira de que Barack Obama no es un ciudadano norteamericano. (…) Hillary y yo queremos enfocarnos en el peligro. Estos tipos dicen que todos los mexicanos son malos. Queremos trabajar en el peligro, no en la discriminación. (…) Las mujeres norteamericanas tienen el derecho constitucional de tomar la decisión que quieran sobre su embarazo. Confiamos en las mujeres en eso”. [1]
Haciendo un balance global, hay coincidencia entre analistas de diversa procedencia en que Pence “lució” mejor, sacando ventaja en la confrontación, pero que ello aporta poco en revertir el panorama del primer diálogo entre Clinton y Trump, el pasado lunes 26 de septiembre, pues de las 24 encuestas realizadas desde entonces Hilary ha sido declarada vencedora por 23 de ellas.
En realidad ninguno de los dos fue el protagonista de la noche ya que, siguiendo con la alegoría de los diamantes de juego, ese premio se lo llevó el slugguer dominicano Edwin Encarnación, quien con su bambinazo en el inning 11 en el Rogers Centers de Toronto, garantizó que los Blue Jays de esa ciudad canadiense, dejaran con las ganas a los Orioles de Baltimore, en un peleado choque por el último cupo a la postemporada dentro de la Liga Americana.
*El autor es Licenciado en Historia; Especialista en Defensa y Seguridad Nacional y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
[1] Pueden consultarse al respecto diferentes sitios digitales, entre ellos: http://www.lanacion.com.ar/1944164-lo-mejor-del-debate-de-vice-presidentes-en-estados-unidos y http://www.infobae.com/america/eeuu/2016/10/05/mike-pence-vs-tim-kaine-quien-gano-el-debate-entre-los-candidatos-a-vicepresidente-de-estados-unidos/.