Inmenso cariño, admiración, dolor y respeto, componen la amalgama de sentimientos que refleja el rostro del doctor Ricardo Alarcón de Quesada al hablar de Gerardo Abreu, el inolvidable Fontán, su jefe en la lucha clandestina contra la tiranía de Fulgencio Batista.
Su personalidad llegó a él envuelta en una leyenda, porque “todos hablaban de un tal Fontán que era un gran organizador, un gran jefe. Me lo imaginaba como un tipo alto, fuerte, lo que se da en llamar un ‘hombrón’, de ahí la gran impresión recibida en mi primera reunión con él, al encontrarme con que era más bien de estatura baja, negro, delgado, de hablar suave, muy educado, fino y serio, de pocas palabras, que daba las órdenes con mucha firmeza, pero con suavidad; un personaje curioso, a pesar de su juventud”.
Alarcón militaba en las Brigadas Juveniles y Estudiantiles del Movimiento 26 de Julio, cuya organización inició Antonio López Fernández en 1955, y en octubre del siguiente año, al partir hacia México para incorporarse a los preparativos de la expedición del Granma, dejó en manos de su segundo, Fontán, la responsabilidad de las localizadas en la ciudad de La Habana.
“Gerardo, nacido en un humilde barrio de la ciudad de Santa Clara, el 24 de septiembre de 1931, comenzó a laborar desde muy niño en cualquier cosa; su trabajo más conocido fue como declamador de poesía afrocubana, en lo cual era muy bueno. A pesar de su nivel de instrucción muy elemental, pues no pasó de cuarto grado, se hizo una persona culta, de mucha sensibilidad; le gustaban la poesía, la literatura, en fin, no era el tipo de gente que imaginé”.
Organizador insuperable
“Siempre se ha hablado, y hay que repetirlo, de su tremenda capacidad de organizador, de su dedicación a la lucha y al trabajo. No estamos refiriéndonos a una persona que hiciera una organización con recursos, que tuviera automóviles a su disposición… Se movía a pie o en guagua, esos eran sus medios de transporte. Así es como lo agarraron en la calle Infanta”.
En relación con esa capacidad de organización, nuestro entrevistado señala dos momentos cruciales relacionados con él: uno fue en noviembre de 1957, cuando la famosa noche de las 100 bombas, en realidad petarditos que no causaron víctimas y estallaron tras el tradicional Cañonazo de las 9 en numerosos barrios de La Habana, y provocaron que policías y perseguidoras se movieran desesperadamente de un lugar a otro.
“La otra fue el 7 de febrero de 1958. Lo habían detenido y estábamos convencidos de que lo iban a matar rápidamente: primero, por el odio feroz que los esbirros del régimen sentían hacia su persona, y segundo, porque no iba a decir absolutamente nada. Nadie tenía la menor duda deque no hablaría; ni siquiera dio la dirección de donde vivía ni tampoco su nombre.
“Sabían que un tal Fontán dirigía la organización más fuerte, las Brigadas Juveniles y Estudiantiles del Movimiento 26 de Julio, en términos de organización y cantidad de miembros, dentro de todo el calidoscopio de fuerzas revolucionarias existentes. Tratamos de que se supiera su detención, en un intento por salvarlo”.
Respuesta del estudiantado habanero
“En ese momento había garantías constitucionales y Batista las suspendió debido a la huelga estudiantil generada por la muerte de Fontán. Un movimiento tremendo que arrancó espontáneamente; en cuanto se fue conociendo la noticia, en varios centros los muchachos empezaron a protestar. Después aquello se organizó y la Federación de Estudiantes de la Segunda Enseñanza convocó a una huelga que ya estaba en marcha. Esta se prolongó por tres meses y costó el cargo a dos ministros”.
Refiere la paralización de todos los centros estudiantiles de la capital: institutos de Segunda Enseñanza, escuelas Normal, de Comercio, y de Artes y Oficios; las universidades privadas de Villanueva, La Salle y Masónica; así como las academias privadas, religiosas o no.
“Todas, sin excepción, fueron a la huelga, y esta empezó no porque los dirigentes, los organizadores, la planificaran, sino porque la gente se lanzó desesperadamente a tratar de salvarlo. Al día siguiente apareció su cadáver destrozado, junto al Palacio de Justicia. Le hicieron cosas horribles que es mejor no describirlas”.
Señala que la mejor prueba de que no dijo absolutamente nada es que “estamos vivos, porque él sabía dónde yo estaba; también dónde se encontraban los jefes de brigadas de los barrios, y otros, pues si bien para muchos era una leyenda, él conocía a prácticamente todos porque las organizó paso a paso, barrio por barrio. Algo en realidad impresionante.
“De manera que fue el jefe indiscutible de lo más avanzado de aquella generación de muchachos, blancos muchos de ellos, de supuestamente más formación educacional que él, pero nunca nadie cuestionó su jefatura. Era quien más sabía, el más inteligente y culto; realmente un fenómeno bien curioso, ya que en una sociedad de ese tipo, gente como él estaba condenada a la miseria, a lo peor.
“Gerardo fue como una excepción, un milagro al cual no podía aspirar cualquier muchacho de su condición social. No creo que alguien tenga una explicación para ese misterio, porque no fue arrastrado por los vicios y fenómenos que dañaban mucho a la gente en aquella época.
“Hay algo también que se ha dicho de él y no deberíamos cansarnos de repetirlo: su integridad, su moral, puesto que nos enseñó una austeridad absoluta, y lo hizo con su ejemplo personal. Era incapaz de usar un centavo del Movimiento ni para comer, y podía pasar hambre, pero los fondos que tuviera, los que recaudara mediante la venta de bonos y demás, eran intocables, y nos educó en eso.
“Yo pienso mucho en el Negro en esta etapa, cuando se habla tanto de ciertos fenómenos en la sociedad cubana, y me pregunto qué pensaría él, porque en aquella Cuba en la cual sobraban la corrupción, el egoísmo, la falta de solidaridad, Gerardo era exactamente un maestro de lo contrario, pero no un maestro porque te diera un ‘teque’, sino porque veíamos cómo vivía, cómo se movía a pie o en guagua. Eso fue todo el tiempo.
“Era de una austeridad impresionante, de un sentido de la dirección muy peculiar. Yo creo que ninguno de los que lo conocimos cuestionó nunca su autoridad, y estamos hablando de una Cuba donde la discriminación racial era muy grande. Al impartir las órdenes lo hacía con pocas palabras, de manera muy concreta, y tú captabas que conocía el asunto mejor que tú, que sabía qué hacer, y lo decía, además, con mucha suavidad, con mucha calma.
“En la sociedad cubana de entonces, en la cual predominaban la frustración, el desencanto, hacía falta apegarse mucho a los valores morales, espirituales, y a la idea de que podía haber otro mundo, otra vida, una alternativa.
“Y Fontán encarnó eso, porque era sencillamente el mejor ejemplo, extraído de bien abajo, del hondón de la sociedad cubana, condenado a ser un fracaso en la vida, como también lo estaban todos los pobres de este país. El hecho de que se alzara y convirtiera, además, en un ejemplo para todos, era una hazaña.
“Considero que eso en gran medida se debe a él, quien de no haber sido asesinado hubiera sido uno de los principales dirigentes políticos de la Revolución. Seguramente uno de los más valiosos intelectuales, porque tenía vocación de artista, pero su obra mayor fue su propia vida, al hacerse a sí mismo y salirse de ese medio tan hostil, para convertirse en un ejemplo que ojalá hoy pudiéramos reproducir en la sociedad, porque es lo que más falta nos hace”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.