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Joel García, enviado especial
Río de Janeiro.— Para quien viene a esta ciudad es visita obligada la estatua del Cristo Redentor, ubicada a 710 metros sobre el nivel del mar en el cerro del Corcovado, cual invitación a la felicidad y a la contemplación de una rica cultura desde las alturas. Lo más impactante es precisamente llegar allí y sentir que esta obra art-decó ennoblece el alma porque cada uno de los visitantes se siente abrazado con su historia, curiosidades y fotos eternizadas.
El tren que todavía sube a millones de turistas cada año es más antiguo que la propia escultura, pues desde 1884 esta zona era considerada el mirador de la ciudad. A partir del 12 de octubre de 1931 se sumó a esta atracción una obra que pudo haber estado también en el Pan de Azúcar o el Monte de San Antonio, solo que allí quedaba más bajo para llamar a todos a su encuentro.
Sin embargo, hay más por descubrir en una de las siete maravillas del mundo moderno, tal y como se definiera en el 2007. El brazo izquierdo es 40 centímetros más pequeño que el derecho, porque su diseño, cual vela de un barco, debía tener esas medidas para ser capaz de resistir vientos de hasta 150 kilómetros por hora; mientras el rostro hacia abajo y ligeramente ladeado a la izquierda obedece a dar la imagen de estar resguardando la ciudad.
Si algo también impresiona son las nubes que cubren, en días lluviosos o invernales como estos, el ícono de una ciudad y un país. La imagen entonces se pierde para quienes intentan admirarlo desde la laguna Rodrigo de Freitas, las playas de Ipanema y Leblon, o el gran Parque de Tijuca por la parte sur; así como para los curiosos de Copacabana, Botafogo, Flamengo y la Bahía de Guanabara por el norte.
Cuentan que en un primer proyecto, la princesa Isabel de Brasil sugirió incluir una cruz en la mano izquierda y un globo terráqueo en la derecha, pero el proyecto final desistió de ubicarlos, más por belleza que por capricho o significado real que pudieran tener.
La visita de más de dos horas te permite respirar el aire más puro en un sitio donde conviven todas las culturas en una sola: la de la amistad, aunque miles de parejas han sellado su amor allí, según consta en el anecdotario de los guías. Muchas cosas quedarán en la memoria de estos Juegos Olímpicos, pero saludar al Cristo Redentor es un oro imprescindible e inolvidable.
