Por Francisca López Civeira
La situación revolucionaria en Cuba alcanzó notable madurez en el año 1958, por lo que desde las instancias gubernamentales estadounidenses se prestó atención a ello y, de modo especial, esa atención se concentró en las fuerzas contendientes, pues necesitaban determinar cuáles eran las fundamentales y su tendencia. Si bien había diversas percepciones en las distintas áreas de decisión y, dentro de ellas, entre diferentes funcionarios, el desarrollo de los acontecimientos hacía imprescindible tales identificaciones para actuar en la crisis cubana desde la condición de poder externo dominante. Esta labor se realizaba en el clima impuesto por la Guerra Fría, con su anticomunismo feroz, que se expresaba por los medios masivos de comunicación, el discurso político y las diversas vías para la propaganda, lo cual había logrado permear a buena parte de la sociedad cubana.
Los documentos norteamericanos de ese momento permiten observar cómo se prestaba atención casi exclusiva al Movimiento Revolucionario 26 de Julio y su dirigencia. Esto significa que se centró el interés en la figura de Fidel Castro y su definición ideológica, bajo el condicionamiento de la retórica de la Guerra Fría, empleada tanto por los grupos de poder en Estados Unidos como por quienes desde Cuba actuaban cerca del poderoso vecino. La insistencia que se aprecia en los documentos norteamericanos de 1958 evidencia la identificación de ese Movimiento y su Comandante en Jefe como los fundamentales, lo que explica el seguimiento que se le hizo dentro del conflicto cubano.
El Secretario Asistente de Estado para Asuntos Interamericanos, Roy Rubottom, en documento a su Embajador en La Habana del 12 de marzo, significaba las dificultades para lograr una solución pacífica en Cuba. Para él era “especialmente importante” el papel que Castro tenía con vista a cualquier cambio que se produjera, por lo que preguntaba si su prestigio personal era suficiente para “ser un factor dominante en la escena política cubana si Batista se iba”.[1] La respuesta del embajador Smith fue negativa, decía que era importante, pero no dominante, y consideraba que si Batista salía del poder, el Movimiento 26 de Julio perdería cohesión. Esta opinión estaba permeada por la posición del representante norteño, muy alineado con Batista y otras figuras de la política tradicional cubana.Cuba
El transcurso del año y los éxitos del Ejército Rebelde presionaron la urgencia de definir la línea ideológica del 26 de Julio y, de modo particular, de su líder. En estos esfuerzos apareció reiteradamente la acusación de comunista para el Movimiento y su máximo dirigente, argumento muy intencionado dentro del ambiente de la Guerra Fría para aislar a esa fuerza. Batista insistió en esa clasificación, lo que le permitía justificar sus actos. Hubo opiniones oportunistas de algunos políticos cubanos, tanto representantes del Gobierno como de la oposición como Manuel Antonio (Tony) Varona o Carlos Márquez Sterling, entre otros. En dicho esfuerzo se emitieron informaciones tan absurdas como la de que militantes del Partido Socialista Popular ejercían la dirección del movimiento rebelde, entre otras. En realidad, el asunto se manejó más por el acercamiento o pertenencia partidista que por la ideología. El asunto se presentaba esencialmente a través de la cercanía o participación en la organización comunista (Partido Socialista Popular) que por las ideas y fundamentos programáticos.
Por la parte norteña las opiniones fueron diversas, pero generalmente girando alrededor de si había o no influencia comunista. El cónsul estadounidense en Santiago de Cuba envió el despacho “Fidel Castro, Movimiento 26 de Julio” el 21 de febrero, en el que afirmaba que los acontecimientos en Cuba estaban dominados por dos personas: Fulgencio Batista y Fidel Castro y de este último hacía una caracterización interesante: según el cónsul, Fidel era “el más amado, el más odiado y la persona más controvertida en la escena política cubana (…)”, pero más aún: “Mientras se convierte en un símbolo de resistencia al Gobierno de Batista, se transforma en un héroe para los adolescentes y jóvenes cubanos”. Era la imagen de un nuevo Robin Hood, en su opinión. Al final planteaba que estos hombres tenían condiciones para que se produjera la infiltración comunista y que podían recibir a agentes rusos.[2] Por otra parte, el 1º de abril un informe de Inteligencia planteaba que no había evidencias que confirmaran el cargo de comunista hecho por el Gobierno cubano respecto a Fidel Castro, pero decía que “es inmaduro e irresponsable.”[3]
El fracaso de la huelga del 9 de abril pareció dar un respiro a quienes intentaban evitar la solución revolucionaria en Cuba, pero si bien el director de la CIA, Allen W. Dulles, el 14 de abril, en la 362 reunión del Consejo de Seguridad Nacional, expresó la opinión de que este acontecimiento mostraba la lealtad del ejército a Batista, también se refería a la “revuelta de Castro” y afirmaba que no había evidencias de inspiración comunista o apoyo de ese tipo a la misma.[4] No obstante, el asunto siguió ganando importancia.
El memorando Necesidad de información sobre el carácter del liderazgo del movimiento cubano 26 de Julio, del Jefe de la División de Investigación y Análisis para las Repúblicas Americanas, de septiembre 25, resulta muy ilustrativo de lo que se perseguía. El documento plantea un asunto complicado: la posibilidad de que el Gobierno de Estados Unidos asumiera que el Movimiento no se encontraba dominado por comunistas y luego se probara lo contrario o viceversa. Sin embargo, decía que, de acuerdo con la información disponible, “Fidel Castro no es comunista y los comunistas no tienen un papel dominante en la dirección del Movimiento 26 de Julio, pero esto no es conclusivo”. Esa indefinición era insostenible para articular políticas, por lo que se requería de mayor y más precisa información, en lo que se planteaba saber de la prevalencia de los antinorteamericanos y los promarxistas dentro de esa fuerza.[5]
En la búsqueda de tales definiciones, en el Departamento de Estado se aprecia una tendencia mayor a plantear la influencia comunista, aunque no era unánime, mientras que los servicios de Inteligencia insistían en la falta de evidencia de ello. En los informes de ambas instancias aparecen opiniones sobre otras dos figuras: Ernesto Guevara y Raúl Castro, a quienes se caracterizó como marxistas y con posiciones “antinorteamericanas”, lo cual se extendió a Vilma Espín. El más difícil de definir ideológicamente era Fidel Castro, sobre quien algunas veces se decía que “está recibiendo malas influencias”, pero a pesar de la atención que se le dio, no se pudo llegar a una conclusión.
No obstante, la indefinición acerca de la filiación ideológica de Fidel, fue claramente identificado, junto al Movimiento que dirigía, como la principal fuerza y sobre esto sí hubo una definición: impedir su ascenso al poder. Para los políticos de oposición y para las instancias de poder en Estados Unidos se trataba de buscar una solución que no incluyera a “Castro”. En esto hubo consenso.
El 31 de diciembre, cuando ya era inminente la crisis de Batista, en una conferencia en la oficina del Secretario de Estado en funciones, Herter, con el único asunto: Cuba en la agenda, a las 4 de la tarde, se discutía la posible participación de la OEA en una intervención pacífica en Cuba, los antecedentes de Raúl Castro y Ernesto Guevara, la posibilidad de calificar al movimiento de Fidel Castro de comunista, la afirmación presidencial de que el Gobierno estaba unido contra Castro y la necesidad de una tercera fuerza para derrotarlo políticamente.[6]
El triunfo revolucionario de enero de 1959 llegó sin que se hubiera definido con precisión la tendencia ideológica de Fidel Castro y el Movimiento que lidereaba, asunto que siguió en la agenda norteamericana en ese nuevo año. Lo cierto para la parte norteamericana es que identificaron con toda claridad cuál era la fuerza decisiva en la situación cubana de 1958, pero no lograron hacer lo mismo con la filiación ideológica de su líder, a quien no pudieron aislar en el escenario de Guerra Fría que prevalecía en aquellos años.
[1] Foreign Relations of the United States, 1955-1957. United States Government Printing Office, Washington, 1987, Vol VI. pp. 55-56
[2] Ibid., p. 36.
[3] Ibid., 77-78
[4] Ibid., 84-85
[5] Ibid., pp. 216-217
[6] Ibid. pp. 323-329
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Profesora titular