Hassan Pérez Casabona *
Para que un pueblo asuma grandes empresas tiene que disponer de un basamento identitario sólido. Dicho acervo, enriquecido desde la convergencia de múltiples afluentes, es quien le permite asirse a lo más raigal de su devenir como nación en momentos complejos, al tiempo que funge como garante de que no se produzcan extravíos, a la hora de encarar situaciones y escenarios no menos singulares en el futuro.
Los cubanos disponemos de un extraordinario arsenal en ese sentido. Esa condición privilegiada no fue una dádiva otorgada por nadie, sino el resultado genuino que emergió del accionar consecuente en las más adversas circunstancias. Es así que para comprender cómo hemos llegado hasta aquí con la frente enhiesta, debe interpretarse que esa divisa estratégica emana desde los albores en que se fraguó nuestra percepción comunitaria propia, hasta las colosales batallas emprendidas durante las últimas seis décadas, en el afán irrenunciable de escoger nuestro destino.
Desde esa óptica cada período histórico es una pieza insustituible dentro del rompecabezas. Todos ellos, asimismo, exigen la necesidad de ser estudiados con rigor, superando didactismos y posiciones maniqueas que nada tributan al propósito cimero de blindarnos, empleando la savia que nos nutre, en un mundo signado por la enajenación inherente a las sociedades erigidas sobre el consumo galopante.
Hace algún tiempo, en diferentes ámbitos de nuestra vida cotidiana, se debate sobre la enseñanza de la historia y otras temáticas afines. Es una cuestión cardinal que involucra a numerosos actores, teniendo como epicentro los nexos entre ese binomio irremplazable que constituye familia y escuela.
En algo existe consenso: el conocimiento de hechos y figuras en toda su magnitud (interpretando la riqueza que brota de la contradicción, es decir rebasando los trazos en blanco y negro que la mayor parte de las ocasiones provocan un resultado opuesto a lo deseado) es la única manera perdurable de que dicha sapiencia genere sentimientos irreductibles en la defensa de nuestra obra. Aproximarnos al pasado con esos enfoques dialécticos significa, en buena lid, contribuir a que el escudo y espada de nuestra patria (cultura, historia, ideología) no se melle jamás.
“La historia tiene que ser reescrita en cada generación porque, aunque el pasado no cambia, el presente sí lo hace; cada generación se hace nuevas preguntas sobre el pasado y encuentra nuevas áreas de sintonía conforme vuelve a vivir nuevos aspectos de la experiencia de sus predecesores”. (Cristopher Hill)
Vivimos días muy emotivos, a partir de la confluencia de aniversarios que entrañan connotación especial para los cubanos. Dos de ellos, el 90 cumpleaños del Comandante en Jefe el próximo 13 de agosto, y el 63 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio, movilizan con fuerza particular a diversas casas de altos estudios, centros de investigación y organizaciones de masas y sociales, a través de talleres, coloquios y otros eventos con los que rinden homenaje a esas efemérides, desde una perspectiva extraordinariamente enriquecedora.
En esta línea se inscribe el intercambio sobre “La historiografía de la Revolución Cubana: balance y perspectivas” convocado por la Sección de Literatura Histórica y Social, de la Asociación de Escritores, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y en el cual participaron, entre otras instituciones, la Academia de la Historia; el Instituto de Historia de Cuba (Ihc), el Ministerio de Educación (Mined), la Unión de Historiadores de Cuba (Unhic), la Universidad de La Habana (Uh), la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado (Oah –Ce), la Oficina del Programa Martiano y la Sociedad Económica de Amigos del País (Seap).
El encuentro, que tuvo lugar en la Sala Villena de la Uneac, contó con los análisis de un panel de lujo integrado por los doctores Juan Valdés Paz, y Oscar Zanetti Lecuona, ambos Premios Nacionales de Ciencias Sociales y Humanísticas; así como los también doctores José Luis Rodríguez, Carlos Alzugaray y Jorge Fornet. [1]
Valdés Paz, que fungió como moderador, comenzó preguntando si existía una historia especializada, que brindara una masa crítica para construir la historia de la Revolución. Quizás no haya un acuerdo entre los historiadores sobre esta etapa, comentó, y puso como ejemplo para sustentar su planteamiento el hecho de que, a la hora de establecer una periodización sobre estos años, “he leído propuestas que transitan desde dos hasta ocho períodos”.
Zanetti Lecuona, quien elogió la presencia de jóvenes dentro del nutrido auditorio, expresó que resultaba clave la determinación del objeto de estudio, para poder acotar las evaluaciones. De esa manera, aclaró que la producción sobre el momento conocido como etapa insurreccional, tiene su punto de partida con Pasajes de la guerra revolucionaria del Che, trabajos originalmente publicados por la Revista Verde Olivo.
De esta fase predominan los materiales de carácter testimonial (mencionó los libros de autores como Rodríguez Loeches, Julio García Oliveras y José Quevedo) aunque también hay otros que calificó como “testimonios documentados”, entre los que se encuentran Salida 19 de William Gálvez, y La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica, del Comandante en Jefe, porque utilizan diferentes documentos que complementan sus apreciaciones.
“La preponderancia de una literatura con esas características, remarcó, es algo que no resulta extraño, pues es un situación que se reitera en otras latitudes a la hora de acercarse a acontecimientos de esta trascendencia”, a lo que añadió “No soslayemos que un resultado de investigación amplio sobre nuestra guerra independentista iniciada en 1868, más allá de las narraciones de varios de los participantes, tardó más de 70 años en aparecer”.
En su pormenorizado recuento destacó la labor de Mario Mencía, como pionero en la realización de varios estudios de aquella etapa, al igual que los casos de José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt sobre la dictadura (Batista, últimos días en el poder, de Ediciones Unión en el 2008); Roberto Pérez Rivero sobre el Ejército de Batista y de Jorge Ibarra, uno de nuestros más encumbrados historiadores. “Quizás lo menos tratado sean las organizaciones revolucionarias a su interior y las relaciones entre estas”.
Declaró que para, referirse al período siguiente se emplea como terminología predominante `La Revolución en el poder´, si bien en lo personal considera que no es la definición más exacta. “Aquí faltan incluso los testimonios. Hay historias que solo sus protagonistas conocen. Es palpable cierta predisposición a compartir esos recuerdos. Ello, indudablemente, conspira contra la posibilidad de construir una historia cuyo origen se remonta a más de medio siglo”, acotó. [2]
En otro momento dijo que, mucho de los textos catalogados como de carácter histórico no lo son en realidad, ya que la forma de abordar los fenómenos se inserta más en los ámbitos económicos, sociológicos y politológicos. “En este tema hay una abundante bibliografía de diferente signo y valor producida por extranjeros”.
Explicó igualmente que se han incrementado los trabajos sobre las relaciones internacionales, particularmente aquellos que tratan el conflicto entre Estados Unidos y Cuba, así como los vinculados al cumplimiento de misiones internacionalistas. Ello aplica también para el campo de la cultura y, en menor medida, para el de la economía.
Dejó constancia de la necesidad de una historiografía en el sentido tradicional. “Hablo de aquella que explica qué pasó, cómo sucedió y por qué ocurrió determinado acontecimiento”. [3]
En cuanto a las mayores dificultades presentes, mencionó lo relativo a la disponibilidad de fuentes. “No hay un flujo definido, a pesar de que contamos con una Ley de Archivos”. Entre los casos favorables citó al Ministerio de Relaciones Exteriores, por contar con un archivo bien organizado que facilita el quehacer de los investigadores. “En otros la clasificación no es correcta y prácticamente no disponen de catálogos donde los interesados puedan revisar los materiales que allí se custodian.
“El Archivo Nacional, por ejemplo, tiene en su poder hace más de tres décadas la documentación del Instituto Nacional de Reforma Agraria y aún no está clasificada. Algo similar ocurre con los Fondos de la República”.
Si bien estos aspectos lastran el desempeño de los historiadores, tiene la más absoluta convicción de que todavía es posible hacer más con aquello que está a nuestra disposición. “Pienso que estas problemáticas se magnifican en ocasiones. Existen no pocos ejemplos de obras sólidas, que confirman es posible avanzar”.
En el final de su exposición Zanetti se adentró en un sendero que no deja de invitar a la polémica entre los profesionales del gremio. “Hay que tener claro el sentido de historicidad. La historia es pasado, aunque sea antier. Puede exaltarse o denigrarse determinado episodio, lo que no tiene ese hecho es marcha atrás. Nuestra labor es analizar los acontecimientos y sus causas. Las consecuencias son muy importantes, pero hay que escrutarlas en otro plano”. [4]
“Hay personas que creen que los hechos históricos son producidos por los grandes hombres, y resulta que es al revés; son los hechos históricos los que producen a los grandes hombres”. (Juan Bosch)
José Luis Rodríguez, investigador titular del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (Ciem), abordó de manera exhaustiva lo más representativo de cada período, en el frente económico. “Tenemos que preservar la memoria de la Revolución, como un elemento esencial para su continuidad”, fueron sus comentarios iniciales.
Adentrándose en el meollo de la presentación confesó que la mayor parte de los textos son resultado del trabajo de economistas y no de historiadores. “Se trata de aportes parciales. Apenas existen testimonios de las figuras que más se destacan en este campo. Es visible la ausencia de síntesis histórica”.
En cuanto a los obstáculos de mayor peso aludió a la ausencia de información en las fuentes públicas. “Falta criterio de desclasificación en este campo”. Manifestó también que muchos documentos oficiales no están digitalizados, “algo que sucede con la Gaceta Oficial, en los números previos a 1991”. Entre aquellos intelectuales que escribieron sobre este tema elogió a Jacinto Torrás, Raúl León, Carlos Rafael Rodríguez y Julio Le Riverand. “Resulta especial en este sentido la obra del Che, Apuntes críticos de la economía política”.
Alertó que se viene produciendo un incremento de libros y revistas, editadas en el exterior, donde se realiza una disección a lo que hacemos en este terreno. “Un tendencia es que casi no se rebate, en las publicaciones especializadas nuestras sobre lo que en otros sitios se divulga. Es cierto que desaparecieron varias revistas pero tenemos que pelear más, aprovechando la preparación y el talento de los profesionales que formamos todos estos años. Hay que aunar esfuerzos, ya que todavía las acciones se presentan de manera inconexa”.
Elogió, dada la seriedad de sus trabajos y porque emplea un metodología certera, principalmente para calcular aspectos cuantitativos, el caso de la británica Emily Morris, quien durante años actuó como editora en The Economist y que discutió su tesis doctoral acerca de la economía cubana.
Rodríguez coincidió con Zanetti en que es posible obtener resultados superiores. “Lo que está disponible permite que avancemos, claro está si hay consagración a un tarea ardua, escabrosa y muchas veces poco grata”.
El destacado economista consideró que es vital que trabajemos en una historia económica de la Revolución. “Hay que hurgar con paciencia para luego exponer trabajos de valía. Tenemos que enseñar historia económica, deteniéndonos en la política seguida desde el triunfo. El Instituto de Historia debe retomar la historia científica que hace años se propuso completar. Creo también en la importancia de preparar un texto, aún con las limitaciones que pudieran identificarse, para la educación general y otro para las universidades. Estamos en condiciones de organizar talleres y eventos sobre estos temas”, precisó.
“Nosotros no podemos perdonarnos ignorar no ya nuestra historia, sino incluso la historia de América Latina; nosotros no nos podríamos perdonar ignorar siquiera la historia del mundo porque están asociadas. Seríamos incompletos, estaríamos mutilados desde el punto de vista cultural si ignoramos la historia del mundo”. (Fidel Castro)
Alzugaray Treto, con una experiencia de 35 años como diplomático antes de dedicarse al trabajo académico, incursionó en varias aristas del complejo tema de las relaciones internacionales, sazonadas a partir de algunas de las anécdotas que atesoró en su peregrinar por diferentes capitales.
Específicamente sobre el conflicto entre EE.UU. y Cuba –asunto en el que es una de las voces más autorizadas- se detuvo en diferentes momentos, a lo largo de más de 200 años. Se refirió igualmente a la visita del presidente Barack Obama a nuestro país, en marzo de este año, y en particular a su discurso en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. “Obama mencionó que no deseaba estar atrapado por la historia pero si hablara con él le diría: Señor Presidente, el bloqueo a nuestro país y la Base Naval en Guantánamo son dos claros ejemplos de que usted permanece cautivo del pasado”.
Desarrolló la idea que las relaciones internacionales es un campo de estudios vasto, donde cada país esta interrelacionado con los demás. “Nadie podría ignorar que Cuba, como el resto de las naciones, se mueve en un contexto global”. Sobre la importancia del conocimiento del pasado, fundamentalmente para las nuevas generaciones, expresó: “El mejor trabajo político-ideológico es hacer buena historia. Todo hay que explicarlo, incluyendo los errores que se cometen”.
Comentando sobre la importancia que poseen en el acercamiento entre los pueblos las actividades de índole cultural o deportiva, acudió a un ejemplo de hondo calado para los cubanos. “Todo no se hace por decisión gubernamental. No fue el gobierno español quien autorizó la práctica del béisbol en Cuba, sino que ello ocurrió cuando dos hermanos retornaron de sus estudios en el Springhill College de Mobile, Alabama, a mediados de la década del 60 del siglo XIX, con implementos propios de una disciplina todavía en ciernes en Estados Unidos. De allá hasta el presente es imposible escribir la historia de nuestro país sin colocar a la pelota en el lugar que le corresponde”. [5]
En esa misma línea argumentó: “A la hora de hablar de nuestros vínculos con el Caribe y la región siempre ocuparán lugares relevantes Casa de las Américas y el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano”.
En cuanto a los exámenes realizados por autores foráneos, elogió el quehacer del ítalo-norteamericano Piero Gleijeses, profesor de la Escuela de Altos Estudios de la Universidad John Hopkins (algo que también hicieron otros panelistas) quien además de sus méritos como investigador –uno de ellos la acuciosidad con que emprende cada tarea- ha tenido la posibilidad de “triangular” sus pesquisas, lo que “las dota de un valor añadido”.
Alzugaray estimuló que, desde la propia carrera de Relaciones Internacionales, el alumnado se vincule mediante trabajos de curso y tesis de grado a estos asuntos, con énfasis en aquellas cuestiones sobre las que se ha escrito poco; empeño al que podrían sumarse como tutores, propuso, muchos de nuestros más experimentados diplomáticos, deseosos de proseguir aportando las experiencias acumuladas durante años.
“Hay que estimular todavía más, finalizó su ponencia, los estudios de área. Ello presupone el dominio de la lengua y cultura de los países que se atienden”.
“Yo estoy aquí para contar la historia”. (Pablo Neruda)
Jorge Fornet, en el cierre del intercambio, se sumergió en el apasionante universo cultural propiciado desde el 1ero de enero de 1959. Con independencia de que permanecen tópicos sin abordar, reconoció lo hecho por diversas instituciones. “Ahí están, por ejemplo, los tres tomos de la Historia de la literatura cubana, preparada por el Instituto de Literatura y Lingüística, o todo lo publicado por Casa de las Américas, el Centro Juan Marinello, las Fundaciones Nicolás Guillen, Fernando Ortiz y Alejo Carpentier o el Centro Pablo de la Torriente”.
Con relación a las carencias, ratificó la idea planteada con antelación de que no existen catálogos de publicaciones “Si usted quiere saber la presencia o no de un autor como jurado, o recibiendo un galardón en alguna de las ediciones de nuestros Premios, se enfrentará a una búsqueda titánica, pues esa información no está disponible como debería.
“Aunque en el campo de la cultura las fuentes son más abiertas, comentó, se evita hablar de determinados asuntos. Hay que romper esos esquemas. De igual manera necesitamos análisis que fomenten miradas transdisciplinarios, que no es la tónica dominante hoy”.
Con palabras elocuentes meditó sobre lo oportuno, o contraproducente, de emplear el testimonio dentro de una investigación cultural. “En mi caso, relevó, decidí apoyarme solo en las vivencias que estaban asentadas en alguna publicación, ya que hubo un momento en que todo el mundo había conocido a cada persona y todos los detalles, pero no había manera de contrastar esa información. Comprobé, asimismo, que se repetían lugares comunes y eso tampoco ayuda si se intenta develar la esencia de un fenómeno.
“En otros casos tiene tanta fuerza la memoria, que si intentamos construir un relato sobre esos códigos poco podría añadirse a lo que ya dijo el que vivió el hecho. Tuve una experiencia interesantísima en la Fundación Ludwig, mientras una realizadora norteamericana impartía un curso sobre cine. La profesional sometió a debate el documental Iré a Santiago, de la destacada cineasta Sara Gómez. Todo el mundo dio una explicación teórica sobre el empleo de las luces durante la filmación, que para los que no conocíamos los pormenores parecían atinadas.
“Casi al finalizar aquel ejercicio, uno de los que había estado junto a Gómez en el rodaje dijo que las causas eran totalmente diferentes: el encargado de esa tarea se ausentó por dolores estomacales y entonces el cambio de planes se impuso. Esa tarde observé con nitidez la fuerza asociada al que se involucra en un hecho, de ahí la importancia de ponderar muy bien el empleo de este método”. [6]
Motivados por las presentaciones del panel varios asistentes plantearon agudas reflexiones, entre ellos Esteban Morales, Fidel Valladares, Fabio Grobart, Lisandro Pérez y Felipe de Jesús Pérez. En el epílogo Ivette García, al frente de la Sección que convocó la actividad, se refirió a los empeños de mayor alcance en los que incursionaron en la última etapa, resaltando la entrega a la Editorial de Ciencias Sociales del volumen Historia de la Revolución Cubana: miradas críticas y descolonizadoras.
Explicó además que en las próximas horas, exactamente el 30 de julio, se incorporarán a la “Sección de Literatura Histórica y Social”, 36 nuevos miembros de todo el país. “Ellos fueron escogidos luego de una rigurosa selección, elevando a 164 el número con que contamos en las diferentes provincias. Pensamos que el Grupo de Trabajo sobre la Revolución Cubana dentro de la Sección, que preside el Dr. Juan Valdés Paz, tiene varios resultados que mostrar, a partir de la sistematicidad con la que han actuado”.
El encuentro tuvo como aliciente celebrarse luego del 55 aniversario de Palabras a los intelectuales, la medular intervención de Fidel en la Biblioteca Nacional, el 30 de junio de 1961, en el diálogo que sostuvo con los creadores allí reunidos (catalogada con justicia como el texto donde se fija la plataforma cultural de la Revolución) y a pocas semanas de festejar igual cumpleaños por el surgimiento, el 22 de agosto del propio 1961, de la Uneac, resultado concreto del intercambio previo del Comandante con la vanguardia de los artistas de la época.
Entre las numerosas personalidades que participaron en el evento desarrollado hace unas horas se encontraban los doctores Eugenio Suárez, director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado; Miriam Egea, directora del Departamento de Marxismo-Leninismo e Historia del Ministerio de Educación; Carlos Delgado, decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana; Manuel Hevia, director del Centro de Estudios sobre la Seguridad del Estado; Francisca López Civeira, vicepresidenta de la Unión de Historiadores; Andrés Zaldívar, presidente de la filial capitalina de la Unhic y Yoel Cordoví, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba.
*El autor es Licenciado en Historia; Especialista en Defensa y Seguridad Nacional y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] El Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas es el máximo reconocimiento que se le otorga a los intelectuales cubanos de las ciencias sociales. El Instituto Cubano del Libro, del Ministerio de Cultura, y el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente convocan y realizan el proceso de nominación, selección y distinción. El Premio se adjudica en ceremonia constituida al efecto dentro de la programación de la Feria Internacional del Libro de La Habana. El historiador Zanetti Lecuona lo alcanzó en el 2011, mientras que el sociólogo Valdés Paz lo obtuvo en el 2014. Se instituyó en 1995, recibiéndolo en aquella ocasión Carlos Rafael Rodríguez, uno de los marxistas más sólidos del continente, con una ejemplar trayectoria revolucionaria de más de 60 años, que lo llevó a ocupar múltiples responsabilidades en el gobierno revolucionario, entre ellas la de vicepresidente del Consejo de Estado, y los historiadores Hortensia Pichardo y Julio Le Riverand. Un año más tarde el lauro lo recibieron Jorge Ibarra y Estrella Rey. El resto de los galardonados son José López Sánchez (1997), el abogado y profesor Miguel Ángel D´Estéfano Pizarro (1998), el actual presidente de la Academia de Historia de Cuba y director de la Biblioteca Nacional José Martí, Eduardo Torres-Cuevas (2000), el historiador y diplomático Oscar Pino Santos (2001), la musicóloga Zoila Lapique Becali (2002), la historiadora María del Carmen Barcia (2003), el lingüista Salvador Bueno (2004), el historiador Francisco Pérez Guzmán (2005), el abogado devenido historiador Rolando Rodríguez García (2007), los también historiadores Áurea Matilde Fernández Muñiz (2008), Pedro Pablo Rodríguez (2009), Olga Portuondo Zúñiga (2010) y César García del Pino (2012), así como el sociólogo Aurelio Alonso Tejada (2013) y la filóloga Ana Cairo Ballester (2015). Ha sido práctica en los últimos años dedicar la edición de la Feria Internacional del Libro a una figura de las letras y otra de las ciencias sociales, siendo escogidas en ese acápite uno de los laureados con antelación con el Premio Nacional. En el 2015, por ejemplo, el homenaje tuvo como centro a la santiaguera Olga Portuondo Zúñiga (unida al etnólogo Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura) que un quinquenio antes mereció el prestigioso reconocimiento.
[2] El doctor Arnaldo Silva León, presente también en el evento convocado por la Uneac, se refiere a la importancia de dichos estudios. El profesor titular de Historia de la Revolución Cubana en la Universidad de la Habana, durante las últimas tres décadas, señala en uno de sus trabajos: “Con el mayor rigor científico y el más absoluto respeto por la verdad y teniendo como un mandato y guía estos pensamientos de Martí y Fidel, habremos de enfrentar la ardua y compleja tarea historiográfica sobre la Revolución. Deseo pensar en términos de una historiografía para satisfacer las necesidades de la docencia y de la cultura general del pueblo. No se trata de complacernos a nosotros mismos, descuidando que lo que escribamos va dirigido no solo a especialistas, sino a un estudiante que necesita ver en la historia lo que Marco Tulio Cicerón definiese como: Testigo de los tiempos, luz de la verdad y maestra de la vida”. Arnaldo Silva León: “La historiografía de la Revolución en el poder”, en: La historiografía en la Revolución cubana. Reflexiones a 50 años, Editora Historia, La Habana, 2010, p. 98. Este texto, preparado por el Instituto de Historia de Cuba, es un material de gran valor, porque recoge diferentes ensayos sobre el particular. Es válido destacar que en nuestro país existe una bibliografía amplia sobre los temas historiográficos, a partir de la producción de los profesionales antillanos, a la que se suman valiosos estudios procedentes de otras latitudes. Pienso, por citar unos pocos ejemplos, en los numerosos materiales elaborados por los queridos profesores de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, Alejandro García Álvarez, Constantino Torres Fumero, Eduardo Torres-Cuevas, Arturo Sorhegui D´Mares y el lamentablemente desaparecido Oscar Loyola Vega. O en los libros La Historia y el oficio de historiador, perteneciente a un colectivo de autores franceses y cubanos, presentado en 1996 por una edición conjunta de Imagen Contemporánea y la Editorial de Ciencias Sociales, y el texto Itinerarios de la historiografía del siglo XX. De los diferentes marxismos a los varios Annales, del mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas, dado a conocer por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, en 1999. Mención especial para Cinco siglos de historiografía latinoamericana, de Sergio Guerra Vilaboy, Jefe del Departamento de Historia de la UH y presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC), publicado por Ciencias Sociales, en el 2009.
[3] Sobre la importancia de la historia, y el quehacer de los historiadores, el Comandante en Jefe se pronunció en múltiples oportunidades. En esa línea resulta de obligatoria consulta la extraordinaria obra, en dos tomos, Fidel Castro y la historia como ciencia, preparada por un colectivo de investigadores y que vio la luz en el 2007, como parte de las ediciones especiales del Centro de Estudios Martianos. Otro texto, publicado igualmente en dos volúmenes apenas un quinquenio atrás, contiene una de las apreciaciones más abarcadoras emitidas por el líder de la Revolución sobre esta temática. “Posiblemente la historia nos ha trasmitido numerosas anécdotas un poco fantasiosas, incluso, hasta mentiras, sucesos que ocurrieron o se inventaron; pero, en cualquier caso la investigación comprobó muchas de las narraciones históricas. Desde luego, han cambiado muchos conceptos de la misma historia; la interpretación de los hechos ha sido muy diferente, muy cambiante. En la historia, el riesgo mayor es el tipo de interpretación dada a los acontecimientos y sus causas. (…) Después que uno ha vivido algunos años y algunos acontecimientos históricos, después que ha leído la explicación dada por muchos protagonistas de los acontecimientos históricos en que usted también participó y conoció, y de los cuales ha sido testigo, se da cuenta de cómo la historia está expuesta a un gran número de errores. (…) La investigación histórica puede descubrir y precisar hechos mejor aún que los propios protagonistas; es decir, creo en la investigación histórica, en métodos de investigación y comprobación: en los documentos, testimonios, hechos, en las huellas que puedan haber dejado; hay muchas maneras de verificar los acontecimientos. La investigación histórica es una ciencia, una técnica, y permite indagar y comprobar lo que la memoria no puede retener. Considero insoslayable desconfiar, incluso, del testimonio de los protagonistas, y la historia debe realizar investigaciones. No se trata de que los protagonistas quieran engañar, a veces no se acuerdan bien de lo que pasó, de algún aspecto, y tienen su versión de lo que ellos vieron entonces, lo que interpretaron después. Creo que se puede confiar más en la investigación histórica. Claro, los protagonistas podemos dar testimonios de ideas básicas, esenciales, propósitos, conceptos que tenemos de tales cosas, que sí es muy difícil comprobar en la investigación histórica, excepto que se haya escrito. Pero muchas veces hay que trabajar sin pruebas documentales, porque no se ha escrito antes una opinión, una idea. Es decir, aunque la historia está sujeta siempre a tergiversaciones, confusiones, y equivocaciones, existe la investigación histórica y existen los buenos investigadores históricos”. Katiuska Blanco Castiñeira: Fidel Castro Ruz. Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, Primera Parte, Tomo I, Casa Editora Abril, 2011, pp. 232-235.
[4] En una Mesa Redonda efectuada en los predios de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la casi tricentenaria Universidad de La Habana, hace 18 años, titulada “¿Por qué la Historia?”, el prestigioso investigador José Tabares del Real, acucioso analista de la Revolución de los años 30 en nuestro país, entre diversas cuestiones, expresó: “Muchas veces los historiadores han contemplado su profesión, su oficio, en el marco de la relación pasado-presente e, incluso, han tenido miedo a acercarse al estudio de los acontecimientos y los procesos contemporáneos a ellos; también ha habido oposición por parte de muchos colegas a incluir el estudio del futuro en su campo de acción. Siguiendo la definición de Block, y tomándola como punto de referencia, pienso que el trabajo del historiador tiene que ver con el tiempo en todas sus etapas: el pasado, el presente y el futuro. (…) Esta visión en tres tiempos completa, corona, lo que puede y debe ser la función social del historiador como educador, como formador de conciencia social y de cultura, como agente de la identidad nacional”. La experimentada profesora Leonor Amaro Cano, presente también en la actividad convocada ahora por la Uneac, consideró entonces que: “Para mí la historia estudia lo ocurrido, lo pasado; y mientras más distancia tenga el observador de los hechos, de lo que ha acontecido, podrá analizar mejor el presente y hacer pronósticos más certeros. La inmediatez, en tanto el observador es también participante, de alguna forma impide alcanzar la objetividad, tan necesaria en la ciencia histórica”. Oscar Zanetti, apostilló en aquella oportunidad durante el epílogo del debate: “Cada generación tiene circunstancias distintas y eso supone que sus enfoques tienen que corresponder con su época, y esto es lo que las diferencia y lo que les da una determinada identidad. Ahora bien, esto no tiene que implicar necesariamente –y no creo que implique- una contraposición, sino, simplemente, un desarrollo de la profesión, incluso en torno a las mismas inquietudes, aunque las perspectivas puedan ser diferentes e, incluso, contrapuestas. Esto es parte del proceso histórico”. Contracorriente. Una Revista Cubana de Pensamiento, Año 4, Número 11/14, Enero/Diciembre, 1998, pp. 184-206.
[5] Ernesto y Nemesio Guilló, a los cuales también se sumó el joven Enrique Porto, fueron precursores de esta modalidad deportiva entre nosotros. El ensayista cubano Roberto González Echevarría, profesor desde hace décadas en la Universidad de Yale, quien tiene en su haber uno de los estudios más documentados sobre el tema, escribió acerca de ese momento: “Seis años después, en 1864, los tres regresaron a Cuba, convertidos en hombres hechos y derechos. En el baúl de viaje, Nemesio trajo a Cuba un bate y una pelota, los primeros que entraron en la isla. Estos objetos eran todavía bastante poco conocidos incluso en Estados Unidos, donde el deporte apenas empezaba a popularizarse. Al día siguiente de llegar, los tres ya estaban jugando pelota en El Vedado, frente a los baños públicos propiedad de un tal Don Ramón Miguel. Al principio el juego consistía en fonguear (lanzar uno mismo la pelota al aire y darle con el bate) y el batazo se convertía en un hit o en un tubey, según adonde llegara la bola; el out podía sacarse esperando que la pelota cayera, tras haber golpeado la copa de un árbol. En la misma zona, otros grupos de jugadores empezaron a organizarse en torno a jóvenes que regresaban de Estados Unidos. Usaban pantalones de algodón crudo, camisas blancas y llevaban un pañuelo al cuello que podía ser rojo o azul, según el bando”. Roberto González Echevarría: La gloria de Cuba. Historia del béisbol en la isla, Editorial Colibrí, Madrid, 2004, pp. 181-182.
[6] Me parece útil traer a colación lo planteado por un historiador de la talla de Jacques Pirenne, autor de obras monumentales.”La narración de los sucesos entraña la obligación de interpretarlos. No pretendo que mi interpretación sea la única verdadera, pero sí puedo afirmar que he puesto en esta tarea mis mejores deseos de hallar la verdad. A cierta persona que me afirmaba que es imposible exponer un hecho, sea cual fuese, sin matizarlo con los prejuicios personales, le respondí señalándole este ejemplo: si para indicar la atmósfera que reina en una sala yo digo: `Hace mucho calor´, formulo un juicio personal. Pero si digo simplemente: `El termómetro marca 22 grados centígrados´, me limito a constatar un hecho. Pues bien, este segundo método es el que he seguido siempre. Ante un acontecimiento cualquiera, el historiador puede adoptar dos actitudes: juzgarlo, en cuyo caso abandona la objetividad histórica para realizar la obra de un moralista o partidario, o bien intentar comprenderlo y hallarle una explicación, que es lo yo he tratado de hacer”. Jacques Pirenne: Las grandes corrientes de la historia. Historia Universal, Tomo VIII, Editorial Cumbre, S. A., decimocuarta edición, México, 1978, p. 8.