La acacia mangium es originaria de Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Tailandia, Laos, Camboya y Australia, y es una especie a la que se le reconoce un alto valor ambiental y comercial.
Sin desconocer la utilidad de su madera y subproductos, los especialistas le atribuyen mayor importancia como especie apta para la forestación, porque ayuda a recuperar suelos.
La historia de la Acacia en las tierras latinoamericanas empieza en la década de los 80, del pasado siglo, cuando fueron introducidas desde Asia, con el fin de realizar ensayos para establecer plantaciones forestales sostenibles y productivas.
Dichos estudios se adelantaron principalmente en Costa Rica y Cuba, donde la sembraron en zonas de pastoreo, buscando revitalizar los suelos, cuyos problemas de fertilidad obstaculizaban la alimentación del ganado.
Los excelentes resultados de estas plantaciones mostraron una alternativa económica y ecológica para los sistemas silvopastorales y agroforestales, hecho que provocó que la acacia fuera introducida también en otras regiones de América Latina con un doble propósito: madera y recuperación del suelo.
Como anillo al dedo
“La acacia mangium llegó a Las Tunas en el año 2010 con semillas adquiridas en las provincias de Ciego de Ávila y Granma (Estación Experimental de Guisa) en el año 2010”, recuerda el Máster en Ciencias Osmel Fernández Cruz, director de la UEB Agroforestal en el municipio cabecera.
El directivo rememora que a partir del 2012 intensifican su establecimiento en una parcela de 3,5 hectáreas arrebatas al marabú en la misma periferia de la ciudad capital.
“El propósito fue experimentar sobre su adaptabilidad y crecimiento en suelos arenosos, de poca fertilidad que son predominantes en esta zona”, señala Osmel.
¿Y después de tres años (2015)? “Quedamos satisfechos”, dice y explica que quedó demostrada su adaptabilidad a las condiciones edafoclimáticas locales, pues en ese período ya el tronco exhibía un diámetro de seis centímetros, una altura de seis metros, una supervivencia de 97 % y el logro del ciento por ciento de la plantación.
Confirma que ya el municipio dispone de 80 hectáreas plantadas con esta especie, cuya presencia se extiende, también, a los municipios de Jobabo y Colombia, donde se obtienen resultados similares; al tiempo que en las ocho UEB de la Empresa Agroforestal de la provincia disponen de viveros que garantizarán el fomento de este árbol.
En la finca IPA-I
“Aquí todo era marabú compacto”, enfatiza el operario agropecuario Eugenio Pérez Pérez y enfatiza: “Así, como ese que bordea este bosque. Y la mirada se pierde en una extensa zona dominada por esa planta invasora que cede ante el ímpetu y la obstinación de los hombres.
“Ahora ya ve que esta zona, ubicada en la periferia de la ciudad, muestra otra imagen, y la seguiremos cambiando, porque nuestros sueños son seguir plantando árboles que defiendan la Tierra”, remarca.
Lo que comenzó como un campo experimental es hoy la masa semillera IPA-I, nacida de un proyecto que apoya financieramente estas acciones en demostración del interés del Estado cubano por preservar el medioambiente.
“Ya disponemos de nuestras propias semillas”, remarca y abunda en las ventajas económicas que supone y en la garantía de sostenibilidad de un programa encaminado al aumento de los bosques en Las Tunas y la recuperación de sus suelos.
En su opinión, la vitalidad de este bosque y la mayoría de su patrimonio es resultado de la aplicación de sistemas de pago que vinculan al trabajador a parcelas con extensiones entre tres y cinco hectáreas —según las condiciones del terreno— y estímulo que significa los beneficios que les reporta, en correspondencia con los resultados.
“En el 2015, en la evaluación trianual —así se resume—, 14 trabajadores de la brigada La Veguita recibieron una remuneración ascendente a 6 mil 700 pesos per cápita”, ilustra Eugenio.
En hora buena
Bienvenida la acacia a Las Tunas, una provincia donde los trabajadores agroforestales, con el decisivo apoyo institucional y de otros sectores, se afanan por superar su condición de territorio menos forestado de Cuba, de menor régimen pluviométrico —mil 38 milímetros de promedio histórico— y de suelos signados por la infertilidad.