La casualidad existe. Quien lo ponga en duda debe saber que solo gracias a ella el 22 de abril de 1976 una decena de niños no murieron en el ataque terrorista a la embajada de Cuba en Lisboa, Portugal, acción que segó la vida de los funcionarios Adriana Corcho Calleja y Efrén Monteagudo Rodríguez, de 35 y 33 años de edad, respectivamente.
“Estábamos en la semana de receso escolar y al mediodía salimos de paseo con los niños, alrededor de 10 de disímiles edades; retornamos a la escuela, situada a varios kilómetros de la embajada, porque decidimos celebrar una fiestecita que les teníamos organizada; por eso nos quedamos un rato más”, recuerda Margarita Jorge Benítez, una de las tres maestras encargadas de impartirles la enseñanza primaria. Entre los pequeños también estaba su hijo, de apenas 11 meses.
Alberto Álvarez Alfonso, uno de los dos custodios de la misión diplomática y esposo de Margarita, rememora que alrededor de las doce del día, Efrén, Adriana y él conversaron durante un rato; ellos hablaron de sus planes para cuando regresaran a la patria, pues terminaban en julio. Después se marcharon: Adriana a la oficina del embajador, en el sexto piso, y Efrén a la suya, en el quinto, sede del consulado.
“Alrededor de las 4:10 p.m. Adriana y una compañera nombrada Elena fueron a mi encuentro. La primera me preguntó si no había sentido olor a pólvora; le respondí que no y se fueron. Salí al vestíbulo y vi que en el área del elevador todo estaba nublado. Busqué y vi un maletín en la escalera de servicio, detrás de la puerta de acceso a la embajada, justo en el lugar donde se hallaban todos los relojes de la toma del gas, y próximo a la habitación donde habitualmente los niños permanecían hasta ser recogidos por sus padres. En su interior se hallaba la bomba.
“Dudaba si debía llevarlo adentro para revisarla, pues ignoraba el tiempo que le quedaba para detonar; tampoco podía lanzarla hacia abajo, porque estaban los otros compañeros. Regresé a mi puesto y por teléfono le dije a una compañera que avisara a todos que se retiraran y abrieran las ventanas. Seguidamente traté de comunicarme con Adriana, pero la línea estaba ocupada, porque ella le estaba avisando a los de abajo. Después comenzó a llamarme”.
Mientras esto ocurría, Efrén se dispuso a subir, al parecer para avisar a los demás y tratar de que no les ocurriera nada, indica Alberto. Le gritaron que no cruzara, mas no hizo caso y en ese preciso instante la bomba estalló. “La explosión lo lanzó a la oficina del embajador, donde cayó muerto, y a mí al balcón, con heridas en la cabeza, en una mano y en una pierna. Cuando me paré aún caían escombros. Sobrevino un gran silencio.
“Rápidamente empezamos a buscar a Adriana. La encontramos entre los escombros y empecé a despejarle el rostro; lo tenía desbaratado; ya agonizaba. En el quinto piso se abrió un cráter tan grande, que si la compañera que atendía el consulado hubiese estado allí, habría muerto.
“De inmediato se mandó a buscar al otro custodio, que tenía el día libre, y varios quedamos controlando todo. Yo había perdido mucha sangre y a las siete de la noche el embajador me trasladó al hospital, adonde habían sido llevados los cadáveres de Adriana y Efrén. Me dejaron en observación por si debido a la herida de la cabeza, era preciso operarme. No era profunda y al final solo me dieron puntos; la de la mano sí lo fue.
“Quienes pusieron la bomba estudiaron muy bien todo. Sabían que a las cuatro de la tarde los niños llegaban a la embajada, tanto era así que la explosión ocurrió a las 4:45. El objetivo era matarnos a todos, pero únicamente habíamos allí dos hombres —Efrén y yo— y cuatro o cinco mujeres, porque el resto del personal trabajaba fuera en ese momento”, añadió.
Adriana y Efrén: compañeros inolvidables
Al pedirles conversar sobre Adriana y Efrén, ambos se recogen y sus rostros reflejan un agudo dolor; los ojos se les nublan y quedan como impedidos de pronunciar palabra alguna. Una vez repuesto, Alberto habló con infinito cariño:
“Adriana era lo máximo, no solo para nosotros dos, sino para todo el personal. Aquella era mi primera misión en el exterior, y su ayuda y consejos me resultaron de sumo valor. Tanto ella como su esposo educaron muy bien a sus tres hijos —los más pequeños, de 10 y 11 años estaban allí, y la mayor, de 12, en Cuba, porque había comenzado la enseñanza secundaria—; les enseñaban de todo, incluido qué hacer ante cualquier cosa que sucediera.
“Efrén igualmente era un excelente compañero, colaborador y entusiasta; siempre muy activo en la organización y desarrollo de las actividades que se realizaban”.
Margarita refiere la inestimable ayuda que recibió de Adriana en momentos en que, muy joven, se encontraba lejos de la familia, con un bebé de meses, sin saber prácticamente nada acerca de cómo atenderlo:
“Como si fuera mi madre, me enseñó qué se le podía dar o no; me orientó no comprarle comida en la farmacia, sino preparársela personalmente porque resultaba más sana. Además, me daba muy buenos consejos: ‘Cuida bien a tu niño cuando estés fuera; llévalo bien contigo y no dejes que nadie lo coja. Si lo tienes en el coche, no sueltes este para ver algo’. Eso jamás lo olvidaré”.
Sentimos la fuerza de la solidaridad
No pocas acciones anticubanas sufrieron los funcionarios de la embajada de Cuba en Portugal a partir del triunfo del Movimiento Para la Liberación de Angola (MPLA) debido a la decisiva participación de nuestras tropas en la obtención de la independencia de ese país del coloniaje portugués.
Sin embargo, cuando terroristas amamantados y pagados por el imperialismo yanqui perpetraron aquel atentado terrorista, los funcionarios de la misión diplomática de la isla comprendieron cuánto estimula el apoyo solidario.
“Escuché un alboroto en la calle y pensé que se disponían a entrar a la embajada. Me asomé por una de las ventanas y cuál no sería mi sorpresa al ver una multitud que gritaba: ‘¡Abajo el imperialismo!’, ‘¡Abajo la CIA!’, y vivas a la Revolución. Toda la cuadra se llenó y eso nos dio mucha fuerza, nos tranquilizó, porque veíamos que había gente que nos apoyaba”, cuenta Alberto.
¿Qué representó para ustedes la triste experiencia vivida allí?
“Me produjo mucha indignación y soberbia, porque no le encontraba lógica a eso de matar compañeros. Hechos como ese afianzan tus ideales, los hacen más firmes, y consolidan tu entrega a la Revolución”, indica Margarita.
Alberto ratifica lo dicho por ella y agrega: “Nos dieron un golpe durísimo, pues Adriana y Efrén eran dos compañeros muy valiosos. Uno sabe que el enemigo actúa de forma traicionera. En esa lucha hemos vivido siempre, y así seguiremos”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.