En las transformaciones que se ejecutan y proyectan en varios sectores de la economía y los servicios, el ahorro subyace como premisa para lograr la eficiencia. La frase de hacer más con menos no es una consigna, sino una necesidad de la economía para lograr la optimización de los recursos en aras del bienestar del pueblo.
Muchos de los presupuestos asignados a diferentes sectores han disminuido únicamente con la reducción de las plantillas o el reordenamiento de la producción y los servicios, cuyos montos se emplean en otras actividades dentro o fuera de ellos.
¿Cuánto se ha dejado de gastar después del cierre de centros docentes internos, conocidos como escuelas en el campo, donde los alumnos recibían de manera gratuita alimentos, uniformes y hasta el transporte de ida y regreso a sus viviendas?
¿Cuánto se aporta a otros presupuestos con la reducción de plantillas solo en los sectores de la salud y la agricultura, que racionalizan cerca de 160 mil plazas en aras de aprovechar mejor su capital humano?
¿Cuánto mermará el uso de combustibles fósiles con ese ambicioso programa que aumentará la generación eléctrica del 4 hasta el 24 % en pocos años, a partir de la utilización de fuentes renovables como la biomasa, el sol, el viento y el agua, y para lo cual se ejecutan importantes inversiones?
Ahorrar es premisa cuando se trata de hacer sostenible un modelo económico y social que tiene al hombre y a los recursos naturales en el epicentro de sus realizaciones.
Aunque no basta que el término esté implícito en las políticas, tiene que entronizarse en la conciencia, en el quehacer de los seres humanos, que son gestores de todas las transformaciones.
A la agricultura, por citar un ejemplo, le falta bastante por hacer en esta materia. Algunos recursos naturales tan preciados como el suelo y el agua se dilapidan al no aplicar correctamente cartas tecnológicas que predicen las necesidades de los cultivos o la cantidad de alimentos para sostener la dieta de los animales.
Mucha agua llega todavía al mar o a los ríos procedente de los arrozales al no cumplirse las normas de consumo para cada campo o época del año; imagínense que se establecen unos 14 mil metros cúbicos por hectárea, y en la práctica esa cifra aumenta en unos 3 mil como promedio en el país.
Para materializar esa normativa hay que restaurar los sistemas ingenieros del arroz y rescatar la cultura del mantenimiento de las obras hidráulicas para que se eleve la eficacia, algo que también le viene como anillo al dedo a diversos sectores que no producen arroz sino otros bienes materiales y de servicios.
Porque no solo en el campo se desperdicia este recurso finito. La problemática de los salideros de las redes hidráulicas, lo mismo de las exteriores que de las interiores de las viviendas, industrias y centros laborales necesita de voluntad estatal para su solución.
Igualmente en los diferentes niveles del sector de la salud se precisa un estricto control del uso de insumos como algodón, jeringuillas, gasas, medicamentos y medios diagnósticos que contribuirían a mejorar la atención al paciente y elevarían la sostenibilidad.
Otro elemento a tener en cuenta, aunque parezca descabellado en el tema del ahorro, es la batida que hay que seguir librando en el enfrentamiento al robo y al desvío de recursos, que menguan el stock de cada puesto de trabajo, fábrica, hospital y, por consiguiente, las arcas de la nación.
Nada de ello es ajeno a los seres humanos; a quienes dirigen las políticas, aprueban los presupuestos y las ejecutan, porque al final de cada proceso desarrollado de forma eficaz habrá más alimentos, mejores servicios y mayor bienestar.