Por Alfredo Machado López *
No concibo al sector de la industria alimentaria y la pesca cumpliendo su compromiso social con sus equipos y medios, que en más de un 80 % tienen obsolescencia tecnológica, sin la participación de los innovadores y racionalizadores, por solo poner ese ejemplo.
Decenas de nombres vienen a la mente. El innovador Yero con su parafinadora criolla en el Complejo Lácteo Habana, capaz de incorporarle valor agregado al queso que allí se produce con excelente calidad y demanda en el mercado en divisas; o Toly, poniendo a prueba su ingenio creador en la fábrica de conservas Guantánamo.
Ellos forman parte de los más de 214 mil integrantes de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (Anir) de todos los sectores y ramas de la economía y la defensa del país, cuya labor es insustituible en cuanto al ahorro, la fabricación y recuperación de piezas de repuesto, la sustitución de importaciones y el incremento de la productividad del trabajo; del mismo modo la aplicación de la ciencia, la tecnología y la innovación. Esa es una historia de décadas que fue refrendada en los Lineamientos de la Política Económica y Social aprobados en el VI Congreso del Partido y ratificada en el VII Congreso.
Era muy joven la Revolución cuando el Che Guevara, al frente del Ministerio de Industrias, promovió las dos campañas emulativas, conocida la primera como Piezas de Repuesto y la segunda, Obrero, construye tu maquinaria. Esas jornadas demostraron la importancia de fortalecer la participación de los trabajadores en el mantenimiento de las fábricas e industrias de la compleja economía cubana en los primeros años después del triunfo revolucionario.
En ese entonces la mayoría de los ingenieros y técnicos con que contaba la nación emigraron hacia Estados Unidos, país que nos aplicó casi de inmediato el bloqueo económico, comercial y financiero. La creatividad de los obreros se impuso. Años más tarde, en 1973, el XIII Congreso de la CTC aprobó la creación de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores.
Posteriormente, en noviembre de 1978, el XIV Congreso obrero propuso establecer una norma que protegiera la labor de estos talentosos y creativos hombres y mujeres. Así nació, en 1982, la Ley 38 de Innovaciones y Racionalizaciones.
Resulta inadmisible que a esta altura no se comprenda por algunas administraciones que el talento, la creatividad, el conocimiento, el resultado científico y la disposición constante a buscar soluciones a las limitaciones financieras y materiales por las que atraviesa nuestra economía —agravadas por el bloqueo estadounidense— constituyen también un importante recurso económico, que ha contribuido considerablemente a mantener funcionando muchas fábricas, equipos y medios.
No es menos cierto también que detrás de la labor de los innovadores se ha enmascarado alguna que otra chapucería y esto solo es posible cuando no funcionan adecuadamente los Comités de Innovadores y Racionalizadores (CIR).
En particular cuando las comisiones evaluadoras (designadas por resolución administrativa) no cumplen bien sus funciones y aceptan “cualquier cosa” por innovación o racionalización y son superficiales en el cálculo de su efecto económico después de un año de aplicación, como lo exige la Ley 38/1982 de Innovaciones y Racionalizaciones.
El cumplimiento de lo legislado en esta materia asegura la trazabilidad de la innovación, desde su registro y puesta en práctica hasta el reconocimiento y remuneración simbólica al innovador. No me cabe duda de que la actualización de nuestro modelo económico nos permitirá mayores índices de eficiencia y eficacia productivas y de servicios, y en tal caso no creo que podamos prescindir de la labor de los innovadores y racionalizadores.
*Presidente de la Anir