Antes del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959, los líderes sindicales cubanos desempeñaron su labor bajo el constante acoso de los cuerpos represivos de los diversos regímenes que mal gobernaron el país. Tal situación se reforzó a partir de 1947, cuando Eusebio Mujal Barniol y sus secuaces lograron apoderarse de la dirección de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), desplazando a sus verdaderos líderes y sembrando el divisionismo en sus filas.
En medio de aquel crudo escenario antiobrero, sobrevino el golpe de Estado propinado por Fulgencio Batista Zaldívar, el 10 de marzo de 1952, y con él la implantación de medidas políticas y coercitivas que afectaban cada vez más a los trabajadores, con el consiguiente recrudecimiento de las míseras condiciones en que transcurría la existencia de la gran mayoría de la población.
Una vez con las riendas del poder en sus manos, Batista procedió a la organización y estructuración del ejército, la policía y la marina. En el primero de ellos, lugar especial correspondió al Servicio de Inteligencia Militar (SIM), con su Servicio de Inteligencia Regimental (SIR) y el Buró para la Represión de las Actividades Comunistas (Brac); y en la policía, el Buró de Investigaciones.
En lo referente a los líderes sindicales, sabían dónde vivían, la composición del núcleo familiar, quiénes eran sus amigos, lugares frecuentados por ellos, y las tareas que les asignaba el Partido Comunista, entre otros aspectos personales.
Documentos existentes en el archivo del Instituto de Historia de Cuba (IHC) demuestran la tensa y difícil situación en que actuaban el movimiento sindical unitario y sus dirigentes. Entre ellos puede leerse un aviso emitido por el SIM, en agosto de 1957, en el cual indicaba: “Actuar urgente y enérgicamente contra los líderes sindicales que propicien huelgas. Se utilizarán personal que trabaje para el gobierno y familiares de las fuerzas armadas para sustituir a los empleados y obreros huelguistas. Circular entre los que se mantengan en huelga que si no se presentan en un plazo serán dejados cesantes en sus puestos (…)”.
También en esa institución puede consultarse un informe de ese mismo mes y año, y firmado por el mayor general Francisco Tabernilla Dolz, jefe del Estado Mayor del Ejército, que daba cuenta de la creación y entrenamiento especial de dos batallones de infantería de marina que operarían en la capital del país en caso de grave alteración del orden público o situaciones de emergencia, especialmente contra las huelgas obreras.
El estudio acerca del quehacer de los cuerpos represivos de la tiranía batistiana, emprendido por la máster Marilú Uralde Cancio, investigadora del IHC, le permite afirmar que sus objetivos fundamentales eran los comunistas, estudiantes, moncadistas, ortodoxos… en fin, toda la oposición al régimen, oficial o no; y en el caso del movimiento obrero la centraba en los sindicalistas unitarios, pues los que respondían a Mujal estaban plegados al régimen.
La tiranía logró ubicar delatores e informantes dentro de los sindicatos, con la finalidad de mantenerse al tanto de cuándo y dónde se reunían, los planes a ejecutar, y otros datos de interés.
Asimismo, a los jefes de las secciones del Brac recibieron un curso básico de instrucción y conocimientos generales de las doctrinas marxistas, y de persecución de los líderes del movimiento obrero, a quienes se orientaba investigar lo más secretamente posible con vistas a evitar que tanto ellos como sus familiares y amigos lo supieran, e incluso el monto de su consumo de electricidad, pues de ser alto indicaba la posesión de grandes equipos, posiblemente una imprenta.
Los interrogatorios a líderes del movimiento obrero o comunista comprendían tres gradaciones: de primer grado (persuasivos); de segundo (sicológicos), y de tercer (físicos), apunta la citada investigadora, quien refiere, además, la estrecha relación de trabajo existente entre el Brac y el SIM, el último de los cuales, por contar con mayor número de fichados puso a disposición del primero sus registros y archivos de antecedentes de comunistas y líderes obreros.
Dos hechos significativos en la persecución de que eran objeto esos líderes fueron la huelga azucarera de 1955 y las llamadas Pascuas Sangrientas, en 1956. Estas últimas constituyen una de las masacres obreras más grandes que hubo en América Latina, al ser asesinados líderes tabaqueros, azucareros y obreros simples, de afiliación auténtica, ortodoxa, comunista y del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.