Por Ismael S. Albelo
Carlos Acosta, nuestro primer bailarín, no solo sueña con realizar sus sueños… sino que los realiza. ¡Y de qué manera! Su vida y su carrera sobrepasan cualquier expectativa y lo colocan entre el grupo de los ganadores. El pasado viernes 8 de abril se abrió la cortina de la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso para su compañía Acosta Danza, luego de varios meses de preparación.
Ecléctica en su composición y su repertorio, Acosta Danza enrumba a ser una compañía de repertorio: coreógrafos como el español Goyo Montero, el belga Sidi Larbi Cherkauí y los cubanos Marianela Boán y Alexis Fernández, Maca, mostraron en el primer programa una diversidad estilística dentro de los cánones que la contemporaneidad ha marcado y aún marcan los tiempos posmodernos.
Goyo presentó la rebautizada obra Alrededor no hay nada, pieza que con el título El día de la creación obtuviera en el 2006 el Premio Internacional CIC de Coreografía y se estrenara por el Ballet Nacional de Cuba. Ahora, con la introducción de algunos cambios, los versos de Joaquín Sabina y Vinicius de Moraes vuelven a traernos el penumbroso ambiente plagado del movimiento quasi perpetuum del hombre y la mujer actuales, el flujo y reflujo, el ir y venir de los cuerpos, con ese sentido contemporáneo que tanto necesitamos para espantar la inercia.
Maca vuelve como coreógrafo con De punta a cabo, un paseo por el Malecón habanero, tal vez un poco sublimado dentro de su arquetipia, a manera de mural de una sociedad juvenil que exalta lo físico y lo diverso pero que en su amplitud discursiva se acerca con peligro a la máxima popular de que “el que mucho abarca…” Los fortuitos guiños al más académico del ballet arriesgan el resultado, sobre todo con la populista secuencia de fouettés, muy bien ejecutada por Ely Regina Hernández.
También regresó por la puerta ancha nuestra Marianela Boán con su icónico Cruce sobre el Niágara, que a casi 30 años de su estreno por Danza Contemporánea de Cuba aún conserva la fuerza de las obras maestras, ejecutada con toda la técnica e introspección que requiere por Mario Sergio Elias y Raúl Reinoso, portentosos artistas jóvenes.
Una de las mayores expectativas de este programa estaba en el estreno en Cuba de la pieza de Sidi Larbi Cherkauí, uno de los coreógrafos de punta en el mundo hoy día: El Fauno con música de Claude Debussy —que sirvió a Nijinsky, Béjart o Robbins— llegó a La Habana con la mayor concepción coreográfica de la noche, exigiendo una calidad móvil abarcadora de todas las posibilidades humanas (¡y algunas divinas!) para las dos parejas que lo ejecutaron. El macho cabrío, casi literalmente transcrito por Julio León y Carlos Luis Blanco, fue un desafío vencido, con la altura de sus compañeras Yanelis Godoy y Yelda Leyva.
El plato fuerte estuvo en el también estreno aquí de la Carmen que Acosta regalara al Royal Ballet de Londres. Con la sombra de muchas versiones de la noveleta de Prosper Merimée en varios medios, incluida la danza, entre ellas las de Roland Petit, Mats Ek y Alberto Alonso, Acosta tiene como principal mérito el de la originalidad. Coreógrafo joven en el oficio, en su Carmen no evidencia remedo de alguna otra anterior, aunque por confesión expresa del autor, su Escamillo hace homenaje cinético al de nuestro coreógrafo mayor, Alberto Alonso. A su éxito contribuyen elementos como la escenografía, las luces y el vestuario, también realistas pero muy operativos. ¡Y qué decir de los solistas! Laura Treto, más explosiva y sensual, y Gabriela Lugo, más lírica y comedida, ofrecieron ejecuciones personales; al igual que Javier Rojas —en su debut escénico— dramático y convincente, y Enrique Corrales, inocente y tierno, demostraron que la juventud, aunque inexperta, puede asumir tamaños retos con eficacia, al igual que Luis Valle, convertido en un sensual actor virtuoso.
Una agrupación danzaria no se construye en un día… tampoco en tres, cinco o siete, pero el debut de Acosta Danza augura un positivo porvenir. En su afán por integrar vocabularios, su director nos deparó también una selección clásica con días de giros, saltos, puntas… y arte, ese que el soñador de Carlos Acosta ha hecho y está haciendo realidad.