Una lectura marcó su vida

Una lectura marcó su vida

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Idelfonso Hidalgo. Foto: Jorge Pérez
Idelfonso Hidalgo. Foto: Jorge Pérez

Una lectura marcó su vida “Un militante del Partido tiene que ser ejemplo para su colectivo, los trabajadores y el pueblo, ser el primero en todo lo que implique sacrificios. Solo así la organización podrá conservar  su condición de vanguardia, guía y rectora de  toda la sociedad. Esos atributos hoy son más  necesarios que nunca”.

Así piensa, y lo dice sin ambages, Idelfonso Hidalgo Ávila, un tunero que guarda orgulloso,  desde hace muchísimo tiempo, el carné  con el sello  que le acredita su condición de  fundador del Partido Comunista de Cuba.

“Hay que estar preparados, en todas las esferas: económica, política y militar. Estamos a las puertas del  VII Congreso, y espero  que se pronuncie fuerte en estos principios,  y sobre las cuestiones de índole económica,  fundamentalmente, sin descuidar la defensa  de la historia. Tenemos que seguir apegados  a nuestras raíces para mantener la soberanía  nacional.

“Estos tiempos requieren de más valentía política e ideológica, porque no se puede quedar bien con Dios y con el diablo. Hay que estar dispuestos a enfrentar a los confundidos,  desmemoriados y también a aquellos que les  hacen el juego a quienes pretenden, malintencionadamente, borrar nuestra memoria histórica. Para seguir en la vanguardia, el Partido  no puede prescindir de esas virtudes”.

 A los orígenes

Sus familiares, amigos y conocidos lo llaman Chocho, quizás por la pasión con que ha asumido siempre cada tarea, ya sea en las filas de  la Asociación de Jóvenes Rebeldes, en la Unión  de Jóvenes Comunistas, o en los diversos cargos de dirección ocupados en el Partido o en  la Anap, de la cual llegó a ser su presidente en  la actual  provincia de Las Tunas.

Porque siempre lo distinguió la defensa de los intereses del campesinado  y no podía ser de otra manera: “Nací en  Río Blanco   —una zona rural muy próxima a la ciudad de Las Tunas— el día 10 de septiembre de 1939. Allí vi y sufrí las penurias de la gente del campo antes del triunfo de la Revolución”, rememora en su modesto apartamento  del reparto  Aguilera, en la ciudad capital de esta oriental  provincia.

Intranquilo, como en los años mozos; conversador impenitente se desgrana en anécdotas con tanta pasión como si las estuviera  viviendo ahora mismo: “Mi vida transcurría normal, como la de todo muchacho nacido en zona campestre en aquella época, hasta que leí La historia me absolverá”, r ememor a e mocionado y cuenta:

“Ayudaba a un tío en la bodega y un día oí un cuchicheo en la trastienda. A ciencia cierta no sabía de qué se trataba, pero me parecía extraño lo que estaba sucediendo; entonces, me enteré de que estaban  leyendo ese  libro, luego supe que fue el alegato de Fidel  en el juicio por el asalto al cuartel Moncada.  Ellos lo escondieron allí y ya lo tuve a mi alcance”.

Y esa lectura marcó un cambio en la vida del intranquilo guajirito, que desde entonces tuvo una causa, un sueño, un futuro por el que luchar: “Ya no fui el mismo. Dejé mis andanzas juveniles y comprendí que se gestaba  algo importante para la nación; y, en 1957 me  incorporé a una célula del Movimiento 26 de  Julio, y estuve en la lucha clandestina hasta el  primero de enero de 1959”.

Con la Revolución

Y ya no se bajó más de ese tren arrollador que transformó, para bien, la existencia del pueblo cubano después de más de 50 años de una república mediatizada, orientada a servir intereses extranjeros y de la oligarquía  nacional, que nuestros enemigos ideológicos  pretenden restaurar.

Ahora sigue dando la batalla desde un núcleo residencial y continúa, intransigente y dicharachero, perpetuando la ejemplaridad del Partido.

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