Al cierre de esta edición concluía la XV Muestra Joven del Icaic, una cita que se ha consolidado dentro del panorama del audiovisual cubano. No vamos a insistir en su importancia para la salud del emergente movimiento de realizadores; se sabe que ha sido la vitrina por excelencia de un trabajo sostenido, con disímiles alcances estéticos y conceptuales, pero fruto de un ejercicio creativo, honesto y esforzado.
Hay que defender la Muestra porque su existencia es garantía de socialización de la obra de los más jóvenes y talentosos creadores. Está claro que no todo lo que brilla es oro, pero el público tiene el derecho de sacar sus propias conclusiones. Y también hay que defender ese espacio de experimentación, aunque sus coordenadas no siempre coincidan con las de ámbitos validados por la experiencia y la práctica.
Pero la Muestra no es suficiente. Y ni siquiera lo son los espacios que el audiovisual joven ha alcanzado en los medios de comunicación más tradicionales. Las creaciones de los realizadores que comienzan precisan todavía de esquemas más efectivos de promoción. Y es, a todas luces, una responsabilidad compartida por las instituciones culturales (particularmente el Icaic y el ICRT), la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Obviamente, el protagonismo lo deben tener los propios realizadores, pero está claro que todo acto de creación precisa de una plataforma. Los mecanismos necesarios implican, por supuesto, debate y jerarquización. Pero la discusión debe partir de una decidida vocación integradora. Las mediaciones tienen que ser enriquecedoras, nunca castrantes. Y deben comprender las nuevas dinámicas de producción y distribución, para incidir efectivamente en ellas.
Los que se asustan por la “iconoclasia” de los jóvenes, por su talante cuestionador, por sus ansias de renovación… deberían recordar que un día también fueron jóvenes, que estas son casi actitudes naturales de esa etapa de la vida.
La Muestra Joven tiene ante sí un panorama cada vez más diverso, que se resiste a encasillamientos y fórmulas rígidas. La institucionalidad tiene que estar a la altura de ese movimiento. Hacen falta sensibilidad e inteligencia para abrir nuevos espacios sin hacer concesiones a la pseudocultura y la frivolidad.