Por Frank Padrón
Bailando con Margot (coproducción cubano-venezolana) es la ópera prima del respetado y conocido realizador de videoclips Arturo Santana. En varias entrevistas y conferencias de prensa él se ha apresurado a comentar algo que salta a la vista desde las imágenes iniciales de su filme: pretendió hacer una película de género, fundamentalmente algo que ha dado en llamar neo noir (nuevo cine negro) a la habanera, aunque junto a los entresijos de las investigaciones y pesquisas de un Sam Spade tropical en torno a cierto cuadro de Romañach robado a una viuda en su despampanante mansión capitalina, asistimos a momentos que remedan el cine deportivo, el musical, la etapa silente, el omnipresente melodrama…
De modo que la danza aquí no es solo la que ejecutan el sabueso y la dama de marras sino la que el propio texto fílmico realiza con varios géneros y líneas del séptimo arte, en un evidente uso del collage (segmentos de diversas fuentes) y el pastiche (imitación, parodia u homenaje a estilos artísticos).
Bailando… une también desde el punto de vista argumental más de un tiempo: comienza en La Habana de 1958, a punto de entrar los barbudos rebeldes a la capital, se ubica en casa de la rica viuda a la que llega el investigador intentando descubrir los pormenores sobre el robo del famoso óleo; a partir de entonces asistiremos a distintas retrospectivas (1918, 1928, 1933) para relatar la vida de Margot de Zárate, así como sucesos y personajes relacionados con ella y su esposo, un buscavidas devenido gánster.
En la mixtura e interacción de tantos momentos y circunstancias, el filme se resiente, sobre todo porque la historia central —detectivesca— es bastante endeble desde el punto de vista dramático: se echa de menos una mayor y mejor elaboración de la intriga y sus resultados, a ojos vista desde que se “sirven a la mesa” los elementos para que el público juegue a ser también investigador, mandamiento de todo filme de este tipo, como es sabido.
Luego, esta línea esencial dentro del relato se debilita, casi se diluye ante otras que se van sumando (especialmente la del boxeador negro y Esteban, marido de Margot, en Estados Unidos más el regreso de este último a Cuba) sumando un trayecto bastante desigual, que no logra una integración coherente dentro del discurso, ni tampoco sostiene su ritmo narrativo (el filme arranca con fuerza, contagiosa fluidez y energía hasta aproximadamente los 45 minutos iniciales).
Sin embargo, Bailando… detenta valores insoslayables, que comienza por la captación del ambiente noir, algo en lo que llevan responsabilidades protagónicas la fotografía de Ángel Alderete (aplica las gamas específicas de cada período abordado, resultando de ello una visualidad correlativa a estos y admirablemente concebida), la dirección de arte (en la que Onelio Larralde se luce con una labor rigurosa y precisa en los detalles y el todo) así como los efectos especiales de Víctor Núñez.
Capítulo aparte significa la música de Rembert Egües. El maestro elabora una partitura que se erige en todo un personaje, por cuanto los ritmos tanto foráneos como criollos que integran la banda sonora (desde el emblemático danzón, el mambo y el bolero hasta el foxtrot, el jazz y la balada) se manifiestan punteros de esos diversos tiempos por los que transita la historia.
Las actuaciones son otro punto que delata irregularidad: Mirtha Ibarra y Edwin Fernández son dos profesionales de indiscutible talento y amplia trayectoria, mas la primera no emite precisamente los destellos y la personalidad de femme fatal que requiere su Margot, mientras al personaje del detective le falta elaboración y desarrollo, a pesar de lo cual el actor hace lo posible por conferirle vitalidad y fuerza.
Verdaderas revelaciones constituyen el galán antihéroe de Niu Ventura (un joven con sólido entrenamiento teatral), el pugilista de Jorge Enrique Caballero y la protagonista en su etapa joven que asume Yenise Soria, también procedente del mundo de las tablas. Otros desempeños notables corresponden a Maye Barquinero, Rolando Chiong y Carlos Massola.
Con tantos claroscuros como el principal género que reverencia, con sus limitaciones y no pocas virtudes, Bailando con Margot es otro paso significativo dentro de la saludable ampliación genérica y estilística del cine cubano, y una invitación a seguir de cerca la carrera cinematográfica de Santana, quien seguramente nos sorprenderá gratamente en sus próximas incursiones.