Hassan Pérez Casabona
No es posible en estos trabajos profundizar en cada uno de los encuentros entre conjuntos del más alto nivel del béisbol estadounidense y elencos cubanos. Por ello no hicimos alusión en la entrega pasada, por ejemplo, al que se celebró hace 85 años en la Tropical, exactamente el 21 de marzo de 1931, y que representó la primera vez que esas visitas se concibieron en la pretemporada de las Grandes Ligas (las anteriores eran al finalizar la campaña, como parte de las denominadas Serie Americana) o al del 27 de marzo de 1941, en el que el serpentinero Juanito Decall derrotó con su conjunto amateur a los Medias Rojas de Boston.
La idea, simplemente, es recrear desde la historia el extraordinario ambiente generado en torno al choque entre el Tampa Bays Rays, escuadra de la división este de la Liga Americana, y una selección de los mejores peloteros que participan en nuestra Serie Nacional.
“Cuba está en posibilidad de rivalizar con cualquier béisbol del mundo”.
El 28 de marzo de 1999 no fue un domingo más en la capital antillana, sino una fecha especial para el deporte latinoamericano y caribeño, signada por el histórico choque entre una novena cubana y los Orioles de Baltimore.
La escuadra anfitriona enfrentó dos desafíos adicionales: prescindir de los jugadores de Santiago de Cuba e Industriales inmersos en el play off de la XXXVIII Serie Nacional (en el que a la postre se impusieron las avispas indómitas con su temible “Aplanadora”, alcanzando así la primera de sus tres coronas consecutivas de la mano del mentor Higinio Vélez) y utilizar el bate de madera, ausente de nuestros clásicos desde que empezamos a emplear el aluminio, a partir de 20 de febrero de 1977, en la inauguración del Estadio Victoria de Girón, en Matanzas, con la presencia de Fidel, quien desde el rectángulo de bateo conectó el primer hit con dicho implemento.
El panorama en el béisbol antillano que encontraron los Orioles (que incluyeron en su nómina al mítico torpedero Carl Ripken Jr.) era diferente al de hoy, en medida principal porque entonces no habíamos perdido la cantidad de jugadores que, por diversas razones, no están hoy entre nosotros y que por aquella fecha se consagraban por entero a la Serie Nacional, con una calidad indiscutiblemente superior a la actual.
Más allá del resultado, en el que los visitantes se impusieron 3×2 en once capítulos, lo esencial fue el fabuloso espectáculo que brindaron ambos elencos, ante una afición que repletó el Coloso del Cerro, y que aplaudió, como muestra de su cultura en la materia, las jugadas destacadas de los dos bandos.
Quizá la mejor valoración la brindó Peter Angelos, dueño de los Orioles, (a quien el Comandante en Jefe recibió en el Palacio de la Revolución la noche antes del juego, al igual que a Bud Sellig, en ese momento comisionado de la Major League Baseball) al afirmar visiblemente satisfecho que “Cuba está en posibilidad de rivalizar con cualquier béisbol del mundo. Lo vivido aquí superó todas las expectativas”. [1]
“En Baltimore se escribió una página gloriosa”.
El domingo 2 de mayo arribó a la bella ciudad de Baltimore, en el estado de Maryland, una embajada antillana integrada, además de por los peloteros que salieron a la grama en la noche del lunes 3, por glorias deportivas, estudiantes, trabajadores, intelectuales, federadas, atletas destacados de otras disciplinas y niños que estudiaban en nuestras escuelas de iniciación atlética. [2]
Entre las leyendas de nuestro pasatiempo nacional se encontraban Miguel Cuevas, Pedro Chávez, Urbano González, Juan Pérez Pérez, Roldan Guillén, Jorge Luis “Tati” Valdés y Wilfredo y Fernando Sánchez, primeros bateadores en superar los 2000 hits y la pareja de hermanos con resultados más destacados en Series Nacionales.
Además del cuerpo de dirección comandado por Alfonso Urquiola y que conformaron, entre otros, Serbio Borges, como asesor, y Armando Johnson y Guillermo Carmona (timoneles en esa fecha de la Isla de la Juventud e Industriales) participaron varios managers, como el propio Higinio, el granmense Carlos Martí y el guantanamero Epifanio Dominico Simpson.
El elenco antillano, ahora así con jugadores de todas las provincias y mucho más ajustado a la madera, luego de intensas sesiones de entrenamiento, desató un vendaval ofensivo en el Camden Yards, con 12 anotaciones y 18 inatrapables, uno de ellos cuadrangular del entonces habanista Andy Morales.
Omar el “Niño” Linares, que durante su carrera fue inobjetablemente el mejor pelotero no rentado del mundo, codiciado por todos los equipos de las Mayores, se lució con la macana, conectando de 4-4, como continuidad del tubey que en La Habana le disparó al relevista Mike Timlin y antesala, en buena medida, de su jonrón espectacular ante Canadá, en los Juegos Panamericanos de Winnipeg que se celebraron en el verano de ese año, permitiéndole así a la novena de las cuatro letras discutir el oro con los estadounidenses (donde ganamos) y, lo más importante, obtener la clasificación hacia la cita olímpica de Sidney; boleto que consiguió igualmente el elenco de las barras y estrellas.
El choque lo ganó el santiaguero Norge Luis Vera, con un soberbia actuación sobre el montículo, mientras que el derrotado fue Scott Kamieniecki. Los anfitriones pisaron seis veces la registradora, con igual número de incogibles, uno de ellos el bambinazo en el noveno inning de Delvin Deshields.
Nada pudo empañar la alegría que se apoderó de la legendaria instalación –entre las más modernas y hermosas de las Grandes Ligas por combinar el hálito de las primeras décadas de la pasada centuria con las bondades de la modernidad-, ni los 56 minutos en que la lluvia obligó a detener el partido, ni mucho menos la presencia de un reducido grupo de la gusanera de Miami, que se llevó su mayor fiasco cuando las provocaciones de uno de esos cavernícolas se estrelló contra la dignidad del destacado árbitro villaclareño Luis César Valdés.
Quedará como un símbolo del espíritu con que la comitiva asumió ese partido fraterno cuando, finalizado este, la delegación cubana en las gradas y los peloteros en el terreno entonamos las notas gloriosas de nuestro Himno Nacional.
En la conferencia de prensa le formularon una interrogante a Luis Ulacia, sobre si los cubanos podrían actuar en las Grandes Ligas. El camagüeyano (es imposible olvidar su disertación en la Copa Mundial de Taipei en el 2001, su último evento con el team Cuba, donde fue escogido como el Más Valioso) respondió muy a tono con las conversaciones que se producen en la actualidad entre nuestra Federación y la MLB. “Sería interesante, el nivel de esos certámenes es muy alto, yo lo que pienso más allá del dinero, es que para jugar aquí no hace falta desertar como condición”. [3]
Pocas horas más tarde el regreso a la Patria deparó múltiples emociones. Ese martes 4 la Central de Trabajadores de Cuba publicó un llamamiento en la portada de Granma, para que el pueblo se congregara en la Escalinata de la Universidad de La Habana y recibiera “…el victorioso equipo de béisbol que acaba de escribir en Baltimore una página gloriosa en la historia del deporte amateur cubano”.
Fidel, al pie de la escalerilla del avión canadiense que trasladó a la delegación, brindó el primer abrazo en nombre del pueblo, que literalmente desbordó cada metro a lo largo de la Avenida Boyeros, con el objetivo de saludar a sus héroes deportivos. Los jugadores entregaron, para que se conservara en la Universidad (con 272 años de fundada entonces), la bandera que acompañó a nuestros atletas.
El Comandante en Jefe calificó la hazaña deportiva como “un acontecimiento verdaderamente histórico”. En su profunda intervención, condenó también el ataque genocida de la OTAN contra el pueblo serbio, ocurrido en aquellos días, y expresó que los refugiados de Kosovo podrían contar con los servicios médicos cubanos.
“El béisbol lo tenemos en común y navegamos en el mismo rumbo”.
Derek Jeter es uno de los peloteros más conocidos en todo el orbe en las dos últimas décadas, con guarismos brillantes que lo colocan, por derecho propio, como uno de los jugadores más sólidos de cualquier época.
El otrora capitán de los Yankees de Nueva York (uno de los responsables -siguiendo la labor de Carl Ripken Jr.- junto a Alex Rodríguez, quien después aceptó mudarse a la esquina caliente de los Bombardeos del Bronx por la presencia de Jeter como short stop, del cambio producido dentro de la pelota moderna, donde los paradores en corto ya no son hombres menudos de baja estatura, concentrados exclusivamente en la defensa del cuadro, sino jugadores espigados y fornidos, con la potencia para aparecer terceros y cuartos dentro del line up) fue una de las estrellas convocadas por las Grandes Ligas para acompañar la presencia en el Latinoamericano del Tampa Bay Rays.
“Siempre he sentido algo particular por los cubanos, su forma de competir atrapa a cualquiera. (…) El béisbol lo tenemos en común y navegamos en el mismo rumbo, con la misma pasión”.
Los cubanos Luis Tiant y José Cardenal también formaron parte de la visita. Tiant, cuyo padre fue un serpentinero de excelencia en la pelota prerrevolucionaria, atesora el mérito de haber sido el último “Novato del Año” de la Liga Cubana Profesional, lanzando, en 1960, para los rojos del Habana. Después tuvo una brillante carrera en la Gran Carpa, entre 1964 y 1982, en la que obtuvo 229 victorias, segundo latino en éxitos a ese nivel, detrás del nicaragüense Dennis Martínez, y recetó 2416 ponches. El matancero Cardenal fue un jardinero destacado, fundamentalmente con los Cachorros de Chicago, que a lo largo de 18 campañas promedió 275 con 138 bambinazos.
El hecho de que Tiant y el carismático Pedro Luis Lazo, pitcher más ganador en Series Nacionales, con 257 éxitos, lanzaran la primera bola antes del encuentro fue un símbolo de la cordialidad deportiva que reinó en estas jornadas, coincidentes con la visita del mandatario estadounidense Barack Obama, quien presenció el encuentro hasta el segundo episodio, sentado al lado del presidente cubano Raúl Castro Ruz, en un majestuoso Latinoamericano cuyo terreno se transformó con la intervención de especialistas de los dos países.
No es una frase vacía señalar que el resultado entre las dos líneas de cal, favorable a los visitantes, no resultó lo más importante en esta ocasión. El protagonismo, hay coincidencia en ello, estuvo en la posibilidad real que se abre de desarrollar intercambios de esta naturaleza, y en la continuidad del camino abierto meses atrás con las autoridades de la MLB, acerca de que nuestros jugadores puedan insertarse en aquellos circuitos (como ya ocurre en otras latitudes) sin que tengan que renunciar para ello a vivir y mantener vínculos de toda clase con su país.
Ese fue un mensaje reiterado por nuestras autoridades beisboleras a Rob Manfred, comisionado de la MLB, Tony Clark, presidente de la Asociación de Jugadores de la MLB, Joe Torres, presidente de operaciones y Dave Winfield, asistente especial de la Asociación de Jugadores, entre otras personalidades relacionadas con estas actividad.
En el plano deportivo, pese a la derrota 4×1, (el partido lo ganó el abridor zurdo Matt More, el derrotado fue el pinareño Yosvany Torres, mientras el inicialista James Loney y el industrialista Rudy Reyes mandaron la esférica a las gradas) nuestros muchachos dieron la cara hasta el final, bateando incluso más que los Rayos de Tampa (9 hits por 5 los floridanos) y confirmaron que la destreza para jugar pelota aquí se da con la misma intensidad con la que el solo alumbra la geografía insular.
“Aquí probamos que preparándonos bien somos un peligro, lo que nos pasó está en el juego, y se mejora con más pensamiento y concentración”, afirmo el pimentoso conductor matancero Víctor Mesa.
Notas y citas.
[1] Roberto Ramírez: “Dueño de los Orioles elogia nivel del béisbol cubano”, Granma, miércoles 31 de marzo de 1999, p. 4.
[2] Al juego desarrollado en el Latino asistieron unos 80 niños residentes en el área metropolitana de Washington D.C., algo que destacó la prensa de aquel país.
[3] Oscar Sánchez: “Cuba llevó su verdad a Baltimore”, Granma, miércoles 5 de mayo, p. 5.