Lo decía Abel Prieto, asesor del Presidente cubano, el pasado jueves durante el Pleno de Balance del Comité Nacional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura (SNTC): “Necesitamos que el sindicato acompañe al gran movimiento artístico y literario del país”.
No es una formalidad, no es una consigna. Es una demanda sustentada en la integración de todos los ámbitos de la vida cultural. Desde los creadores, pasando por las organizaciones gremiales, hasta el sistema institucional.
El rol del sindicato en el socialismo está claro: organizar y representar a los trabajadores, constituirse en contraparte dialogante ante las administraciones. En eso insistió la segunda secretaria de la CTC, Carmen Rosa López.
Pero, como reconoció la funcionaria, la cultura tiene peculiaridades. El que represente a los artistas y a los escritores debería compartir una sensibilidad, un nivel cultural, una comprensión de los procesos creativos…
No están resueltos en algunos territorios los problemas en la afiliación, ni se ha completado la plantilla de dirigentes de base.
Para lo primero hace falta insistir en la función del sindicato. Algunos creen que es sencillamente un ente burocrático, que solo sirve para recoger la cotización y celebrar los cumpleaños colectivos.
En la medida en que el sindicato participe en la solución de temas puntuales de los creadores y forme parte activa en la aplicación y debate de la política cultural del país (con todas sus implicaciones, a todos los niveles), irá consolidando su prestigio y su utilidad ante los que no han decidido integrarse.
Decirlo es fácil, otro asunto es concretarlo.
Y para eso, como también apuntaba Abel Prieto, hace falta renovar el lenguaje, incentivar el diálogo, convocar a la gente… sin perder de vista los más auténticos valores de la cultura nacional. De ahí la importancia de contar con dirigentes bien preparados.
Muchas de las discusiones que se llevan a cabo ahora mismo en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y en la Asociación Hermanos Saíz (AHS) podrían tener lugar en las asambleas del SNTC, pues su naturaleza trasciende aspectos meramente creativos para incidir en las relaciones entre el afiliado y su centro o espacio de trabajo, el cuerpo legal, el contexto social y político.
Ese es terreno del sindicato. La cultura (asumida en su más amplio espectro) es garant ía y sostén de un proyecto de soberanía e independencia nacional. La unidad define a ese proyecto, pero unidad no es lo mismo que unanimidad a ultranza.
El sindicato debe ser espacio de diálogo y debate profundo, como reflexionaba Nereida López, secretaria general del SNTC. En los tiempos que corren no puede permitirse ser simple ornamento.