Túnez ha retornado a los días de confrontaciones violentas, indignación popular, represión policial, arrestos y toque de queda.
Cinco años después del estallido de la rebelión ciudadana del 2011, las protestas antigubernamentales en demanda de libertades civiles, mejores condiciones económicas, empleos y reducción de la pobreza, colman de nuevo las calles de la capital y de otras ciudades de esta república norafricana, con 165 mil Km2 de superficie y una población estimada en 10,3 millones de habitantes.
Las masivas manifestaciones –que iniciaron lo que los medios de prensa occidentales se apresuraron en bautizar como “la primavera árabe”- por su posterior extensión a otros países de África Norte y el Medio Oriente, derrocaron en enero de ese año el régimen autocrático del presidente Zine El Abidine Ben Ali, que buscó refugio en Arabia Saudita.
Si bien el exitoso movimiento creo condiciones para una transición hacia la democracia, no logró sus principales objetivos de cambios radicales en el sistema social imperante, mitigar la precaria situación económica, la pobreza de la población y disminuir su tasa de desempleo, que el pasado año se elevó al 15 por ciento.
La celebración de elecciones libres para una Asamblea Constituyente, la legalización de los principales partidos políticos y la formación de un Gobierno provisional de coalición entre las organizaciones más representativas, tampoco condujeron a lograr un clima de estabilidad y armonía nacional.
En febrero del 2013, Túnez se vio conmocionado de nuevo por el asesinato del líder laico y de izquierda Chokri Belait, capitalizado por las sectores políticos laicos con demostraciones de fuerza y la realización de una huelga general de 24 horas convocada por la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT),el mayor sindicato de la nación, en demanda de la dimisión del Gobierno del primer ministro islamista, Hamadi Jebali, firmemente apoyado por las juventudes del partido Ennahda, en el poder, movilizadas en su defensa.
Según analistas, estos acontecimientos hicieron más evidente la polarización y el creciente enfrentamiento entre islamistas y laicos, lo que explica porque el texto final de la nueva Constitución no fuera aprobado por la Asamblea Constituyente hasta el 26 de enero del 2014, firmada por el entonces presidente Moncef Marzouki, figura representativa del movimiento revolucionario del 14 de enero, que derrocó a Ben Ali.
Los resultados de las elecciones presidenciales, celebradas en diciembre del 2014, en las que obtuvo la victoria Beji Caid Essebsi, de 88 años de edad y candidato del islamista partido Ennahda, motivaron grandes incertidumbres y expectativas sobre el futuro rumbo político y económico de la nación tunecina.
A dos años de electo el nuevo Gobierno, que ejerce el poder en coalición con el mayoritario partido liberal Nidaa Tunis, las irritadas protestas de la población por no ver satisfechas sus demandas, vuelve a avivar las llamas de la rebeldía nacional y la confrontación.
En estas movilizaciones, al igual que en las anteriores, las juventudes tunecinas carentes de futuro están desempeñando un papel preponderante, afectadas por la falta de oportunidades de trabajo, a pesar de que en un gran número son graduados universitarios o egresados de otros centros de estudio superior.
La crisis económica internacional, las convulsiones de la rebelión, los cambios del poder y el clima de inseguridad, entre otros factores políticos y sociales internos y externos deprimieron la economía del país que entró en recesión.
Sí en el último decenio el promedio anual de crecimiento fue del 5 %, el pasado año no logró alcanzar el 3,7 previsto. La disminución de las exportaciones y el aumento de las exportaciones abrieron más la brecha del déficit comercial. De un déficit de 1% en el 2010 el PIB pasó a 5% en 2014; la deuda pública alcanzó el 51% y 6 % el nivel de inflación.
El turismo, una de sus mayores fuentes de ingreso, ha resultado seriamente dañado a consecuencias de los atentados terroristas perpetrado durante el 2015 por el autodenominado Estado Islámico y otros grupos extremistas estimados en miles de miembros, que actúan dentro del país causando decenas de muertos y heridos, entre ellos numerosos turistas extranjeros.
En este clima de precariedad económica, desaliento e inseguridad, los tunecinos salen a las calles y plazas para demostrar que no están disfrutando. precisamente, de una primavera árabe.