La pintura del joven artífice Erik Varela Ravelo (La Habana, 1971) hay que entenderla como un incesante proceso de cambios y metamorfosis, suerte de encuentros y desencuentros a través de los cuales escala nuevos y mayores retos dentro de un modo muy personal de hacer arte. Sus obras no solo instan al espectador a percibirlas con los sentidos, e interiorizarlas en correspondencia con agudas investigaciones en torno a los temas de sus discursos, sino también como imaginativas construcciones de una audaz operación plástica sobre la que comenzó a incursionar hace relativamente pocos años, mediante un estilo abstracto-geométrico que prontamente ganó la atención entre coleccionistas y críticos.
De instrucción básicamente autodidacta, pero con una acumulada experiencia de más de una década de interrelación directa con lo mejor del arte contemporáneo insular en su taller de enmarcado, este artista muestra extraordinaria sensibilidad hacia la creación pictórica que hasta ahora ha transitado por dos importantes etapas: la primera, la geométrica —parte de ella exhibida durante la 12ª Bienal de La Habana en la exposición Dialéctica y controversia—, y la actual, que sin desechar aquellas contingencias expresivas que suelen prevalecer en determinadas áreas de sus cuadros, se enfoca más hacia la figuración simbólica, como si el propio ejercicio sobre el lienzo o la cartulina (acrílicos y pasteles) le permitiera descubrir el infinito universo del lenguaje de los colores y de las formas.
En sus más recientes trabajos Erik sostiene la racionalidad de las estructuras geométricas, lo cual les adjudica un efecto de armonía y equilibrio, amén de una muy cuidada ejecución. Se trata de composiciones artificiosas en las que quiebra los vínculos con lo real para aludir al mundo circundante revelándolo como signos que, durante una primera mirada, están aparentemente desprovistos de “significados” conceptuales.
En estas pinturas de admirable serenidad, además del ya mencionado abstraccionismo geométrico, coexisten determinadas áreas más bien relacionadas con el informalismo, tanto por su propensión hacia lo amorfo como por el rechazo de los volúmenes y las profundidades; ardid que sirve de complemento a corpóreas figuraciones encargadas de transmitir la fuerza de los mensajes: personajillos con rostros indefinidos y silueteados que portan paraguas o sombrillas con disímiles pigmentaciones, los cuales trascienden desde ficticios e insólitos paisajes.
De acuerdo con la teoría de Erik, las sombrillas y los paraguas son emblemas milenarios —utilizados por grandes artífices a través de la historia del arte universal y en la contemporaneidad por maestros cubanos como el camagüeyano Joel Jover en una de sus más importantes series— sobre los que descansa la fuerza conceptual de sus presentes tesis pictóricas, mezcla de imaginación y de realidad que discurre desde su subconsciente para exteriorizarse sobre los soportes con matices ricos en tonalidades frías y cálidas que configuran ambientes de particular belleza expresiva.
“La mente humana es como la sombrilla, funciona cuando se abre,” afirmó el célebre arquitecto, urbanista y diseñador alemán Walter Adolph Georg Gropius (Berlín, 1883-Boston, 1969). Esa es la tesis de las ideas estéticas de este pintor que recrea diversidad de discursos en torno a un dispositivo que, luego de ser inventado en Asia, ha acompañado al hombre desde tiempos inmemorables y puede aludir, como en el lejano oriente, al cielo y a la realeza. Entre los ocho símbolos de fortuna del budismo, el paraguas es uno de ellos. Es distintivo de austeridad y estatus, y representa riqueza.
Otras alegorías atribuidas a las sombrillas se remontan a la antigua Grecia, donde representaba inferioridad y subordinación. En otras culturas denota dignidad y autoridad, protege al que debajo de ella busca refugio, en tanto concentra la atención y se inclina hacia lo interior; amén de las que le dan un carácter más bien despectivo, al insinuar que quienes se protegen con estos artículos, se sitúan en las sombras para escapar de la realidad o de la responsabilidad.
Partiendo de estos preceptos, Erik pretende insinuar en tanto incitar al espectador y, como dice la conocida sentencia, que “cada cual saque sus propias conclusiones”. A fin de cuentas él erige sus obras desde realidades concretas, y llega a conformidades plásticas que surgen de su entrega espiritual, en la que tomando como base objetos del mundo conocido y convirtiéndolos en símbolos, sugiere ideas relacionadas con la vida del hombre contemporáneo.
Vistas sus recientes obras de tal modo, vale la pena disfrutar del arte de Erik, un pintor que intenta dar nueva vida al lenguaje pictórico mediante la búsqueda de expresiones cada vez más sencillas, sintéticas y profundamente inmersas en la existencia de sus semejantes. De ahí la gran valía de su obra.