“Esa fábrica es Mantilla”, me dijo hace muchísimo tiempo el casi octogenario y todavía destacado innovador Manuel Castillo Bernal.
Y no me parece exagerado el símil para ilustrar el quehacer de Bienvenido José Mantilla Estrada, porque lo sabía siempre metido entre los hierros, buscándoles soluciones a los imponderables de obsoletas tecnologías para que no faltara el refresco a las familias tuneras, actitud reconocida con múltiples condecoraciones y el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba otorgado el 30 de abril de 1997.
Si una urgencia mecánica de algún equipo requería de sus gestiones, ni para montar el flamante Lada –uno de sus tantos premios- solía desprenderse del overol manchado de sudor y de grasa, y no descansa hasta devolverle al medio su utilidad práctica.
Así anda segundos, minutos, horas, días, meses, durante 50 años, entregado, en cuerpo y alma, a una de sus más preciadas obras: la innovación tecnológica, de cuyo espíritu cotidiano queda la impronta en cada máquina de la vetusta industria.
Aunque su vida laboral comienza en el año 1955, en el taller de Algarroba como ayudante de mecánico, le gusta marcar el principio de su realización definitiva en los albores de 1960, cuando entra por las puertas de la otrora Empresa de Bebidas y Refrescos de Las Tunas, donde rinde faenas, con vocación de héroe, hasta el último aliento.
Entonces, no es casual que se aferre a esa data como punto de partida de su impresionante currículo. Antes de 1959 fue ayudante de mecánico, pero con el triunfo de la Revolución, el primero de enero de ese año, su piel morena no era obstáculo; y, en 1962 tuvo la oportunidad de sumar teoría a sus instintos prácticos y a esa manía casi innata de componer desarreglos.
Es cuando sale de la escuela Alberto Gallardo, graduado de Mecánico de Mantenimiento Industrial, y es como si hubiera alcanzado el sueño de su vida, porque “desde que comencé a trabajar me gustaba solucionar todos los problemas de mecánica que surgían a mí alrededor. Eso siempre ha sido un reto para mí. Los fallos de la maquinaria y otros desperfectos me gusta resolverlos a como dé lugar…”, afirma en una de las últimas entrevistas concedidas a la prensa.
A pesar de su condición humana, y del humanismo que lo caracteriza en sus relaciones interpersonales, la muerte, esa infausta probabilidad de los vivos nunca estuvo en sus proyectos, y ya convaleciente del cáncer que le minaba la existencia continúa pensando en la fábrica, en su fábrica, y el imperativo de seguir siendo útil.
Nadie que lo conozca bien, puede imaginarlo tranquilo, porque nunca lo está y esa excelente trayectoria laboral, la justifica así: “yo he cumplido como trabajador, todos le debemos mucho a la Revolución y lo que uno hace es parte de ese agradecimiento. Pienso que he cumplido con mi deber y ni viviendo los años que viva nunca voy a pagar los beneficios que he recibido, no solo yo, también mis hijos, mi familia”.
A la Revolución la defiende en el bregar cotidiano de la industria, en cargos de dirección sindical, en las filas del Partido Comunista y con las armas en las manos, cuando el imperialismo formó la crisis del octubre viril de los cubanos.
Y este domingo 17 de enero, cuando la muerte apurada deja trunco sus desvelos, porque nos arrebata su presencia física, yo lo imagino, con su ingenio natural, burlando las penumbras del más allá como otra estrella en el firmamento de los héroes.