Sin caer en controversias científicas y éticas, en términos modernos la mejor frase con la que puedo resumir el reconocimiento a la extensa obra del ingeniero insular Francisco de Albear y Fernández de Lara, es que merecería la clonación.
Nacido el 11 de enero de 1816, Albear realizó múltiples proyectos de viales, alcantarillado, líneas férreas y de telégrafo, faros, muelles y almacenes, así como contribuyó de forma activa en todas las obras públicas cubanas de su tiempo, lo mismo en la ejecución de los proyectos que en la construcción o en la emisión de dictámenes técnicos. No es raro entonces que se le atribuya haber intervenido en unas 200 construcciones.
El mérito es multiplicado porque hablamos de un hombre que sumó toda esa diligencia durante el siglo XIX, aunque muchos lo circunscriben a su resultado más connotado, el tercero de los acueductos que tuvo en esa centuria la villa de San Cristóbal de La Habana, el cual todavía funciona y abastece, por gravedad, a casi el 20 % de los habitantes de la capital.
De aquella considerada obra maestra de la ingeniería mundial por sus detalles técnicos, estéticos y de saneamiento, realizó las soluciones principales y dirigió la construcción desde 1861 hasta su fallecimiento, en 1887, pues los trabajos se dieron por concluidos seis años después.
Por tamaña hoja de servicios no hubo objeciones en 1946, para que su fecha de nacimiento fuera desde entonces el momento de homenaje a los ingenieros cubanos, entre quienes a lo largo de los años, descuellan figuras en todas sus ramas.
Con dos de ellos, profesores, doctores en Ciencias Técnicas y admiradores de la obra del nieto del militar español Francisco Antonio de Albear y Palacios —que luchó contra la toma de La Habana por los ingleses—, conversó Trabajadores para sumarse también al aniversario que este lunes festejan por partida doble.
De casta le viene
Con sencillez y una sonrisa que lo libra de toda complicidad, el ingeniero Juan José Howland Albear confiesa que no es sucesor directo de aquel eminente profesional, aunque en Cantabria, en el norte de España, está el tronco común de la familia.
“Para mí Francisco de Albear es un personaje extraordinario, magnífico en su profesión, que logró una obra multiplicada en el tiempo por su perseverancia, pues tuvo que batirse hasta contra la corrupción del Gobierno español que varias veces trató de pasarle el proyecto del acueducto a otra empresa por cuestiones de dinero”.
Otra época, otras exigencias atañen a Howland, profesor e investigador titular del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (Cujae), reincorporado a la docencia en la Facultad de Ingeniería Civil luego de la jubilación.
Y es que todavía falta por aportar a este Premio Vida y Obra de Ingeniería de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (Unaicc), graduado en 1973 de la primera promoción de ingenieros del Instituto Técnico Militar José Martí.
Mis preguntas lo retrotraen al Centro Técnico para el Desarrollo de los Materiales de la Construcción, donde se hizo investigador y obtuvo su doctorado en Ciencias Técnicas, en 1990.
“Cuando en pleno período especial muchos estaban preocupados por necesidades perentorias, yo estaba inmerso en alcanzar esa categoría”, afirma.
Evidentemente ese solo fue un escalón, porque su tenacidad en el estudio de los hormigones, su calidad y durabilidad le merecieron en la primera década de este siglo dos Premios Nacionales, el relevante del Fórum de Ciencia y Técnica —“que tuve el honor de recibir de manos del líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz”—, y el de Innovación Tecnológica.
El año pasado se sumó el de la Academia de Ciencias de Cuba por el Estudio del ambiente agresivo costero en La Habana y su impacto sobre las estructuras de hormigón armado, realizado junto a especialistas del Centro Nacional de Investigaciones Científicas.
“Determinamos —resume—, qué ocurre y qué debe hacerse para que las obras resistan el embate del aerosol marino en esa zona, por cierto, identificada como una de las cuatro a nivel mundial donde se hace sentir más ese efecto”.
Es el daño al hormigón, una de las ideas que ha sustentado sus indagaciones y experimentos por años y que seguirán; basta con observar su expresión cuando habla del tema, y de la capacidad de apostar soluciones que ha dado fama a los ingenieros cubanos, incluso, más allá de sus fronteras. Otra savia lo nutre.
¿Qué ocurre cuando imparte clases?
Siento que a través de esos jóvenes me estoy renovando. Algunos te hacen cada pregunta… y si en el momento no les puedo responder les digo con toda honestidad: esto lo dejamos para mañana. Eso sí, al otro día vengo apertrechado de los cómo y porqués, y satisfecho de que me sigan obligando a estudiar.
La vida te da sorpresas
“Albear fue un profesional sin igual. Su especialidad era ingeniero militar, pero en las concepciones actuales su campo de acción sería la ingeniería civil, pues se destacó no solo por las obras hidráulicas. Para el acueducto lo hizo casi todo, desde las investigaciones de hidrología, geología y topografía, hasta el proyecto. ¿Sabías que concibió los tanques de Palatino con un techo al estilo romano? Al final parece que costaba mucho y quedaron al aire libre”.
Habla ahora quien se considera un seducido por la obra de Albear y que sin querer igualarlo, ha tejido una cadena de realizaciones, sobre todo en el campo de la enseñanza. Se trata de José Bienvenido Martínez Rodríguez, Premio Vida y Obra 2001 de Ingeniería Hidráulica de la Unaicc, Profesor de Mérito de la Cujae (2011) y Doctor Honoris Causa (2012).
La vida le ha dado muchas sorpresas y cambiado el derrotero de sus anhelos. Soñaba con construir un puente como el Bacunayagua. Matriculó Ingeniería Civil y estando en el tercer año, “cuando pasó el ciclón Flora, en 1963, Fidel hizo un llamado a alumnos de dicha carrera para que pasaran a estudiar hidráulica por la necesidad que tenía el país de construir obras con el fin de evitar los efectos de tan devastadores fenómenos meteorológicos.
“Empecé a preguntar a quienes tenían experiencia en esa rama, me convencieron de que casi todos los puentes se parecían y sin embargo, la hidráulica en Cuba estaba en pañales. Opté por esa especialidad en el último año de mis estudios superiores”, expresa.
Pero lo que se avizoraba como una galopada hacia el sector constructivo derivó en algo más reposado, si bien no menos importante. Lo solicitaron de la universidad como alumno instructor y ya acumula 50 años como profesor en la Cujae.
“Fui el primero en hacer la defensa de doctorado en este centro y el título lo recibí en 1981”, afirma.
¿Y aquel sueño de construir un puente como el Bacunayagua?
Quedó como eso, como una bonita ilusión, que cambié para contribuir a desarrollar la hidráulica en Cuba, sobre todo, desde las aulas. Aquí tuve un gran maestro, el doctor Diosdado Pérez Franco, fallecido hace más de tres años, que fue un padre para mí y para otros expertos que peinamos canas en la rama.
¿Y si tuviese que valorar a los ingenieros hidráulicos?
¿A los que hemos graduado nosotros?, porque son la inmensa mayoría. Muchos son excelentes y tengo pruebas de eso por haber confrontado criterios al respecto con especialistas rusos, canadienses, alemanes, estadounidenses. Oírlos me hace sentir orgulloso de ser partícipe de su formación.