El rostro ceñudo de José Martí y la mirada fulminante de Antonio Maceo señalan a cada cubano el duro camino del deber y no de qué lado se vive mejor, expresó Fidel en una de sus Reflexiones, hace ya algunos años.
Para ambos próceres, ese camino que tenía como fin la conquista de una república independiente y soberana debían transitarlo los hijos de esta tierra sin injerencias extrañas y sin escatimar sacrificios como ellos lo hicieron, no porque fuesen hombres excepcionales sino porque eran auténticos patriotas, como lo demostraron ser todos aquellos que lucharon y murieron por una Cuba libre.
El deber llevó a Martí a preparar una guerra que tendría que ser rápida y contundente para evitar con la independencia de la Mayor de las Antillas que Estados Unidos consiguiera hacer realidad su vieja ambición de apoderarse de nuestras tierras de América. A esa contienda entregó Maceo su genio militar forjado desde los albores de la lucha independentista cubana y también su radical e intransigente pensamiento político, lo que demostró con su preocupación por la posible intervención de Estados Unidos en la lid que libraban los cubanos para sacudirse el yugo colonial español. En varias de sus misivas escritas en 1896 no solo alertó sobre el peligro que significaba sino manifestó además su más resuelta oposición a tal propósito.
En carta a Estrada Palma, en abril de ese año, les advirtió de ello a quienes —suponía que con buena fe— habían pensado en semejante posibilidad: “Esto marcha bien y podría durar por tiempo indefinido o hasta dejar extenuada a España. Sin embargo, como que su pronta terminación es lo que debemos procurar, ya que leo en los periódicos que se discute si los Estados Unidos deben o no intervenir en esta guerra, para que concluya pronto, y sospecho que Uds., inspirados en razones y motivos de patriotismo, trabajan sin descanso para alcanzar para Cuba lo que más puedan, me atrevo a significarle que a mi modo de ver, no necesitamos de tal intervención para triunfar en un plazo mayor o menor”.
Meses después reafirmó su postura de manera más enérgica, en carta a Federico Pérez Carbó: “De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.
Pocos días más tarde le escribió a José Dolores Poyo: “¿A qué intervenciones ni injerencias extrañas, que no necesitamos ni convendrían? Cuba está conquistando su independencia con el brazo y el corazón de sus hijos; libre será en breve plazo sin que haya menester otra ayuda”.
Maceo cayó en combate el 7 de diciembre en San Pedro, sin haber podido alcanzar el propósito al que había dedicado casi tres décadas de su existencia. Con su intromisión en la guerra hispanocubana Estados Unidos logró, en concordancia con su añeja política de la fruta madura, que Cuba cayera en su canasta. Una bien urdida campaña propagandística hizo creer al pueblo de ese país, sensibilizado con la causa cubana, que se trataba de una acción salvadora, sin otras pretensiones que librar de sufrimientos a la atormentada posesión española. Más de medio siglo de dominación neocolonial revelaron las verdaderas intenciones estadounidenses.
No obstante, hubo nuevos patriotas que retomaron la obra inconclusa de Martí, conquistaron la libertad con el brazo y el corazón de sus mejores hijos, como lo reclamó Maceo y la mantuvieron hasta hoy pese a la agresividad permanente del imperio, empeñado en retrotraer la historia.
La resistencia de los cubanos fue la que obligó a Estados Unidos a reconocer el fracaso de su política agresiva hacia Cuba y a establecer los vínculos diplomáticos como primer paso en un camino que se avizora largo y complejo hacia la normalización de las relaciones.
Sin embargo, la propia administración estadounidense ha planteado que se trata de un cambio de táctica. La estrategia de dominación se mantiene en pie, por lo que no podemos sentarnos a esperar las supuestas ventajas que pudiera significar ese acercamiento, sino seguir avanzando hacia el futuro, fiándonos, por sobre todas las cosas, en nuestros propios esfuerzos, en lo cual se encierra hoy, como lo consideró ayer el Titán de Bronce, el secreto de nuestro verdadero triunfo.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …