En los últimos años, pocos, poquísimos coreógrafos cubanos han recibido más reconocimientos y premios que Yoel González. Y pocos —estoy tentado a decir que ninguno— ha coreografiado tanto.
Este guantanamero comenzó sus andanzas profesionales en la compañía Danza Libre, pero hace algún tiempo fundó Médula, una agrupación que ha llamado la atención más allá de su provincia natal.
¿Cómo te las arreglas para crear tanto?
Yo ni siquiera paso trabajo para concebir una coreografía, porque casi siempre parto de una inspiración y esa inspiración siempre es una vivencia.
¿Todas tus coreografías parten de vivencias? ¿No hay montajes que partan de lo abstracto, de alguna concepción filosófica, de una idea que no tenga que ver con un hecho concreto?
Puede ser, pero al final todo tiene que ver con mi experiencia. Pongamos por ejemplo Carcinoma, una de mis obras más recientes; en apariencia es un tema muy general y universal (el cáncer, la metástasis), pero yo tengo que procesar esas ideas desde mis particulares vivencias. En ese caso fue la enfermedad de una tía mía. Después viene el proceso de creación, que tiene mucho de experimentación.
¿Eres un coreógrafo cerrado, aferrado a tu idea, o estás abierto a la participación de los bailarines?
Creo que el trabajo se enriquece cuando el proceso se abre a la participación de todos. Yo propongo el tema, marco un punto de partida, defiendo un camino que no tiene que ser absoluto o excluyente. Después voy instando a los bailarines para que vayan aportando su propia visión, esa información que a veces está escondida en el cerebro, en el cuerpo…
Has trabajado con muchas compañías —Danza Libre, Danza Fragmentada, Codanza…—, ¿por qué esa necesidad de crear un grupo propio?
Es sencillo: quiero contar mi propia historia. Un grupo propio es el mejor testimonio, el más fiel, la garantía de una presencia, el espacio sin condicionamientos ni límites. Yo vivo para mi trabajo, estoy aquí para buscar la obra maestra.
¿Qué prefieres: estar sobre el escenario o frente al escenario?
Es circunstancial, depende de la obra. Hay algunas en que quiero —tengo que— estar dentro y otras en que me complace más ser un espectador. También depende de los bailarines. Si estoy convencido de su seguridad en lo que hacen, que están perfectamente comprometidos con lo que sucede en escena, puedo estar fuera. Pero si no tengo esa certeza, prefiero estar dentro, para resolver puntuales problemas durante las presentaciones.
Yo la verdad es que no soy un buen intérprete de mis obras; no puedo serlo, porque cuando bailo estoy pendiente de todo. Ahora mismo en Médula siento que puedo comenzar a salir del escenario. Son bailarines jóvenes, pero les he dado un buen empujón y están tomando confianza. Llegará el momento en que estaré completamente seguro y podré sentarme a ver las piezas desde afuera.
Vives en Guantánamo, una ciudad importante para la danza cubana, pero muy lejana del principal centro cultural cubano, La Habana. ¿Por qué insistes en vivir y crear allí, después de tantos premios y supongo que invitaciones y propuestas?
Guantánamo me ofrece mucha tranquilidad. Es un lugar hasta cierto punto apacible, donde la gente no vive abrumada por tantas cosas a la vez. Puedo centrarme en mi trabajo.
¿Cómo te ves, cómo te sueñas dentro de 20 años?
Dentro de 20 años yo quisiera estar vivo. Quisiera también que no me vieran como un joven loco, aunque estoy convencido de que me verán como un viejo loco.
¿Te molesta que te vean como un loco?
La verdad es que no, siempre y cuando estén conscientes de que este loco puede ofrecer una obra cuerda. Esa “locura”, mezclada con el trabajo y la poesía, da como resultado una obra interesante.