De asuntos relacionados con la vida de los humanos, tales como la soledad, el envejecimiento, el desinterés, la destrucción, el olvido, los recuerdos…, concertados mediante un discurso que se vale de la arquitectura urbana como referente expresivo, tratan las fotografías de Flor A. Mayoral expuestas en la Fototeca de Cuba bajo el título de Transgrediendo fronteras, suerte de simbiosis entre la existencia del hombre y el medio rural en que habita.
En sus imágenes de grandes formatos el observador se enfrenta a un acercamiento, a veces crudo, a lo que fue y ya no es, a un pasado que, a pesar del abandono, mantiene latientes vibraciones que rememoran los perfiles funcionales de dos emblemáticas construcciones proyectadas por dos cubanos en los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo: el Miami Marine Stadium, de 1963, del arquitecto Hilario Candela, ubicada en Kay Biscaya, Miami, y el Parque Deportivo José Martí, 1960, de Octavio Buigas, situado en las calles G y Malecón, en el Vedado capitalino.
Ambos espacios, actualmente desatendidos y expuestos a la devastadora acción del tiempo y del hombre, son captados por el lente de la Mayoral con una visión más bien reporteril, para establecer diálogos documentales, en los que la artista busca detalles seleccionados al azar, coexistentes en las dos distantes armazones de concretos, tales como la presencia de un aura tiñosa (Centinela, 2014, Miami Marine Stadium) o un hombre que descansa en las ruinosas gradas del Parque Deportivo José Martí, amén de los numerosos grafitis realizados sobre muros, asientos, paredes y otras partes de estas edificaciones como para dejar constancia de que la presencia humana aun interactúa con esos entornos urbanos.
“El Parque Deportivo José Martí fue un sitio de entrenamiento para muchos atletas de diferentes especialidades, luego glorias del deporte cubano post 1959, y en el Miami Marine Stadium se desarrollaron espectáculos náuticos, conciertos memorables de artistas como Ray Charles, Jimmy Buffet, Dave Brubeck y The Beach Boys. A esto se sumó también la presentación de mítines políticos y la ejecución de importantes ceremonias de carácter religioso.
“Sin embargo, lo casual hizo que estas dos edificaciones corrieran un destino parecido y fueran abandonadas de su función original para quedar en el olvido y el ostracismo, pero con la libertad y el morbo que genera entrar en lo marginal y prohibido de cualquier ruina…”, expresa el crítico y curador Jorge Fernández Torres en las palabras del catálogo de la muestra.
En su artículo el también director del Centro de Arte Wifredo Lam apunta que en estas piezas de Flor Mayoral sobresale el deseo de “escrudiñar en la carne de cada espacio, su obsesión es hacer evidente lo que no observamos fácilmente. En cada una de las fotografías sentimos el presente; la ausencia es perceptible a partir de lo que se nos muestra en forma de tatuaje, de aquello que debemos imaginarnos. El horizonte es corregido en el detalle porque para Flor es imprescindible diferenciar la relación que puede haber entre el ver y el mirar y entender las gradaciones de luz, difíciles de domesticar tanto en Cuba como en Miami”.
De tal modo, las imágenes de esta creadora ofrecen diversidad de lecturas. Fecunda polisemia cuya lírica sostiene al hombre como protagonista principal, amén de las justas alertas que pudieran derivarse de estas instantáneas con respecto al abandono de dos trascendentales construcciones de estilo moderno. De ellas, al decir de Jorge Fernández “emana un S.O.S. para salvar una arquitectura que puede morir, pero que aún no pierde su vigor desde el encanto de una supuesta ruina”.
De ahí que en la intencionalidad humanística de sus trabajos, Flor igualmente nos insta a reflexionar en torno al amor y la esperanza, desde las huellas del hombre y su paso por el tiempo. Por ello, la mayoría de sus fotografías están desprovistas del elemento humano, omnipresente mediante acciones que, en última instancia, constituyen símbolos o metáforas visuales extraídas de dos edificaciones diferentes, pero de algún modo emparentadas entre sí mediante la proyección de sus diseños por dos destacados arquitectos cubanos pertenecientes a una misma época.
Transgrediendo fronteras constituye, en fin, una especie de juego con la conciencia del espectador al que somete al gran reto de buscar o concluir el significado de cada una de sus obras.