Miradas inquisidoras, el miedo personificado en los tabúes, el rechazo en un gesto… todo tuvo que vivirlo Dania Pernas Pérez como si fuera culpable de algún delito. Apenas con unos meses de graduada de enfermera general en el nivel medio, la escogieron para ocupar un puesto en el naciente sanatorio La Rosita, de Sancti Spíritus. Corría el año 1988 y la epidemia del VIH/sida desataba temores e intolerancias en la sociedad cubana.
“Solo tenía 17 años, pero contra viento y marea asumí esa misión. Existían muchos prejuicios y las personas en la calle rechazaban no solo a los afectados, sino también a los trabajadores del centro. Mis compañeros de carrera nos tildaban de locos y mi familia llegó al punto de decir que preferían mantenerme como si fuera estudiante, por miedo a que me enfermara y para evitarme el desprecio de los demás”, recuerda Dania 28 años después.
Bautizada por muchos de sus pacientes como “mami” o “madrina”, esta mujer le pone una sensibilidad especial a su trabajo; siente en su propia carne la vida de quienes atiende y su labor deja de ser un “grano de arena” cuando descubres que marca diferencias.
Un trabajo como cualquier otro
“En los inicios no conocíamos prácticamente nada de la enfermedad. Recuerdo que fuimos a la capital y en una mañana el doctor Jorge Pérez, hoy director del Instituto Pedro Kourí (IPK), nos dio un taller que ayudó a espantar un poco los miedos. No hay nada de tremendo en lidiar con el virus, pues con las medidas de bioseguridad y mucha dedicación, este trabajo es como otro cualquiera.
“Cuando estudié en la universidad, gracias al curso para trabajadores, rotamos por varias instituciones hospitalarias y siempre algunos colegas preguntaban cómo podíamos arriesgarnos tanto. Entonces les hice notar que los temerosos debían ser ellos por desconocer la condición serológica de sus pacientes; en camcambio, nosotros sabemos dónde está el peligro y cómo lidiar con él.
“Existe el tabú del sida, pero las hepatitis B y C tienen idénticas vías de transmisión y nadie tiene escrito en la frente si es portador de cualquiera de estas enfermedades. Por eso la precaución con que trabajamos deberían aplicarla en todas las áreas convencionales. Hay que usar guantes, una sobrebata, material estéril, evitar los pinchazos, prestar atención si tenemos alguna herida en las manos, los cuidados habituales en cualquier hospital”, afirmó la enfermera, una de los tres fundadores que aún laboran en la institución.
Recuerdos ajenos se hicieron suyos en el camino, vivencias que curtieron a la profesional, una y mil pruebas de que combate una enfermedad sin rostro… “Entre las anécdotas que más me marcaron está la de una amiga enfermera, que entró conmigo al sanatorio con igual edad. Ella se enamoró de un paciente, tuvieron relaciones y se infectó. Cuando nos lo contó, ya no podíamos hacer nada. Ambos murieron muy jóvenes.
“También he tenido pacientes que ingresaron con apenas 13 o 14 años. Unos lamentablemente no se salvaron, pero otros siguen ahí bajo mis alas. Esa es una de las mayores victorias de lo que hago: saber que le hemos arrebatado esos días a la muerte”, afirmó Pernas.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta ahora, el sida ha cobrado la vida a unos 34 millones de personas. Sin embargo, el “hoy” es mucho más esperanzador para quienes padecen la enfermedad y tienen acceso a los tratamientos con antirretrovirales.
Cuestión de humanidad
Entre el 2000 y el 2014, en América Latina y el Caribe, descendieron en 29 % las muertes relacionadas con el virus y los niveles de nuevos contagios bajaron 17 por ciento. Más allá de las campañas para combatir la pandemia y los adelantos de la ciencia que ya prometen hasta una vacuna para el 2016, desmoronar los prejuicios, las miradas de recelo, y respetar el lugar en la sociedad que les pertenece a quienes padecen la afección requiere de mucha sensibilidad humana.
“Siempre estoy dispuesta a escuchar a mis pacientes, creo que eso me acerca a ellos como ninguna otra cosa. Algunos pasaron por situaciones complejas, vienen de núcleos disfuncionales o simplemente no aceptan que están enfermos y solo necesitan una palmada amiga sobre el hombro. De alguna manera somos la familia que nunca tuvieron o que no les dio apoyo en el momento indicado”, reflexionó Dania Pernas.
Muchos han pasado por sus manos a lo largo de estos años en el sanatorio, algunos abandonaron el lugar hace décadas y retomaron sus vidas. Sin embargo, no faltan las llamadas en días especiales, ni las visitas de vez en cuando a su casa para hacer tertulias, más por los lazos de cariño que por gratitud.
Un virus que destruye las células inmunitarias y altera sus funciones; que en su fase más avanzada se convierte en el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y que, hasta el 2012 había infectado entre 32 y 38 millones de personas, hace que esta enfermera espirituana se aferre cada vez más a su trabajo.
“Cumplí misión en la República Bolivariana de Venezuela y cuando regresé me propusieron puestos en varios centros hospitalarios. Pero, cuando llegué al sanatorio y no solo me recibieron mis pacientes, sino que vi caritas nuevas entre ellos, supe que mi lugar estaba allí”.
Durante esos dos años fuera de Cuba, Dania se desempeñó como enfermera emergencista y cuenta entre sus anécdotas, una que le tocó como por destino.
“Cierto día llegó un señor con mucha falta de aire; enseguida le puse oxígeno y le hice los análisis complementarios. Al frente estaba una compañera venezolana que me dijo agitada: ‘seño, seño, cuidado que el paciente tiene sida’; continué normalmente con mis funciones y el anciano, que estaba consciente, se dio cuenta de todo.
“Después de recibir el alta médica, me agradeció por tratarlo como a mi semejante, pues muchas de las enfermeras se negaban a atenderlo o lo hacían de mala gana, solo por estar contagiado”.
La lucha por la inclusión de las personas seropositivas en los distintos espacios sociales llegó a los medios de comunicación y a otros escenarios de nuestro país. El uso de preservativos durante las relaciones sexuales como medio de protección y el fácil acceso a pruebas para la detección temprana de la enfermedad se promueven constantemente en Cuba.
Atrás quedaron las creencias de que apenas un roce inoculaba el virus. Y aunque todavía algún que otro tabú subsista a la sombra, las mayorías dignifican su condición de ser humano al solidarizarse ante circunstancias de las que nadie está exento.
Hálito de esperanza
“Nos costó años insertar a nuestros pacientes en las salas convencionales, pero lo conseguimos. Antes iban a una sola área y allí los visitaban los distintos especialistas; eso traía muchas complicaciones. Ahora, en dependencia del padecimiento, ingresan en la sala correspondiente.
“El sanatorio no es lo que fue. Quienes llegan allí hoy, son personas con problemas psicosociales y aquellos que presentan deterioro en su cuadro inmunológico. Estos últimos pasan períodos de tres meses o más con nosotros hasta que se estabilizan y vuelven a sus rutinas”, aclaró la enfermera.
Ver a Dania Pernas entre sus pacientes recuerda a una maestra rodeada de niños, a una madre preocupada por sus hijos, a una amiga en la que puedes confiar sin miramientos. El lazo rojo que simboliza la solidaridad con quienes portan VIH pudiera ser una alegoría a su persona; un símbolo en físico de lo que es ella para sus pacientes: el hálito de esperanza que diluye sus peores oscuridades.
América Latina y el Caribe es la única región con proyecciones regionales para tratar, prevenir y conseguir que el VIH deje de ser una amenaza para la salud pública en el año 2030.
Durante el 2014, en Cuba se aplicaron más de 2 mil tratamientos nuevos y se realizaron más de 2 millones de pruebas de VIH, como parte del programa de pesquisaje que se hace anualmente.
Un método novedoso para reducir el riesgo de infestación también es la circuncisión masculina voluntaria; cuando corre a cargo de personal sanitario cualificado reduce en aproximadamente un 60 % la posibilidad de que un hombre resulte infectado por el VIH al mantener relaciones heterosexuales.
Ocho de cada 10 cubanos infestados con el VIH/sida son hombres, y nueve de cada 10 son hombres que tienen sexo con hombres.