En 1993, en los precisos momentos en que Cuba sufría una fuerte depresión económica derivada de la desaparición del campo socialista y, en especial, de la URSS, a ella llegó Fabio Di Celmo, un empresario italiano a quien le animaba el deseo de poner su experiencia y trabajo al servicio de la bloqueada isla. Le acompañaba Giustino, su padre, un hombre de paz que había luchado contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Joven al fin, Fabio tenía muchos proyectos y sueños por realizar. Pero todos quedaron truncos cuando el 4 de septiembre de 1997, con solo 32 años de edad, en el hotel Copacabana, donde se alojaba, su vida fue segada al explotar un artefacto colocado por un mercenario contratado por el terrorista internacional Luis Posada Carriles, y pagado por la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Era ese uno más, de la ola de sabotajes destinados a impedir el desarrollo de la industria turística cubana. Ese día, la misma mano criminal situó otras cargas de C-4 en los hoteles Chateau Miramar y Tritón, y en el restaurante La Bodeguita del Medio.
En su currículo criminal, Posada Carriles, identificado como autor intelectual del hecho por el salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, quien se encargó de materializarlo, pesaban otras muchas muertes provocadas por actos terroristas, entre ellas las de las 73 personas que viajaban en el avión cubano abatido en Barbados, el 6 de octubre de 1976.
Su cinismo rebasó los límites cuando al conocer lo ocurrido en el Copacabana, declaró: «Duermo como un bebé. Es triste que alguien haya muerto, pero no podemos detenernos. Ese italiano estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado». En entrevista con el influyente diario estadounidense The New York Times, publicada los días 12 y 13 de julio de 1998, Posada Carriles, quien no obstante su abultado expediente terrorista se pasea libremente por las calles de Miami, confesó «haber organizado una ola de estallido de bombas el año pasado en hoteles, restaurantes y discotecas de Cuba que ocasionaron la muerte de un turista italiano (…)».
Más adelante, ese medio reseñó: «(…) expresó que la colocación de bombas en los hoteles y otras operaciones habían sido apoyadas por líderes de la Fundación Nacional Cubano Americana. Su fundador y jefe, Jorge Mas Canosa (…) fue acogido en la Casa Blanca por los presidentes Reagan, Bush y Clinton». En relación con esto, huelgan los comentarios.
Recuerdo vivo en el Copacabana
Alrededor de cinco años de frecuentes y extensas visitas a Cuba, en las cuales siempre se alojó en el hotel Copacabana, Fabio Di Celmo cultivó entrañable amistad con los trabajadores de la instalación. Un breve intercambio con tres de ellos años atrás, permitió a esta periodista comprobar la magnitud de la indeleble huella dejada por Fabio en los trabajadores de esa instalación, así como las impresiones que en ellos ocasionó su muerte:
Julia Hautrive Iribarnegaray, secretaria de la gerencia, recordó:
“Me disponía a abrir la puerta de mi oficina cuando sentí un estruendo horrible. Regresé al lobby, donde había estado momentos antes y vi a Fabio tendido en el piso, lo que me causó muy mala impresión porque el día anterior le había hecho un trabajo de mecanografía, por el cual se empeñó en pagarme y ante mi negativa me regaló cinco animalitos en miniatura. Nunca pensé que al día siguiente estaría muerto”.
Jesús Sosa de la Concepción, quien por entonces trabajaba en mantenimiento, manifestó:
“Su muerte nos dolió mucho a todos, porque no se trataba de una persona más, sino de un cliente con quien manteníamos una relación muy especial, pues llevaba mucho tiempo en el hotel. Ese día nosotros fuimos tocados por el terrorismo, vivimos esa horrible experiencia, y estamos en contra de acciones de ese tipo en cualquier lugar del mundo”.
Dora Vázquez Pérez atendía la mesa-bufet , desde donde escuchó el estallido de la carga explosiva, la cual describió así: “Fue algo traumático, una gran destrucción, y nosotros no estamos acostumbrados a hechos de esa naturaleza. Nos produjo un gran susto y un dolor inmenso por la muerte de Fabio, quien más que un cliente era casi un familiar, porque vivía aquí, se relacionaba con todos, y lo queríamos mucho por su conducta afable y respetuosa”.
No es de extrañar que en el Copacabana se le recuerde con tanto cariño porque, aseguró Giustino —recientemente fallecido tras sufrir durante 18 años por la injustificable pérdida del hijo amado—, Fabio «era enemigo confeso de la guerra, la violencia, la arrogancia, la injusticia social y el poder de la gente sin escrúpulos».
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.