Con La ciudad (2015), Tomás Piard (El viajero inmóvil, Los desastres de la guerra…) propone un retrato optimista sobre gente que viene o se va, regresa o parte, teniendo a la capital cubana como punto de tales encuentros y reencuentros. Y aun cuando la amargura asiste a muchos de ellos —como en definitiva, a todo el cine de este realizador— hay esta vez posibilidad de “segundas oportunidades” para todos estos personajes que hicieron (o no) algo que les marcó, o están por hacerlo y la vida simplemente les ofrece nuevas opciones.
Un mérito inicial del filme (coproducido entre RTV Comercial y Cubavisión, asociados con el Icaic) es el paralelo que se establece entre la reconstrucción (espiritual) de esos seres con la de una urbe que también se repara y hermosea, por ello no son las partes precisamente feas lo que nos muestra el lente del director, sino una Habana luminosa, soleada y policroma, aun en sus interiores; para ello ha contado con la positiva complicidad de Nelson García en la dirección de arte, atenta a la correlación de escenarios con un sentido felizmente integrador y coherente, y del maestro Raúl Rodríguez en una fotografía que se escapa de la simplicidad turística para sintonizar con ese estado de espesura ontológica que la película procura.
Empleo el verbo anterior porque emplear digamos, “logra”, sería exagerado; Piard consigue una puesta en pantalla digna, que evita excesivas conversaciones para llenarlas de sugerencias que a veces llegan solo mediante silencios o miradas, y lo hace a través de un tempo deliberadamente lento que persigue la maduración de personajes y situaciones.
Sin embargo, a mi juicio el gran talón de Aquiles de La ciudad es el guion, concretamente los diálogos: muchos de ellos se postulan como muy profundos y reflexivos, cuando en realidad no hay que hurgar mucho para descubrir una obviedad y elementalidad evidentes, pues realmente aterrizan en frases hechas o lugares comunes incluso cuando se disfracen de lo contrario, o peor aún: se enredan en un discurso seudopoético (como en el tercer cuento) que no le hace nada bien a la historia.
A ello se suma la música almibarada y armónicamente endeble que concibió Patricio Amaro, la cual refuerza tal defecto en el grueso de las historias que arman el relato. Y como los personajes carecen de una mayor solidez en el diseño de sus sicologías, de poco vale la notable batería de actores que los encarnan (Luisa María Jiménez, Herminia Sánchez, Patricio Wood, Dania Splinter, Omar Alí, Héctor Echemendía, Carlos Solar…) pues la mayoría sobreactúa o queda por debajo de sus posibilidades histriónicas.
Aun así La ciudad nos invita a pensar en pasado y presente acerca de historia, entorno, realidad(es) nuestras; se desmarca saludablemente de una tendencia demasiado anclada al hipercriticismo y la visión pesimista para, sin euforias, más bien con una agradecible serenidad, meditar en la(s) manera(s) de recuperar el tiempo perdido o mal empleado y seguir adelante.