Por Ernesto Montero Acuña
Como en el poema de Miguel Hernández, puede decirse de Nicolás Guillén que llegó también con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida; condiciones comunes a todos los humanos, pero no con igual intensidad ni en tan cercana coincidencia.
Vino a la vida el 10 de julio de 1902 en Camagüey y falleció en La Habana el día 16 del propio mes, de 1989, a los 87 años. Solía referirse, en su etapa de plenitud poética, a las juveniles novias, aunque matizaba luego con que casi nunca lo fueron de veras.
Quizás se enamorara del amor, una de las heridas en el poema de Miguel Hernández, porque las otras estaban de antemano garantizadas, aun sin proponérselo. Se confesaba tímido, algo que no se sabe si es bueno o malo. Depende de las circunstancias.
Los anteriores pueden parecer circunloquios, rodeos de quien pareciera que elude la verdad indubitable que fue su muerte, si bien se le menciona cada día en periódicos, escenarios, editoriales, como quien vive en los demás la prolongación de su vida.
Su primera referencia vital, poética, a este asunto -el único esencialmente crucial- aparece en El son entero (1947), cuando aún no había cumplido los 45 años. El libro comenzó a circular el 20 de mayo en una edición de Pleamar, Argentina, cuando el poeta viajaba por Suramérica. Por lo demás, el hecho lo aborda de un modo tangencial, como si nunca fuera a ocurrir, en Iba yo por un camino¹, como se verá:
Iba yo por un camino,
cuando con la Muerte di.
-¡Amigo! -gritó la Muerte-
pero no le respondí,
pero no le respondí;
miré no más a la Muerte,
pero no le respondí.
Llevaba yo un lirio blanco,
cuando con la Muerte di.
Me pidió el lirio la Muerte,
pero no le respondí,
pero no le respondí;
miré no más a la Muerte,
pero no le respondí.
Desde luego, debe suponerse que alguna razón motivó el poema, más allá del aparente rejuego poético de quien se compromete a platicar con la muerte como un amigo:/ mi lirio, sobre tu pecho,/ como un amigo:/ mi beso, sobre tu mano, como un amigo;/ yo, detenido y sonriente,/ como un amigo.
Lo tangencial del asunto, empero, es solo aparente. Si el lector se detiene un instante en el pasaje final de su Charla en el Lyceum², percibirá que el poeta lo había abordado antes en aquella conferencia, la cual concluyó él declamando el citado poema, luego de las siguientes palabras: “Cuando salí al camino, hace años, iba cantando una canción cuya melodía no he olvidado, pero cuyas palabras han ido creciendo con el tiempo. Mi viaje de ida fue alegre y simple. Vime en la calle de un salto, como un animal elástico a quien lanzan por sobre una tapia, y eché a andar guiado por el instinto. Contemplé siempre las nubes —¡tan hermosas!— desde mis pies. Caminé mucho, aprendí mucho —lo que se aprende con esas sabias gentes que no saben nada; sufrí mucho… Ahora, al regreso, la carcajada es sonrisa, la fe, razonado convencimiento, y el entusiasmo cordial, una alegría profunda y transparente. No me avergüenzo de decir que lucho como poeta por el futuro de los poetas y de quienes no lo son; que amo la vida sin egoísmo, y que no temo dedicar a la muerte el son que alguna vez le negué”.
A partir de entonces declamaba su poema, aunque trataba el tema de un modo más ligero que en ocasiones anteriores.
Por entonces no existían varias de sus elegías clásicas –las posteriores a West Indies, Ltd. (1934), Elegía a un soldado vivo y España: poema en cuatro angustias y una esperanza (ambas de 1937)-, pues la dedicada al poeta haitiano Jacques Roumain, como punto de partida, data de 1947. Mas, esta vertiente de su obra estaba en el substrato, como se pudo comprobar en la edición de estas en 1958, junto con La paloma de vuelo popular.
Existen antecedentes, sin embargo. No se olvida su Canción filial, en la cual el impacto de la muerte –en este caso la de su padre- marca a fuego perpetuo. Incluso, habría que viajar más atrás, al Cerebro y corazón de 1922, para encontrar su Nocturno con aquellos versos referidos, más que a un muerto, a la muerte:
Y de pronto sentí la emoción angustiosa
de escuchar el acento
de su voz sin acento que dijera mi nombre…
Tuve miedo
del muerto
y en mi labio tembló la blancura de un rezo³.
Claro que se refiere a un tema típico en la lírica de la época –del romanticismo al modernismo-, pero es sabido que cada autor elige el tema que le es más afín, dentro del extenso repertorio posible. Por lo demás, parece que el asunto concierne a todos en cualquier tiempo.
Las anteriores son apenas referencias que ilustran sobre la magnitud de la inmortalidad. El despacho del poeta, en La Habana, se mantiene activo. Están su buró, la butaca donde permanecía y se ocupaba. Pervive la obra. La muerte pudo enmudecer la voz viva, pero no la silenció. De modo que el duelo oficial que decretó el Consejo de Estado el 16 de julio de 1989, con guardia de honor en la Plaza, fue una forma de perpetuarlo como quien luchó “como poeta por el futuro de los poetas y de quienes no lo son”.
Tal vez fuera su forma de restañar las heridas más perentorias: la del amor, la de la muerte, la de la vida⁴, en los demás. Por esto, si se tratara de duelo, sería en la gloria
Bibliografía:
¹ Nicolás Guillén: Iba yo por un camino, Obra poética, tomo I, ed. Letras Cubanas, La Habana, 2011, p. 210.
² Nicolás Guillén: Charla en la sociedad femenina Lyceum-Lawn. Tennis Club del Vedado, noviembre de 1945, vísperas de su viaje por países suramericanos. Su gira comenzó exactamente el día 19, con partida desde La Habana hacia Caracas, a donde arribó el 20, luego de algunas horas en Camagüey, por donde retornó el 28 de febrero de 1948, desde la brasileña San Salvador da Bahía.
³ Nicolás Guillén: Nocturno, Cerebro y corazón, Obra poética, tomo I, ed. Letras Cubanas, 2011, p. 35.
La obra poetica de Nicolas Guilen Batista me acompaña con esa luz que anima y protege ante los desafios de la via. Reconozco su valia como ciudadano de su tiempo y de nuestro tiempo.
«Haz que tu vida sea
campana que repique
o surco en que florezca y fructifique
el árbol luminoso de la idea».
PALABRAS FUNDAMENTALES (fragmento)
Feliz Aniversario, Nicolas.
Un saludo fraterno.