Generalmente hablar de un órgano de prensa es referirse a sus más prestigiosos periodistas y fotógrafos, pero cuántas veces en estos 45 años un corrector salvó un trabajo, o la perspicacia de la telefonista o la secretaria dieron la pista imprescindible y luego la gloria solo se asentó en la firma de quien escribió o sacó la gráfica.
Es que un periódico es un organismo, algo vivo en el que la totalidad de los componentes son importantes. Lamentablemente, en los machones de nuestra prensa no pueden estar todos los que hacen posible la labor de una redacción: desde los diseñadores y formatistas, los integrantes del centro de documentación, hasta los choferes.
Bertica, Lily, Mirna y Alejandro, Manuel, Pedro y Raulito, Carmita y Blanca, Aida, Miguel Ángel y otros, son nombres que nunca encabezaron una información periodística, un comentario o una entrevista; pero su impronta y dinamismo, su quehacer y responsabilidad, de una u otra manera, siempre estuvieron presentes en las cuatro décadas y media de existencia del quehacer de este órgano.
Lo que pudiera parecer una injusticia se puede esconder en cualesquiera de los muchísimos rincones de nuestro órgano, en olvidar detalles de quien cada día se enfrasca en la limpieza de los pisos y baños, o de aquella mujer que se esfuerza en aderezar con magia y cariño la merienda a veces escasa, y también en no tener presente que detrás de cada éxito está la mano afectiva de mucha gente, en ocasiones invisible.
A veces protestamos cuando nos falta una hoja, y no tenemos presente que Gloria nos reparte con justicia lo que a duras penas alcanza para la realización de nuestra labor; o llegamos preocupados y de pronto cambiamos el semblante ante la delicadeza de Aylén, quien más que ocuparse de la pizarra telefónica, adorna con su juvenil presencia la entrada de nuestro centro.
Y por qué no recordar los días Primero de Mayo, cuando reporteros y fotógrafos han estado inmersos en cubrir las numerosas actividades por esa fecha, y han sido ellos, los de la imprescindible retaguardia, quienes han portado con orgullosa hidalguía los estandartes del periódico Trabajadores.
Sin ellos no llegaríamos a los lugares, ni recibiríamos mensajes, ni tendríamos a tiempo las credenciales para poder asistir a las coberturas oficiales. Son esenciales para la labor cotidiana, el apoyo imprescindible sin lo cual, sencillamente, no pudiéramos ser ni hacer periodismo. Para nuestros lectores son anónimos cotidianos, pero están aquí junto al resto del colectivo como secretarias, recepcionistas, choferes, pantristas, auxiliar de limpieza, oficinistas, y en otras funciones administrativas también insoslayables, como las de recursos humanos y contabilidad. Muchos son los nombres de esas personas, partícipes por derecho propio de lo que cada edición de Trabajadores ofrece a sus lectores. No habría periodismo sin el concurso de todos.