Edad de fantasía y sueños, la infancia es la etapa de la vida definitoria en la formación de la personalidad de los seres humanos, que reclama —quizás como ninguna otra— de afectos y de una dedicación especial. Es el período de los aprendizajes, de la adquisición de hábitos y habilidades que luego perdurarán por siempre.
Por eso el maestro que acompaña a estas edades debe, ineludiblemente, trascender lo meramente académico, instructivo, y llevar a cabo una pedagogía del amor, como en algún momento refirió la destacada educadora cubana Lidia Turner Martí.
Una pedagogía del amor que implique saberes, creatividad constante, lo lúdico en función de la enseñanza. Todo ello favorecerá el éxito del proceso docente educativo y, lo más significativo, un acercamiento real y efectivo entre alumnos y profesores.
¿Alguien pudiera dudar de la influencia que deja un maestro primario, de la educación especial, o una educadora de círculo, en la población infantil? De ahí la importancia de la formación de esta fuerza docente que hoy tiene lugar mediante dos vías: la universitaria y la de nivel medio, a través de las escuelas pedagógicas, de las cuales existen 22 en el país y hay provincias donde funciona más de una, como es el caso de La Habana.
En la recta final del presente curso escolar más de 5 mil jóvenes recibirán sus títulos de graduados de tales instituciones, los que se sumarán a los alrededor de 4 mil 400 que lo obtuvieron en el pasado período lectivo.
Más que el rescate de una tradición en el área de la formación de profesores, que en el nivel medio se interrumpió a mediados de la década de los 80 del siglo pasado, la incorporación de estos egresados ayuda al completamiento de los claustros en esos niveles educativos; e implica, además, contar con una fuerza renovadora, inteligente, con un pensamiento joven, transformador y posibilidades de cambiar lo necesario en los espacios escolares para su mejor funcionamiento.
Hoy los muchachos que se preparan para defender los ejercicios de culminación de estudios, y con posterioridad graduarse, integraron las matrículas de las escuelas pedagógicas cuando estas ya acumulaban un año de trabajo y tenían experiencias consolidadas, de ahí que ahora los resultados y la eficacia deban ser superiores.
El Ministerio de Educación ha seguido muy de cerca esta alternativa de formación, la ha priorizado, consciente de lo que ello puede aportar en el completamiento de la fuerza de trabajo en círculos infantiles, escuelas especiales y primarias. Estas últimas recibirán también maestros de idioma inglés dentro de dos años, pues tal especialidad es de nueva incorporación, atendiendo a su necesidad.
Cuando en septiembre venidero comiencen las clases los noveles maestros iniciarán su vida laboral y, por tanto, ingresarán en el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, la Ciencia y el Deporte, precisamente en el año en que la organización celebra su Primera Conferencia (diciembre del 2015).
Por eso el llamado para que las secciones sindicales de base los acojan con sentido de responsabilidad, velen por su constante superación, estén al tanto de sus avances, dificultades, y no falte el reconocimiento oportuno cuando sea merecido.
Desde el punto de vista profesional y administrativo será imprescindible un ambiente fraterno, de comprensión, un centro escolar donde la armonía caracterice la jornada diaria.
En la provincia de Sancti Spíritus recién tuvo lugar el II Encuentro Nacional de Estudiantes de Escuelas Pedagógicas, momento en que la ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez Cobiella, aseguró, al retomar las palabras de José Ramón Fernández, asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, acerca de que estas instituciones constituyen “las niñas de nuestros ojos”.
Muy pronto —subrayó— cada uno de sus alumnos, convertidos en maestros, serán las miradas rectoras que llevarán adelante el proceso de perfeccionamiento del sistema nacional de Educación, desde la actuación privilegiada de marcar los corazones y las mentes de nuestros niños y sus familias, porque lo que se enseña y se trabaja bien en estas edades nunca se olvida; las profundas y buenas huellas en los pequeños y en sus padres son imborrables.