Por Ernesto Montero Acuña
Nicolás Guillén practicó un periodismo constante hasta en su poesía. La recopilación de su prosa alcanza siete tomos, incluidos los tres de su sección diaria Pisto Manchego en el periódico El Camagüeyano, y dos en su Obra poética.
La dimensión de su poesía es una condición reconocida más allá del ámbito nacional, pero a veces parece interpretarse su periodismo como si fuera secundario con respecto a esta y no como extremidades que son de una misma anatomía.
Mucho verso suyo figura en la prensa —libros casi completos como Tengo— sin menoscabo para la expresión artística y, a la vez, distantes de la incomprensible enajenación elitista.
Al respecto el poeta manifestó: “(…) soy periodista y además poeta”, frase a la que añadía cómo se desenvolvieron sus “primeros años de vida en un ambiente absolutamente periodístico”.
Confesaba que este era “un desahogo” mediante cuyo “ejercicio me libero de muchas cosas que no puedo expresar mediante el verso. Sin contar que hay muchos poemas míos cuyo estilo es francamente periodístico y familiar”.
Genio natural, influencia paterna y la posterior condición de huérfano condujeron a que comenzara, con quince años, a desempeñarse como tipógrafo en una imprenta, perteneciente a liberales amigos de su progenitor, asesinado en La Chambelona; trabajaba de siete de la mañana a siete de la noche por un peso diario.
Parece confirmarse así la respuesta de Ernest Hemingway, otro gran periodista, en Diálogo con el Maestro, a la pregunta que le hiciera nuestro Poeta Nacional: “¿Cuál es el mejor entrenamiento para un escritor?”, a la que replicó: “Una infancia desventurada”1. Si bien debería admitirse que en el periodismo no deja de ser también un apreciable ingrediente.
En el caso de Guillén es bastante conocido su inicio editorial con la revista Lis, de la cual publicó 18 números a partir de enero de 1923.
Su proyecto editorial no rebasó las contingencias de la insostenibilidad y el 25 de marzo de 1924 asumió la sección Pisto Manchego en El Camagüeyano, que logró sostener hasta el 30 de agosto de 1925. Allí, bajo la apariencia de inocentes comerciales, criticó los más diversos temas locales, nacionales e internacionales, con agudeza e ironía ejemplares. Pero también ilustró, muy al inicio, acerca de su noción sobre el periodismo:
“Un redactor necesita, por lo menos, la posesión de una cultura, si no profunda, por lo menos general, que ha de facilitarle abordar, aunque solo sea con la premura que se requiere en la confección de un periódico, la diversidad de asuntos que han de ser tratados”2.
Sobre su posición ante el imperialismo fue certero desde su inicio mismo. El miércoles 9 de abril de 1924 publicó su artículo Los filipinos, sobre quienes aseguraba que estaban “laborando con verdadero tesón por segregar definitivamente su personalidad de la del padrastro yankee”, algo que en términos parecidos trataría al siguiente día bajo el título de Nacionalismo, con respecto a Cuba:
“Nos estamos americanizando demasiado. Si no hay una fuerza salvadora que ataje a tiempo esta disolución de nuestra personalidad, no solamente bailaremos y cantaremos en inglés, sino que llegaremos ‘a pensar’ en inglés también”3, lo que nunca estuvo lejos de la realidad.
El Poeta Nacional de Cuba fundió entonces la poesía y las crónicas periodísticas con objetivos en apariencia distintos y distantes de los que a veces se consideran más trascendentes en su literatura, sin tener en cuenta que también el periodismo propicia grandes realizaciones. S
on ejemplares sus dolorosas elegías y sus explosivas ironías, cuya muestra muy fehaciente se encuentra en la que antes había parecido ramplona prosa publicitaria.
La fusión de ambos extremos transita por lo excepcional, debido al destacado fin de la obra lograda por el poeta y el periodista, o a la inversa, que lega hitos para el camino y para el tiempo.
1 Ernest Hemingway: Diálogo con el Maestro, Crónica de alta mar, Esquire, octubre de 1935, en Un corresponsal llamado
Hemingway, editorial Arte y Literatura, La Habana, 1984, p. 138.
2 Nicolás Guillén: Secretos de redacción, Pisto Manchego, tomo I, ed. Letras Cubanas, La Habana, 2013, p. 89.
3 Nicolás Guillén: Los filipinos, Pisto Manchego, tomo I, editorial Letras Cubanas, La Habana, 2013, p. 121; y Nacionalismo, ibídem, p. 126.