Hace años que cambió el salón de clases de Gisleda de la Barca Vega. Esta talentosa mujer, graduada en Pedagogía, se apropió de las pasarelas cubanas desde 1988 y en la última década, gracias a diferentes instituciones culturales pudo unir sus dos pasiones: la enseñanza y el modelaje, para contribuir a formar la nueva cantera de jóvenes modelos.
Los sábados en la mañana son los escogidos por la “profe Gisleda” para seguir adelante en su proyecto comunitario, perteneciente a la Casa Quitrín de Modas, en la calle San Ignacio, entre Obrapía y Obispo en La Habana Vieja. Allí los grupos no se excluyen ni por sexo, peso o talla. Con la convocatoria abierta todo el año sin límite de edad, solo se mide el interés por aprender sobre el arte del vestir.
“Se admiten niños y niñas a partir de los cuatro años de edad, buen momento para comenzar. Todos disfrutamos. Hay que ver la soltura de las niñitas. Son como abejitas revoloteando, pero cuando avanzamos en las clases también crece la atención”, comentó.
“El primer turno de clases es para los pequeñitos y desde las 11:30 a.m. para los de 14 años en adelante. Poco después del mediodía nos dedicamos a dos grupos especiales, integrados por los muchachos que van mostrando mejores conocimientos en la actividad”, puntualiza.
Mucho más que apariencia
El proyecto es una especie de “fábrica de modelos”, como le gusta definirlo a la profesora. “Vamos preparándolos y cuando tienen la edad pasan a la agencia Actuar, luego de un casting. Nos enorgullece que muchos lo consiguen, ahí vemos el valor de lo que hacemos. Este curso fueron 13”, precisó.
Gisleda se complace porque con ella continúan muchachas que ha visto crecer y siempre la visitan otras que pasaron a estudiar a la agencia o ya son modelos profesionales. Con modestia no deja de reconocer que los diseñadores van a su proyecto a buscar talentos, “y eso dice mucho”, expresa sonriendo.
Conversar con ella contagia. Sus deseos de enseñar la llevaron desde enero último a impartir un taller similar para niños y adultos, que funciona los domingos en la casa de moda de Artemisa.
“Es maravilloso sentir la calidez y los deseos de aprender con que me reciben. Los padres se entusiasman cuando ven a sus críos y los dejan con confianza a mi cuidado”.
Es tajante cuando afirma que esta profesión, como muchas otras, requiere de aptitudes y actitudes. Deben ser personas delgadas, de una apariencia física agradable a la vista. Las muchachas deben medir 1.70 metros en adelante y los jóvenes a partir de 1.80 metros, pero la apariencia no lo es todo.
“La disciplina es decisiva, reforzamos la educación formal, no pueden hablar a gritos, prohíbo que fumen”, explica, y como maestra al fin, los va moldeando para que salgan instruidos, con buena presencia física y conocimientos para irse orientando en el mundo de la moda.
Y es que en la escuela, como ella la cataloga, enseñan cómo vestirse de acuerdo a sus características físicas, el maquillaje, el peinado, el cuidado de su piel y del cabello. También aprenden cómo moverse en el escenario y caminar; en fin, consejos muy útiles para la vida futura.
“Ante todo, el modelaje es un hobby, por eso mi premisa fundamental es que la escuela está primero y para participar del proyecto los jóvenes deben tener buenas notas. Modelo significa modelo en la vida, en todo”, señala.
Es legítima su aspiración de que los estudiantes del proyecto salgan preparados, con mucha confianza en sí mismos, que sepan comportarse adecuadamente y algo muy importante: con sobrada capacidad para dar amor.
¿Entonces, cómo le gustaría que la definieran?
Como una maestra modelo. Es que no puedo dejar de enseñar.
Te querro Gisleda, mucho exito. Tu erres una mujer muy bonita y tambien muy amable.