Encuentro de las dos Américas

Encuentro de las dos Américas

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Pedro Pablo Rodríguez, historiador cubano
Pedro Pablo Rodríguez, historiador cubano

Pedro Pablo Rodríguez, historiador cubano, llegará al Foro de la Sociedad Civil de la Cumbre de las Américas como actor social independiente y con la vastedad que le otorga su aval como estudioso de la obra de José Martí.

“Es necesario que se conozca que en Cuba hay una sociedad civil amplia, extensa y variada de la que formamos parte la gran mayoría de los ciudadanos —dijo a Trabajadores días antes de partir hacia Panamá— y que la misma no está vinculada a organizaciones pagadas por el Gobierno de Estados Unidos ni tiene una postura contraria al proceso revolucionario cubano”.

Desde el conocimiento de la obra martiana ¿qué lectura hace de lo que sucederá esta semana en Panamá?

“La Cumbre de las Américas fue un invento de Estados Unidos, no del mundo latinoamericano,  y durante mucho tiempo nos mantuvo excluidos. Considero que si Cuba participa ahora es para devolver el gesto de buena voluntad y de solidaridad de los gobiernos latinoamericanos que condicionaron su asistencia a que nos invitaran.

Pero esto también nos da la oportunidad de compartir puntos de vistas con personas e instituciones y hacer que se entienda el Foro de la Sociedad Civil en un sentido más amplio porque hasta ahora ha estado minado por organizaciones e instituciones de Estados Unidos y de América Latina que,  en buena parte, no representan ni dan espacio a las grandes mayorías populares.

El concepto restringido de sociedad civil que emplean ha originado la necesidad de que organizaciones vayan más allá del propio Foro y de las Cumbres de las Américas, y participen de ese otro espacio que han llamado Cumbre de los Pueblos.

Si de verdad queremos un diálogo entre las dos Américas, la del Norte —que como dijo José Martí no es la Nuestra—, y la que sí lo es, tendría que ser sobre la base de un verdadero intercambio donde se escuchen las voces de los amplios sectores populares de ambas partes.

A estas alturas yo me pregunto si en Panamá estarán representados los discriminados de Estados Unidos, la voz del negro norteamericano sometido últimamente a una terrible represión policial. Me pregunto si allá veremos a los descendientes de sus pueblos originarios, o a los representantes de los intereses de esa masa de inmigrantes que hoy constituye gran parte de la clase trabajadora agrícola, industrial y de servicios de ese país.

¿Considera que volvemos al viejo dilema de   Panamericanismo frente a Latinoamericanismo?

Sí. La OEA representa la idea panamericanista y es ella, a través de su sistema de cumbres y el Gobierno del país sede, quien organiza este evento. Esa es una de  las razones por la cual Cuba ha declarado que jamás volverá a integrársele y, en cambio, privilegia su relación con la Celac.

Esta postura no niega que nos sentemos a conversar con países o gobiernos con sistemas políticos e ideologías diferentes, sino indica que estamos ante realidades totalmente diferentes. Eso nos lo enseñó José Martí, también Simón Bolívar, y los grandes próceres de América Latina del siglo XIX y del XX.

Ojalá pudiéramos convivir de un modo más adecuado, para ello sería bueno conocernos mejor. La sociedad norteamericana tiene mucho que aprender de nosotros. A veces me pregunto hasta qué punto los gobernantes de ese país han comprendido cuánto está cambiando la base popular de Estados Unidos con la creciente presencia de inmigrantes de Latinoamérica y el Caribe y hasta qué punto eso está influyendo en su cultura y en el propio sentido de la vida norteamericana.

Pero mientras en Estados Unidos los intereses que decidan no respondan a los de las grandes mayorías, habrá que pensar en dos Américas.

El 11 de abril, último día de la Cumbre,  se cumple un aniversario del regreso de Martí a Cuba…

Sí, ese día coincide con un aniversario muy importante para los cubanos, para América Latina y para todo aquel que tenga una mirada en función de los humildes del mundo: los 120 años de la llegada de Martí a su guerra, a la que él organizó y que llamó la Guerra Necesaria.

A esa gesta también la calificó como una Guerra de amor. Cosa curiosa, ¿no? Una guerra a donde la gente va a morir y a matar por defender sus ideas, era para él, al mismo tiempo, de amor.

Martí se refería con eso a su propósito fundacional, al anhelo de los patriotas cubanos de crear una república que fuera nueva, diferente, “con todos y para el bien de todos”,  no en función de una oligarquía que siempre había estado vinculada al sector colonial y cuyas posturas políticas e ideológicas transitaban en ese momento hacia el anexionismo, buscando la incorporación de Cuba a los Estados Unidos.

La llegada de Martí a Cuba significó, en lo personal, su voluntad de incorporarse al movimiento armado que había organizado fuera de Cuba; pero también era su llegada a un escenario donde  se discutía el destino de Cuba, el de las Antillas, el de toda Nuestra América y de alguna manera, el equilibrio del mundo.

Si Cuba hubiera logrado su independencia de España y Estados Unidos no hubiera aprovechado ese momento para apoderarse de  ella, de Puerto Rico, Filipinas y las Islas Guam, e inclinar la balanza internacional en función de sus intereses universales expansionistas,  la historia hubiera sido otra.

En ese caso, ellos no hubieran podido partir, con esa fuerza más, hacia el resto de los territorios entonces ocupados por España; y quizás la relación entre las potencias de la época hubiera sido diferente. Las Antillas hubieran avanzado de un modo distinto hacia el desarrollo y la expansión norteamericana no hubiera podido proceder como lo hizo  o hubiera sido detenida. En ese escenario quizás las relaciones internacionales se hubieran establecido de otra manera y eso nos hubiera permitido hablar de igual a igual desde mucho antes.

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