Después del trepidante (y un poco apresurado, cuestión de matar y salar) final de Paraíso tropical, Cubavisión transmite en su horario de la telenovela extranjera otra producción brasileña: Dos caras (Duas Caras, Globo, 2007), escrita por Aguinaldo Silva y dirigida por Wolf Maia.
La obra fue el regreso a la parrilla del muy popular Silva, luego de su éxito de 2005, Señora del destino, que también pudimos ver por aquí hace algún tiempo.
Llama la atención el hecho de que la Televisión Cubana esté transmitiendo en su horario estelar telenovelas que tienen más de cinco años, después de haber puesto en pantalla un fenómeno tan reciente como Avenida Brasil.
Pero una telenovela brasileña «de las nueve», como esta que nos ocupa ahora, es lo suficientemente contundente como para llamar la atención de las grandes mayorías. Habría que ver si Dos caras logra además convencer al público cubano.
En Brasil lo logró. Pero Brasil es Brasil y Cuba es Cuba, hay que salvar muchas distancias. Avenida Brasil fue un éxito clamoroso en el gigante sudamericano y aquí en Cuba no dejó satisfecha a buena parte del auditorio.
Cuestión de referentes y sensibilidades.
Dos caras, como ha podido comprobar el que ha visto los tres primeros capítulos, ha comenzado a golpe de peripecias.
El joven Adalberto Rangel se ve involucrado en un accidente en el que muere un matrimonio rico. Dispuesto a sacarle provecho a la situación, Adalberto se presenta ante María Paula, la hija de la pareja fallecida. Valiéndose de la tristeza de la joven, la seduce con engaños y logra casarse con ella. Entonces huye con la fortuna de la huérfana y se somete a una cirugía plástica. María Paula se muda para Sao Paulo, con toda la sed de venganza del mundo. Diez años después, en Rio de Janeiro, la vida le dará la oportunidad de cobrar las viejas cuentas al reencontrarse con Adalberto, ahora convertido en el poderoso empresario Marconi Ferrazo.
Servida está esta trama tan aparatosa, pero bien efectiva a juzgar por los índices de audiencia.
Claro que Dos caras es mucho más. La telenovela aborda la migración de los campesinos del nordeste brasileño a la grandes urbes; se regodea en la cultura popular y muestra el choque de las tradiciones agrarias con el universo urbano. Aquí están, otra vez, las tensiones entre las comunidades populares y los grandes consorcios económicos, la especulación inmobiliaria, los manejos políticos para capitalizar la influencia del electorado…
Esa es la esencia: la alternancia vibrante entre dos circunstancias bien definidas: el glamour de los grandes rascacielos y la miseria más o menos digna de las favelas. Como en tantas otras telenovelas.
Claro, los buenos y los malos están repartidos en los dos ámbitos, con una característica apuntada por la crítica brasileña: no hay buenos buenos ni malos remalos.
Nadie espere una recreación militante y combativamente comprometida con el contexto: recuerden que esta es una telenovela al uso. Brasil tiene más de dos caras.
Humor, suspenso, misterio, romance… sí habrá para todos. Y algo más: los dobles raseros de algunos representantes de «las clases vivas», los conflictos raciales, las diferencias sexuales, la drogadicción, el tráfico de menores, la «favelización» de la sociedad brasileña, el alcoholismo, el fanatismo religioso… Pero el pollo del arroz con pollo serán las relaciones amorosas entre personas de diferentes clases sociales, que es el gran tema de buena parte de la producción latinoamericana de telenovelas.
Los seguidores de los actores brasileños se darán gusto, como ya es habitual: hay un desfile de estrellas. La aventura acaba de comenzar. | Con información de CubaSí